Bahía Blanca | Lunes, 21 de julio

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El patriota Belgrano

Por Jorge E. Milone.


 Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires, a muy pocos pasos de su amada iglesia de Santo Domingo. En ese convento estudió el prócer las primeras letras y allí yace enterrado, conforme fue su deseo. Hijo de Domingo Belgrano, nacido en Italia, y de María Josefa Peri, quien vio la luz en Buenos Aires, a pesar de que algunos estudios historiográficos conjeturaron que la madre del patriota pudo ser oriunda de la provincia de Santiago del Estero. Sus estudios secundarios los realizó en el Real Convictorio Carolino, donde obtuvo el diploma de licenciado en Filosofía.




 Pero la vida universitaria aguardaba a quien sería más tarde el responsable del éxodo jujeño ante el avance realista que pretendía conjurar al ejército revolucionario. Sus primeros años de estudiante fueron en Salamanca. Pero, finalmente, Manuel logró recibirse de doctor en Valladolid. Al concluir su etapa en la universidad, era evidente que las inclinaciones del patriota estaban definidas hacia el derecho público y la economía política. El Consulado de Buenos Aires lo tuvo como primer secretario y a esta función Belgrano dedicó grandes esfuerzos. El fomento incansable de las nuevas ideas económicas lo condujo a estimular el cultivo del agro, mejorar los caminos, impulsar las manufacturas y ocuparse con celo y dedicación a un combate frontal al contrabando, al que consideró responsable de todos los males que aquejaron al sistema económico que permitió el tráfico ilegal de mercaderías en el puerto de Buenos Aires.




 El viaje de Belgrano a España determinó el futuro de quien crearía, años después, la enseña nacional argentina. No sólo estudió leyes en la península, sino que además formó su pensamiento político y económico, abrevando esencialmente en las fuentes del liberalismo, abrazando las ideas de igualdad, libertad y fraternidad que caracterizaron a la Revolución Francesa de 1789. En tal sentido, fue propicia la presencia de Belgrano en España, porque allí alcanzó a acreditar un prestigio incuestionable entre los criollos que residían en la Madre Patria.




 Pero Belgrano era un periodista en ciernes. Sabía que la educación popular es siempre la base de sustentación del progreso de las naciones. Cuando el pueblo ha sido educado, resulta dificultosa tarea para el tirano o el demagogo obligar a sus conciudadanos a obedecerlo. Ya sea por la prepotencia del autoritarismo, como por la vía del canto de sirena que es propio del método de la demagogia, las naciones caen bajo el yugo de políticos y funcionarios corruptos.




 El periodismo debe ser una escuela de moral pública para que el lector --el ciudadano atento-- comprenda la realidad y pueda vivir, trabajar y pensar en función de aquélla. Por lo tanto, nuestro evocado prestaba capital atención a la comunicación y conocía a la perfección el hecho de que la ética debe ser el equipaje que el periodista lleve siempre consigo a una sala de redacción. En función de esas ideas liminares, Belgrano ingresó en el mundo del periodismo, en las épocas en que la prosa política reinaba en las hojas mediante las cuales se hacía docencia cívica con el fin de preparar al hombre para afrontar las difíciles horas que llegarían: las luchas por las independencias nacionales.




 Belgrano, como hombre de pensamiento y acción, entendía con claridad que los tiempos revolucionarios exigían del patriota convencido de la causa que lo animaba una decisión drástica en materia política: había que formar un gobierno que fuera fuerte y estable, que no pudiese verse afectado por los huracanes de la contrarrevolución.




 La forma de gobierno monárquica constitucional y la restauración dinástica del inca eran las cuestiones que se debatían con fervor en el Congreso de Tucumán. Belgrano sabía que la Declaración de la Independencia de la Argentina era el primer paso para la apertura de una nueva época en la historia de América. Sin embargo, no era ajena al patriota la idea de que un gobierno monárquico y constitucional representaría para la nación un mejor camino tendiente al logro del objetivo final de la madurez política. También creía el héroe que ello evitaría un posible derramamiento de sangre, habida cuenta de que la efervescencia revolucionaria debía canalizarse a través de formas de gobierno de probada experiencia y reconocimiento. Belgrano, como otros patriotas, conocía la realidad política y no se apeaba de sus convicciones filosóficas e ideológicas.




