Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Describen cómo las distintas etapas de sueño fijan lo aprendido

Una investigación realizada en Estados Unidos aporta mayores precisiones sobre cómo las distintas fases del sueño se combinan para consolidar el aprendizaje.

   REM es, para muchos, una de las bandas de rock más relevantes de fines del siglo XX, principios del XXI. Sin embargo, no todos sus fans conocen el significado de esa sigla de tres letras que aparece en la portada de sus discos o en las playlists de Spotify.

   REM significa Rapid Eye Movement –en castellano, Movimiento Rápido del Ojo– y designa a una de las fases del sueño más importantes para el ser humano: es durante esta fase que soñamos y, también, que fijamos los aprendizajes (y los recuerdos) que hemos tenido durante nuestra vida diurna.

   “Cuando la gente duerme por la noche, hay muchos ciclos de sueño. El sueño REM aparece al menos tres, cuatro, cinco veces y especialmente en la última parte de la noche. Queremos tener mucho sueño REM para ayudarnos a recordar con más fuerza, por lo que no debemos acortar nuestro sueño”, comentó la doctora Yuka Sasaki, profesora de Ciencias Cognitivas, lingüísticas y Psicológicas de la Universidad de Brown, Estados Unidos. 

   Su investigación aporta mayores precisiones sobre cómo las distintas fases del sueño se combinan para consolidar el aprendizaje. 

   Sus hallazgos acaban de ser publicados en la revista “Nature Neurociences”, y sugieren que el sueño REM no es más importante que el sueño no-REM para aprender nuevas habilidades, ya que ambas fases desempeñan funciones esenciales y complementarias de procesamiento neuroquímico. 

   Más precisamente, Sasaki demostró que mientras que el sueño no-REM mejora nuestro desempeño de las habilidades recién adquiridas, el sueño REM estabiliza esas mejoras y evita que se sobrescriban con el aprendizaje del día siguiente (cualquier parecido con el funcionamiento de un disco rígido de la PC…).

   Aprender (o, mejor dicho, los procesos que lo posibilitan) depende de dos factores: flexibilidad y estabilidad. El dormir aporta ambos. Flexibilidad responde a lo que los expertos en sueño llaman “ganancias de rendimiento fuera de línea”, que significa que el aprendizaje adquirido durante la vigilia se “mejora” durante el sueño, sin requerir ningún entrenamiento adicional. 

   Estabilidad, en cambio, es sinónimo de la llamada “resistencia a la interferencia”, que denomina la protección conferida por el dormir a las habilidades aprendidas para que no se vean interrumpidas o sobrescritas por el aprendizaje que se incorpore después de despertar.

   La doctora Sasaki realizó sus experimentos con voluntarios en los que, a través de estudios de neuroimágenes, se pudo evaluar los mecanismos biológicos involucrados en el aprendizaje visual (la capacidad de recordar cosas vistas) durante el sueño y la vigilia. 

   Ella y sus colegas hallaron que la flexibilidad aumentaba durante el sueño no REM, lo que se correlacionaba con un mejor desempeño en las tareas después del sueño (asociadas a los nuevos aprendizajes/recuerdos). 

   Pero luego, durante el sueño REM, la flexibilidad caía al tiempo que se observaba la estabilización del aprendizaje del día anterior: lo que parecía evitar que se perdiera cualquier mejora al despertar.

   En otras palabras, la etapa REM puede hacer que el aprendizaje antes de dormir sea más resistente a la interferencia del aprendizaje posterior. “Espero que esto ayude a las personas a darse cuenta de que tanto el sueño no REM como el sueño REM son importantes para el aprendizaje”, concluyó la investigadora norteamericana. 

   “Un buen descanso cumple un rol central en la consolidación de aprendizajes y de la información novedosa, con lo cual dormir mal afecta la atención, la concentración, la flexibilidad cognitiva y todas aquellas habilidades que son clave para el aprendizaje”, comentó el doctor Pablo López, Director Académico de Fundación INECO y especialista en sueño, que destacó la importancia de respetar las horas de sueño recomendadas para cada etapa de la vida, que llega a las 10 a 13 horas diarias en los niños pequeños y que luego se reduce a entre 7 y 9 horas en los adultos.