Bahía Blanca | Domingo, 20 de julio

Bahía Blanca | Domingo, 20 de julio

Bahía Blanca | Domingo, 20 de julio

Los “chilenos” se apoderan de las pampas

Comienza el otoño de 1834. Un comunicado del gobierno chileno da el alerta: dos mil indios cruzarían la cordillera con intención de “arreglar cuentas” con otras tribus.
Los “chilenos” se apoderan de las pampas. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

Por Ricardo De Titto / Especial para “La Nueva.”

Eran pueblos araucanos que vivían al sur del río Bío Bío y eran parte de los “naturales” que había luchado en el bando patriota. Otros grupos --así fue la cosa en Chile-- se habían alistado junto con los realistas y buena parte de ellos residía de este lado de la cordillera. Entre los primeros, resaltaba la figura de Calfucurá --Piedra Azul-- siempre acompañado de su hermano Namun Curá --Pie de Piedra--. Entre los que habían guerreado junto a los españoles eran famosos el cacique pehuenche Martín Toriano y el jefe vorogano Curiqueo.

En las pampas australes y norte patagónico los habitantes “originarios” eran los tehuelches: hay registros de su presencia en la Patagonia de más de diez mil años. Al norte había otras poblaciones menores, como las de los ranqueles (en San Luis, norte de La Pampa y sur de Córdoba) y los genéricamente llamados “pampas” (descendientes de tehuelches) que distribuían sus tolderías en el centro y sur de Buenos Aires por Tandil, la Ventana, Bahía Blanca y las Salinas, y que eran comerciantes y cazadores y llevaban una vida seminómade.

Al pie de la cordillera, diseminados entre las generosas aguas del Limay, los bellos lagos de la región y las múltiples nacientes del río Negro, habitaban los “manzaneros”, tribus sedentarias --también de origen araucano--, que vivían de sus cultivos de frutas y hortalizas. Distantes de la “frontera”, eran lejanos a los problemas con los “huincas”, los hombres blancos.

El cruce de los mapuches (o araucanos, o “chilenos”) coincidió con los últimos movimientos de Juan Manuel de Rosas en el “desierto”. El aviso de la invasión mapuche movió al “Restaurador” a poner sobre alerta a las fuerzas desplegadas en los diversos fortines con la idea de “escarmentar a los chilenos”. A la vez, como era su costumbre, Rosas pensó en tejer alianzas con los ranqueles y voroganos que se sentían amenazados.

Estratega ingenioso, Rosas, además, se valió de indios amigos para hacer circular la falsa noticia de que el comandante de la frontera chilena, Manuel Bulnes, estaba aprovechando la situación para castigar a las familias de los expedicionarios, lo que motivó que cerca de 1.500 regresaran presurosos a Chile. En síntesis, las fuerzas de los invasores se redujeron a 500 hombres de lanza, lo que, de todos modos, no era poco.

En un primer choque, las huestes de Calfucurá derrotaron a las de Toriano y lo tomaron prisionero. Como relata Miguel Ángel de Marco en La guerra de la frontera, en un rápido movimiento Rosas ordenó su fusilamiento “por humanidad” y “para evitar que sus enemigos lo vejasen”. Comenzaría entonces una fructífera relación entre el Restaurador y el nuevo gran jefe de las tribus pampeanas, Juan Calfucurá, que se extenderá durante casi todo el período de Rosas en el gobierno. En efecto, Calfucurá, por entonces de 45 años, era funcional a los planes de Rosas si se convertía en un jefe prestigiado y respetado por todas las tribus de la pampa. Al gobernador de Buenos Aires le interesaba tener la frontera “tranquila” y para eso debía tener, como a él le gustaba, un único negociador válido, Y así fue. Calfucurá, como dice el autor citado, se convertirá en “dueño y señor del desierto” hasta su muerte, en 1873.

La capital del “reino”

Tras cruzar la cordillera, Calfucurá y su gente permanecieron un tiempo en el “País de las Manzanas” (en el actual Neuquén) y, según relata Rosas en una carta al caudillo santafesino Estanislao López, fue él mismo quien lo autorizó a asentarse en Guaminí, en tierras cercanas a donde antes había residido el fallecido Toriano. La ubicación es estratégica. Por un lado, era estación en uno de los principales “camino de los chilenos”, el que seguía por Choele Choel, y por donde las caravanas de mercaderías y ganado hacían camino hacia Chile. De este modo Rosas se aseguró con el jefe araucano un control del tráfico, tanto el “legal” como el que era resultado de malones. Pero, además, desde esa zona Calfucurá dominaba las Salinas Grandes.

Por entonces, la sal era un bien crucial ya que era la materia prima básica para la producción de charque, principal producto de exportación de la pampa argentina. La carne salada --única forma de conservarla-- se vendía para alimentar a los esclavos de las plantaciones del norte de Brasil y de Cuba. Tan importantes eran los ingresos que generaba el dominio de las salinas que se dice que, poco antes de morir, Calfucurá recomendó a sus herederos que lo principal era “no abandonar el Carhué al huinca” (en mapuche, “lugar verde”).

