"La deuda externa era de U$S 3.200 millones"
El capítulo económico es el predilecto del general (RE) Roberto Marcelo Levingston al comparar sus nueve meses como presidente de la República (1970-1971) con la Argentina que inicia el siglo 21.
Cuando revisa los indicadores de entonces, se empeña en recalcar la escasa exposición externa del país y opta por dejar en segundo plano los inquietantes índices inflacionarios y la corrosiva depreciación de la moneda.
"La deuda externa era de U$S 3.200 millones; pero de ese monto, poco menos de la mitad correspondía a los privados", informa Levingston y, puntilloso, muestra los datos publicados por el Banco Central.
La libertad de movimientos que poseía su gobierno para encarar planes y políticas es uno de los caballitos de batalla durante el segundo tramo de charla con "La Nueva Provincia".
"El FMI no podía presionarnos. El país hacía pleno ejercicio de su soberanía porque la autonomía no dependía de que nos dieran más o menos préstamos", se entusiasma el más antiguo de nuestros jefes del Estado con vida.
--¿Se tomaban créditos en el exterior?
--Sí, pero eran montos pequeños comparados con los actuales... unos 50-100 millones, que se usaban para construir obras, inalcanzables con la capacidad de financiamiento del Estado o de los privados. No está prohibido que el gobierno nacional promueva y erija proyectos para apuntalar el crecimiento.
Si algo merece subrayarse como legado de la Revolución Argentina (1966-1973) es el fuerte desarrollo caminero y las numerosas obras de infraestructura. El puente Zárate-Brazo Largo; el túnel subfluvial Santa Fe-Entre Ríos; la central nuclear Atucha I; Embalse-Río Tercero; dique El Nihuil y las centrales hidroeléctricas de Salto Grande y El Chocón-Cerros Colorados son algunos de los emprendimientos finalizados o iniciados en la época.
--¿Le gusta la intervención de los privados en la economía?
--Sí, cómo no... La actividad privada debe ser el motor del país, pero arriesgando recursos propios y no sólo cuando obtiene préstamos favorables del Estado para, a veces, beneficiarse no pagándolos.
--Desde lo ideológico, cuando usted reemplaza al general Juan Carlos Onganía se da un cierto parecido con lo vivido tras la ruptura de la convertibilidad. Adalbert Krieger Vasena, partidario de la libertad de mercados, es sucedido por Aldo Ferrer, que simpatiza con el proteccionismo. Salvando las distancias, un anticipo de lo que fue el tándem Cavallo-Lavagna...
--Sí, pero el presidente era Roberto Levingston. Elegí al doctor Ferrer conociendo sus ideas. Diría que su posición siempre estuvo a la izquierda de la mía. Yo soy un hombre de centro, alejado de los ideologismos que, a veces, deforman la realidad. En una especie de falso nacionalismo, la izquierda, por ejemplo, suele tomar a actores del panorama internacional para proyectarlos como enemigos.
Desde que, en 1861, un viaje del presidente Santiago Derqui obliga a que el vice, Juan Esteban Pedernera, lo subrogue provisionalmente, Levingston resulta el único puntano que logra llegar a Balcarce 50. Recién a fines de 2001, y sólo por una semana, lo emula Adolfo Rodríguez Saá.
Los registros de sus ancestros en el país arrancan, coincidentemente, un año después de la caída de Derqui (1862). Procedentes de Chile --adonde habían arribado desde Alemania--, llegan los hermanos Samuel y David Levingston; enseguida, compran un campo y se dedican a la ganadería.
David se casa con una dama de la sociedad trasandina, Mercedes Sierralta. De esa unión, nacen tres hijos. Uno, Guillermo David, contrae enlace con la maestra Carmen Laborda, perteneciente a una tradicional familia sanluiseña, para concebir también tres retoños: Guillermo, escribano de profesión --ya fallecido--, Roberto Marcelo y Enrique, oficial retirado de la Fuerza Aérea.
Guillermo Levingston (padre) es uno de los fundadores del radicalismo provincial, aunque posteriores discrepancias lo hacen emigrar hacia el conservadorismo. En su dilatado recorrido público, brilla su labor como intendente de la capital puntana y jefe de policía.
"El origen de mi apellido es escocés. Mi familia, de clase media alta. Estudié como pupilo hasta tercer año, seguí el bachillerato e ingresé al Colegio Militar", reseña "el Negro", como lo apodaban en su niñez.