 En años anteriores, su Patria naciente lo había visto actuar con su arrojo característico en 1806, frente al invasor inglés, en ocasión del primer intento imperial por avanzar sobre el Río de la Plata, con las fuerzas al mando de William Carr Beresford. Ciertamente, para no verse obligado a jurar obediencia a la bandera del invasor, el héroe huye a la Banda Oriental. En el mismo año es designado sargento mayor del Regimiento de Patricios. Es cuando el abogado, el periodista, el economista comienza a interesarse por la milicia y estudia afanosamente y sin desmayos táctica y estrategia, con el deliberado objetivo de servir del modo en que las circunstancias exigían a su tierra amenazada por dos imperios.


 


 Pero no pasarán muchos días para que Belgrano renuncie al cargo en el Regimiento y se ponga a disposición de Santiago de Liniers. En 1807, se producirá la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, al mando de John Whitelocke. El virrey Sobremonte es destituido y se designa en ese cargo a Liniers. En esas duras jornadas, vividas con intensidad dramática en Buenos Aires, Belgrano no solamente actúa en defensa de su lar invadido por el extranjero, sino que también comienza a elaborar un proyecto de acción tendiente a llevar a la práctica y a la realidad todo aquello que como periodista explicaba con fervor creciente en sus artículos. Sabía el prócer que la prosa periodística debía encarnarse en los hechos, descender de la hoja impresa al terreno de la vida de todos los días en la convulsionada colonia, para que la aldea se transformase en una gran nación libre e independiente.


 


 En 1809, el alzamiento de Martín de Alzaga contra Liniers encuentra al patriota enrolado en las filas de la defensa del último. Y cuando Cisneros llega a Buenos Aires, la reacción criolla se traduce en la formación de la Sociedad Patriótica. Belgrano entendía con claridad que se debía actuar con premura para evitar que el antiguo régimen pudiera fortalecerse ante el crecimiento del sentimiento patriótico que animaba a la juventud ilustrada que residía en Buenos Aires, y de la que él mismo era un animador principal.


 


 Sin embargo, es cierto que cuando se produjo la creación de la Sociedad Patriótica, en la que militaron Vieytes, Castelli y Paso, entre otros, la señal de que la Patria deberá convocar a sus mejores hombres, por el peligro de que se extendiese hasta estas tierras el largo brazo napoleónico, marca el comienzo de la elongada y cruenta lucha por la independencia argentina. Ello es así porque en esa agrupación se sentaron las bases históricas de la Epoca Patria y Belgrano fue a quien cupo el honor de orientar a toda una generación ilustrada a la que asistía una vocación común por la defensa de la propia tierra.




 Un capítulo de la historia argentina que adquiere la categoría de una de las jornadas principales en la biografía de América es lo ocurrido en la posta de Yatasto en 1814. La enfermedad de Belgrano comienza a agravarse, por lo que San Martín recibe una carta del héroe de Tucumán y Salta, explicándole esa dolorosa situación. El abrazo entre ambos gigantes de la independencia sella una de las etapas más luminosas de las que haya memoria en la historia del continente.




 Cuando los funcionarios públicos en la Argentina de las últimas décadas --que, con empeño de mejor causa, se hacen llamar políticos-- nos hablan de la democracia y de los derechos de las gentes, la estatura del prócer se eleva sobre la mediocridad que infortunadamente reina en su tierra y alcanza alturas de esplendor, como las que el destino sólo reserva a los mejores hombres, a los hijos dilectos de la patria. Por eso, el general Belgrano es hoy, es ayer y es mañana.


 


 En 1819, el gigante de tantas jornadas de sacrificio y austeridad comenzó a padecer los dolores provocados por la grave enfermedad que lo aquejaba. Decide partir desde el Litoral con destino a Buenos Aires, luego de solicitar una licencia al gobierno por el cuadro crítico que le impedía a su cuerpo dar respuesta a lo que su espíritu le dictaba. Ni aun en esos momentos que hubiesen quebrado a una voluntad de hierro, el prócer cedía en su acendrada vocación patriótica.


 


 El 19 de junio de 1820, Belgrano inicia su batalla definitiva frente a la crueldad de lo irremediable. En la jornada siguiente, fallece en horas de la mañana, en la casa paterna.


 


 No podrá escribirse una historia definitiva del continente sin que una página trascendente destaque el invalorable aporte del patriota impar a la noble causa de la libertad y la dignidad del hombre americano.




 Jorge E. Milone, residente en Buenos Aires, es abogado, escritor y periodista.