Abriendo el paraguas
Escribe Hugo E. Grimaldi
Un plan de “cinco puntos” para “esmerilar y desgastar” a la presidenta Cristina Fernández fue revelado por las autoridades y se destaca entre todos los temas de la semana porque enlaza las severas dificultades socioeconómicas que se viven en la actualidad con elementos de la política que nunca descuida el kirchnerismo, aunque todo parece ser un gran desgaste de energía en el lugar equivocado, salvo que se trate de la justificación de hechos inevitables que habrán de ocurrir y de los que se quiere desligar el gobierno.
La última semana sumó elementos de todo calibre, para hacerla particularmente intensa: puso a Máximo Kirchner en escena, mientras los precandidatos del peronismo kirchnerista crujieron bastante, se presentó en el Congreso un poco creíble Presupuesto 2015, se convirtió en Ley el avance estatal sobre las empresas, el dólar marginal superó los 15,50 pesos, recrudeció la pelea Economía-BCRA, se denunciaron casos de represión por cortes de rutas, los sindicatos siguieron buscando su lugar en el mundo y la provincia de Buenos Aires intentó convertir en docentes con todas las de la ley a esforzados militantes de la acción social que cuidan y contienen a chicos en edad escolar.
A todo este interminable listado hay que agregarle el viaje presidencial a la ONU, con escala ante el Papa Francisco incluida, visita que fue objeto de muchas especulaciones, especialmente el almuerzo en Santa Marta que ha quedado sellado de momento, casi como un secreto de confesión. Sin embargo, el ruido mayor y los elementos que se fueron derivando surgieron de esa espinosa denuncia de desestabilización gubernamental.
Para el kirchnerismo auténtico, que cree en este tipo de brujas, seguramente el momento actual es de un alto grado de temor por la estabilidad de las instituciones elegidas democráticamente, aunque para los anti, probablemente todo lo que se ha denunciado no sea más que una cortina de humo.
Desde una mirada algo más alejada de las facciones, podría marcarse que la acusación gubernamental mete mucho ruido porque le vuelve a cambiar el foco de atención a quienes tienen que ocuparse de arreglar de modo integral, lo más rápido que se pueda, la actual situación económica y social de la Argentina, encaminada como está hacia la aceleración de un tobogán cruzado por graves dificultades, todas enlazadas entre sí, que no permiten arreglos parciales.
En tren de especulaciones, podría pensarse también que la denuncia de la conspiración, que primero esbozó Axel Kicillof en el Senado, que luego refirió Jorge Capitanich con más detalles y que el mismo ministro de Economía planteó en televisión, es un claro síntoma de impotencia para arreglar los desaguisados que ha generado el propio modelo. O de soberbia, si se quiere: ¿cómo se hace para corregir algo que está tan bien y que solo falla por la acción negativa de los poderosos?
Sin embargo, estos argumentos casi pedestres no deberían preocupar tanto. Lo más problemático es que no se visualizan soluciones porque desde hace meses el vigor gubernamental se canaliza invariablemente hacia lugares equivocados, entre ellos la promoción del estudio que hará la ONU para reestructuraciones de deudas futuras, la obsesión por Ley de Abastecimiento para disciplinar empresas, el edificio de la isla Demarchi, la defensa del gobernador Gildo Insfrán, etc.
El viejo truco de la confabulación de los poderosos que busca terminar con un gobierno tiene elementos nuevos, como la barullera catarata de tuits que la presidenta desparramó para contar el plan y lo variado de sus responsables: los fondos buitre, el juez Thomas Griesa, la administración Obama, American Airlines y, por supuesto, los medios críticos. Sin embargo, el tema de la conjura no es algo novedoso en la Argentina y menos en el peronismo: Juan Perón describió muchas veces el concepto de “sinarquía internacional”, una suerte de supragobierno global encargado de derramar beneficios sólo a una parte del mundo y de desequilibrar malévolamente, hasta correrlo del escenario, a quien se le ponga por delante, en sus tiempos a los cultores de la tercera posición.
Más de 60 años después, el kirchnerismo que rodea a la presidenta Cristina Fernández ha diagramado una versión bastante más chapucera y pueblerina del complot permanente, que además la difusión por Twitter ha tornado delirante, más allá de que Capitanich y Kicillof no son Perón precisamente, a la hora de transmitir convicción en lo que cuentan. Es un escenario muy esquizofrénico, aunque parece tener su lógica. Como un perro que se muerde su propia cola, el gobierno anuncia el complot y alienta a los agentes económicos a actuar bajo los efectos de lo que denuncia, genera temores y estimula coberturas y luego dice que lo que pasa y sus efectos ocurren por culpa de los demás.
Así, el fondo de la cuestión se torna muy vidrioso, lo que les ha hecho sospechar a algunos que todo tiene que ver con lo que el gobierno espera que suceda pronto en materia cambiaria y que no está dispuesto a admitir como producto de sus propios errores: otra devaluación. El dólar a 15 pesos no es nada más ni nada menos que la penalización de corto plazo a la mala praxis. Mientras tanto, unas fichas se siguen apostando a los papeles argentinos, pensando más en 2016 que ahora.
El propio gobierno pone esta fecha en el plan buitre, bajo la premisa que será así porque entonces gobernará alguien “afín a sus intereses”. Y luego dice que son los buitres quienes “impiden” el acceso al financiamiento “del sector público y del sector privado”, cuando es notorio que el país no tiene crédito a tasas potables desde hace más de una década y que no hay un solo privado que quiera hundir por ahora un solo dólar en la Argentina.
Y esto genera otra sospecha más: ¿se estará abriendo el paraguas para justificar un nuevo default?