Justamente muy cerca de allí, en Masallé, cerca de la laguna de Epecuén, fue donde se asentó la nueva “capital” de la pampa con los lujosos y amplios toldos de su “emperador” con apenas unos doscientos huilliches (de la familia “Curá”) más algunos pueblos doblegados, asentados en las cercanías. Para lograr esa ubicación, dieron “regalos” a quien por entonces era el principal cacique de la región, Mariano Rondeau: le obsequiaron objetos de plata, pinturas para colorear la cara, abalorios y objetos suntuosos para los caballos, además de lanzas labradas, tejidos, harinas y variados alimentos y “vicios”.

Al encontrarse ambos grupos Rondeau, jefe de los voroganos, escuchó con gusto las palabras que le acercó la vanguardia de Calfucurá: “Nos manda nuestro cacique a decirle que viene de paz y a comerciar; que tanto él como cuantos le acompañan son gentes de paz y padres de familia, que se honrarán regalando al cacique de la Tierra”. Pero todo era un engaño. Según cuenta el soldado Avendaño --que, cautivo, presenció los hechos--, Calfucurá se aproximó a una laguna cercana y retomó la marcha en la noche del 8 de septiembre para caer por sorpresa sobre los toldos de Rondeau. Los caciques menores y capitanejos atacados buscaron juntarse alrededor de su jefe principal pero todos fueron abatidos. Los caciques “fueron rodeados y lanceados y, un momento después, los invasores se repartieron en grupos en todas las direcciones para sorprender a los que aún ignoraban estos sucesos”. Así también encontraron la muerte otros caciques amigos de Rondeau que habían sido invitados a la “fiesta de recepción” a Calfucurá. Éste, consumado su objetivo principal de “tomar el poder”, comenzó a ejercer clemencia con quienes lo reconociesen como nuevo “lonco” (jefe) y, ya en ese carácter envió emisarios hacia las tolderías más apartadas para realizar una “Junta general” o parlamento.

Las Salinas Grandes

En un principio solo se sumaron unos pocos caciques, como Meliguor y Güerao, bastantes lejanos del centro de los acontecimientos y muchos de los más cercanos mantuvieron prudente distancia, entre ellos algunos de importancia, como Coliqueo y Coñuepan. Pero el plan de Calfucurá de doblegar a todos los toldos vecinos, ya se había puesto en marcha. En poco más de diez años logró extender sus dominios e influencia en toda la región lindante con Mendoza al oeste, Río Cuarto al norte, el río Salado al norte (en una frontera lábil) y el río Negro al sur. Las Salinas Grandes y el Carhué oficiaban como “capital”. A excepción de algunas tribus que mantuvieron su perfil independiente, como los subordinados a la dinastía Catriel, de Azul −incorporados a los gobiernos bonaerenses− y los indómitos ranquelinos todos los pueblos de la región se avinieron a integrar la “Confederación de las Salinas Grandes” manejada por Calfucurá. Para ello, el gran cacique recurrió a múltiples mecanismos que le permitieran extender su poder: casamientos convenientes, dádivas, represión, acuerdos con los jefes de los fortines y negociaciones directas con los diversos gobiernos de Buenos Aires y, desde 1853, con el presidente de la Confederación Argentina Justo José de Urquiza.

Pero volviendo al comienzo de esta historia, la invasión de las pampas por los “chilenos” que desalojaron a los antiguos pobladores de la región obligándolos a refugiarse en el Chubut y más al sur aún, no está de más recordar las propias palabras de Calfucurá sobre los hechos, que extraemos de una carta de Calfucurá a su “hermano”, el capitán de Indios Amigos, Juan Cornell fechada el 27 de abril de 1861: “También le diré que yo no estoy en estas tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, sino que fui llamado por don Juan Manuel, porque estaba en Chile y soy chileno; y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras; pero yo nunca he invadido por gusto, sino porque me han ordenado; bien: yo con Rosas estaba en paz y los ranqueles siempre me hacían quedar mal y me daban las culpas a mí y entonces los ranqueles me pedían que no les hiciera nada y les perdonaba. [...] También le diré que antes cuando gobernaba don Juan Manuel, con él habíamos hecho las paces siempre; y entonces iban los ranqueles a invadir, y Rosas me mandaba a decir que es un pícaro Calfucurá, que manda siempre invadir; y entonces le contesté que yo no gobernaba esa indiada; que ellos tenían su jefe aparte, y que a más de eso estaban muy retirados de aquí ellos; que por eso no los podía gobernar, pero que les avisaría cuando fuesen a invadir, y que él de ese lado le pegase golpes, que yo también de aquí les pegaría”. Tal y como él mismo lo afirma, a excepción de los ranqueles, hacia 1860 Calfucurá gobernaba a todas las tribus de la pampa. Fue él, durante cuatro décadas, el “Soberano de las Pampas”.