En pocos años, se convierte en competente oficial de Caballería, pasa por las escuelas de Inteligencia y de Guerra. En 1962, durante la tensa escaramuza que dividió al Ejército entre azules (legalistas) y colorados (antiperonistas), Levingston toma partido por los primeros.
De carácter reservado, cortés y serio, en la juventud es famoso por la habilidad dialéctica; compañeros de promoción --su futuro "verdugo", Alejandro Lanusse, entre ellos-- le endilgan una frase poco complaciente: "No sé de qué se trata, pero me opongo".
Hoy, más mesurado, despunta el gusto por las discusiones en el tradicional Círculo del Plata. Por allí, todavía se le marcan las venas cuando algún "especialista" maltrata al general José de San Martín u otros héroes patrios.
"Me molesta cuando historiadores poco responsables nos dicen que eran hombres... ¡si de eso se trata! De hombres que supieron ver sus propias limitaciones y defectos, ganándose el respeto por lo que hicieron. Se dedican a escarbar la historia buscando miserias en lugar de proyectarlos para que nosotros los imitemos en su sacrificio", afirma Levingston.
--Ante la falta de expectativas y las tentaciones que ejercen la vida fácil o las drogas sobre un sector de la juventud, alguna dirigencia --como el propio Raúl Alfonsín-- no desdeña la reimplantación de un servicio militar aggiornado. ¿Qué le parece?
--Sí, estoy de acuerdo. Mire, ya pasaron diez años desde que se abolió la conscripción; más de dos millones de argentinos se quedaron sin recibir educación patriótica para vivir en el orden y la cantidad de analfabetos aumentó hasta un punto descalificante. En nuestras unidades militares, funcionaba la escuela primaria y los soldados salían sabiendo leer y escribir. Como un signo de modernidad, el servicio, ahora, podría relacionarse con el perfeccionamiento de actividades laborales.
--¿La pobreza genera violencia?
--Los problemas sociales, en alguna medida, son ideológicos. Los pobres no crean la violencia sino quienes tienen un espíritu violento y medran con las angustias de amplias capas de la población.
--¿Tenemos identidad nacional?
--Está debilitada. La única expresión unitiva fuerte es el deporte.
--Visto en perspectiva, ¿qué fue más grave? ¿La violencia de los '70, la guerra de Malvinas, la hiperinflación del '89 o la crisis social de 2001-2002?
--Son circunstancias diferentes, pero concurrentes y que aceleraron la decadencia. Hay responsabilidades políticas que, sumadas, dan este resultado. Después de la normalización institucional, se aceleraron las causas que condujeron a esta política de endeudamiento más allá de nuestras posibilidades de pago.
--¿Qué atributo no debe faltar en un presidente: carisma, instinto o estrategia?
--No los pondría en ese orden, aunque los tres son necesarios e insuficientes. Se requiere, además, conocimiento para saber captar el momento histórico. Por supuesto un gobierno no puede hacer base sólo en el carisma. Lamentablemente, muchos piensan al revés y usan demasiada plata para potenciar la publicidad de sus actos. La mejor propaganda son los hechos.
--De volver a nacer, ¿tomaría las mismas decisiones o se permitiría algunos cambios?
--Si volviera a vivir las mismas situaciones cambiaría algunas de mis reacciones porque, de lo contrario, sería un tonto. Igual, no me arrepiento de lo hecho. Nunca tuve un sentido especulativo de la vida.
--¿Quién fue nuestro mejor presidente?
--Prefiero no improvisar un juicio...
--¿Debió enfrentar demandas judiciales por su gestión de gobierno?
--No. Jamás. Por el contrario, siempre perseguí a quienes utilizan los recursos del Estado para delinquir. En nuestro país, por una razón muy particular, se generó impunidad a punto tal que la única detenida es María Julia Alsogaray.
--Cómo imagina a la Argentina en 2025?
--Mmm... es el largo plazo. Resulta difícil hacer un pronóstico; deseo que la situación actual se modifique cuanto antes, aunque la mejoría no será súbita. Sí tenemos la obligación de iniciar el camino; no puede ser que sigamos desaprovechando este bendito país.
Raúl Horacio Mayo/"La Nueva Provincia"