Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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A 25 años de Malvinas

Por Alberto Asseff.


 Se cumple un cuarto de siglo de aquel 2 de abril de 1982. Lo recordamos con un sentimiento ambivalente de alegría y de dolor. ¡Qué cosas depara la vida! Dos estados de ánimos contrastantes, pero juntos. Algarabía perdurable porque sentimos, henchidos, que nuestra Patria aspiraba a ser, con decisión. Sí, eso simplemente: ser. Es toda una definición y una actitud. La explosión jubilosa de la nación entera lo probó. Que nadie tache a esa satisfacción general como expresión del subdesarrollo en el que estamos aún atrapados.




 La algazara de un pueblo suscitada por una causa colectiva de naturaleza territorial no es asunto propio de la periferia del mundo. En la parte principal del planeta, en aquellos países centrales que dictan cátedra, también se festeja la tierra recuperada y se celebra la guerra ganada. Más todavía, los Estados más poderosos acopian conflagraciones hasta nuestros días. Salvo Japón y Alemania, escaldados por todo el horror que desataron hace 67 años, no hay nación fuerte del mundo que no haya tenido un conflicto armado en el último lustro. Dicho con objetividad.




 La conmemoración de su triunfo que Gran Bretaña se apresta a realizar y las declaraciones de Tony Blair --"hubiera hecho lo mismo que Thatcher"-- demuestran que, aun en la caballerosa Albión, se conmueven y gozan con una victoria militar. Esto de Albión trae algo que agregaba De Gaulle cuando Churchill era reticente con la Resistencia francesa: "pérfida", decía el legendario general. Lo decía él y bastante sabía de qué hablaba.




 Dolor argentino porque se fue a buscar un objetivo histórico con una inconcebible ristra de errores, desde estratégicos hasta propiamente militares. Todavía sufrimos la muerte de más de 800 compatriotas y nos agobia la derrota. Nada peor que una guerra perdida. Por guerra y por perdida. La guerra es una calamidad, pero no plantarse en los intereses de un pueblo es una catástrofe. La guerra nunca es buena, pero la paz a cualquier precio no ha sido ni es la vía recomendable.




 Ganar atrae inimaginables amigos. Perder espanta hasta a los que se creía que eran genuinos. ¡Qué soledad envuelve a la caída! Por eso, no es aconsejable pontificar sobre los yerros cometidos el 2 de abril. Es fácil puntualizar conclusiones con los hechos acaecidos. Lo trascendente es proponer rumbos y extraer enseñanzas.




 Lo que no puede hacer la Argentina es despilfarrar su única gran causa colectiva. Podría afirmarse que erradicar la pobreza o elevar el nivel educativo-cultural --no se trata sólo de instruir más, sino de formar mejor-- es asimismo una causa común. Concedamos, pues, que afortunadamente poseemos más de un elemento unitivo. Empero, es innegable que Malvinas lo es y va más allá de la reivindicación de un archipiélago brumoso. Es un sentimiento entrañable. Nace con nosotros y no morirá hasta consumar el objetivo reintegrador, ese que está enfáticamente puesto en la disposición transitoria primera de la Constitución Nacional: las islas, junto con las Georgias y Sandwich del Sur, son "de imprescindible e irrenunciable soberanía por integrar el territorio nacional".




 Causa de todos que deberemos persistir en que sea la de nuestros socios y amigos del mundo. Por eso, es importante disponer de una lúcida política exterior. Necesitamos hacer cada vez mejores amigos y negocios en el orbe y a esos socios sumarlos a la causa recuperatoria. Paralelamente, hay que erigir una sociedad argentina más equilibrada, menos conflictiva, más institucionalizada y respetuosa de la ley, esa que debe estar sólo para ser cumplida.




 Las consignadas son fórmulas muy generales de la orientación que deberíamos imprimir a la política acerca de las Malvinas. No es imaginable que un país moralmente débil, institucionalmente flojo y socialmente fragmentado tenga la aptitud que mostró China para recuperar Hong Kong y Macao o la India el enclave portugués de Goa.




 En la Argentina solemos incurrir en las posturas extremas: o alardeamos que somos los mejores o nos apichonamos en la creencia de que somos de lo peor. El educado a medias --o el guarango o el añejo compadrito de los corrales-- cae en el alarde. El intelectualizado, el que tiene "mundo", se hunde en la autoinferiorización. Aquél quiere una Argentina poco menos que aislada del planeta. Este la quiere casi como el 51º estado de la Unión norteamericana.




 Los intereses de nuestro país no se hallan ni en una ni en la otra posición, obviamente. Sentimentales realistas, diríamos. Una ecuación difícil, pero que combina dos cosas ciertas. Nada puede hacerse sin una cuota de pasión. Tampoco sin partir de la realidad.




 El sentimiento está, aunque intentaron desmalvinizar, como si esta unión de los argentinos apestase o afectase el presente y el porvenir del país. La realidad, también, en el aspecto de que en las islas subsiste un ominoso colonialismo, uno de los últimos que quedan en el mundo. Denunciar ese estado de sometimiento es un modo de ubicarnos mejor en la disputa. Ratificar que reconoceremos el estilo de vida de la población local de las Malvinas y hasta que habrá un lapso de dos o tres décadas para una transición gradual y ordenada de la soberanía. Más, podría acordarse que, por un siglo, el gobierno central de la Argentina no podrá intervenir federalmente en la administración malvinense. Inclusive se podría admitir la circulación bimonetaria en esa jurisdicción. Todas las garantías para que las Malvinas puedan reintegrarse, en el marco de la memorable resolución 2065 de la ONU. Con realismo, sin alardes, pero tampoco sin autodenigrarnos.




 El asunto no es sencillo. En el Atlántico Sur, existe el reservorio de hidrocarburos que le dará energía al mundo en la segunda mitad del siglo XXI, sin perjuicio de todos los desvelos --ciertamente plausibles-- para dotarnos de fuentes energéticas "amigables" como el biocombustible, el hidrógeno, el viento y el sol. Además, Malvinas y las otras islas se hallan en el epicentro de los hielos antárticos tan preciados en la medida que avanzan la escasez de agua dulce y la tecnología para aprovecharla sin desmedro del ambiente (es lo que pensamos que debería ser, aunque no estamos seguros de que se preserve ese equilibrio).




 A 25 años del 2 de abril: ¡Salud, Malvinas Argentinas! Con dolor por la guerra y las vidas perdidas, siguen vivas en el sentimiento nacional. Fueron y serán argentinas.




 El Dr. Alberto Asseff es presidente de UNIR (Unión para la Integración y el Resurgimiento); [email protected]