La noche que cinco grandes derrotaron a cinco magníficos
En el mítico Salón de los Deportes de Soler 444, el seleccionado bahiense de básquet recibió al club Villa Crespo, el equipo más importante del momento, que llevaba una racha de 53 partidos invicto.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
En 1964 el básquet de Bahía Blanca comenzaba a tener un nombre en la escena nacional. Algo distinto estaba ocurriendo en una ciudad donde ese deporte había ganado un lugar especial en el corazón de la gente, con algunos logros ya destacados a nivel provincial y nacional.
Pero la década del 60 trajo al ruedo a una figura superlativa: Atilio Lito Fruet, un jugador distinto, de carácter, goleador y gran reboteador. Campeón de primera con Independiente en 1960 y con Olimpo en 1961, muy pronto encontró compañía.
En Estudiantes comenzaba a destacarse Alberto Pedro Cabrera, un base, cerebral, creativo, disciplinado. Olimpo, por su parte, había sumado a sus filas a un joven estudiante llegado de Necochea, José Ignacio De Lizaso. Esos milagros que a veces ocurren, de coincidir en tiempo y espacio tres jugadores de una categoría superlativa.
Eran jugadores amateurs, por completo. Trabajaban o estudiaban y algunos días a la semana entrenaban en sus clubes. Participaban de la competencia local y una vez cada año disputaban el título provincial y, de ganarlo, formaban la base para representar a la provincia en el Torneo Argentino.
Entonces, la medida de su juego estaba muchas veces en manos de los partidos amistosos que realizaban con equipos foráneos, amistosos que de ninguna manera tenían ese carácter para los locales, que tomaban cada encuentro como una verdadera final, motivados por un nivel de juego que les permitía jugarle de igual a igual a cualquier rival.
Fue en ese banco de pruebas que llegó a la ciudad el club Villa Crespo, el equipo más destacado del país, ganador de los últimos torneos porteños, base del seleccionado nacional, con una formación inicial que funcionaba como una verdadera máquina. Los habían apodado “Los cinco magníficos”, llevaban 47 partidos invictos y no había rival que siquiera les hiciera fuerza. Era, sin dudas, una buena medida.
Choque de planetas
En un escenario extraño, el mítico Salón de los Deportes de Soler 444, se jugó el primero de los dos encuentros pactados, con la general a 100 pesos y hora de arranque a las 21.30.
Los jugadores visitantes eran famosos, reconocidos, habituales protagonistas de las páginas de la revista El Gráfico, campeones porteños y con roce internacional. Por eso comenzaron con un juego arrasador, ganador, sacando ventaja, ensayando pases de faja, cambios de dirección y hasta entregas de pelota con efectos. Un espectáculo, justo es decirlo, que la gente disfrutaba, aunque fuera el visitante el que marcaba la diferencia.
Pero, el seleccionado local tenía también su fuego. No se amilanó, no se dejó intimidar y comenzó a devolver ataque con ataque, lujo con lujo y ensayar una marca a presión sin respiro. Así fue que emparejó el tanteador y se fue tres puntos abajo al descanso, 37-40.
Lo que había ocurrido en esa primera parte era algo, de acuerdo a la crónica de este diario, “que nunca se había visto en la ciudad”, por la calidad del juego, la entrega, el fervor de ambos equipos, fue “algo inolvidable y maravilloso”.
La segunda parte no cambió. Villa Crespo se mantuvo en modo campeón, serio, aplomado, vistoso. Los locales tenían en cancha a Fruet-Cabrera y De Lizaso, de 23, 19 y 20 años, tan jóvenes como talentosos. Más Poloni y Castaldi, que no se quedaban atrás.
La tribuna en silencio, dramatismo, aplausos, expectativa. De pronto la presencia para ver al mejor equipo del país se trastocaba por la posibilidad de ver ganar a los locales. El juego termina empatado, 75 por bando. Más no se podía sufrir. Primer alargue, gol y gol, 9 puntos por bando, 84 a 84. Segundo alargue.
Con Fruet y Castaldi ya en el banco por cinco faltas, surgió entonces la potencia de De Lizaso para marcar una diferencia en los últimos segundos, cerrando la noche con un histórico 90 a 86. Un marcador desusado para la época, un goleo enorme, un juego extraordinario. Los cinco magníficos habían caído en Bahía. Se había terminado su racha ganadora. Les quedaba la revancha, al día siguiente.
Segundas partes también pueden ser buenas
Estadio lleno en el Salón. En una cancha improvisada, que apenas tenía las medidas reglamentarias y con el aro que daba sobre Soler amurado a la pared, duro. El partido empezó con menos calidad que el anterior, sin sutilezas ni lujos, con más cuidado. Era claro que lo que marcaba cada movimiento era la fuerza y la emoción.
Los dos equipos con marca a presión, a no dejar tirar. Fruet sobre Ferello, Cabrera sobre Ros, De Lizaso sobre Valdez. El local se puso 12 a 5 pero la visita reaccionó. Se asentó Battilana, se despegó Ferello de su marca gracias a buenas cortinas y los pivotes se hicieron fuertes. Villa Crespo remontó, pasó al frente y sacó una luz de diez puntos.
En el segundo tiempo, un poco apagados los tres grandes, tomaron protagonismo Requi, Poloni y Castaldi. En la mitad del juego el marcador estaba igualado. No había armonía en ninguno de los equipos, era todo pujanza, gritos, goles y rebotes. Cuando se fue Fruet por cinco faltas el equipo mantuvo su funcionamiento. Luz roja, chicharra, final y otra vez igualdad, 63 a 63. Otra vez suplementario. La gente deliraba.
Pero esta vez bastó un único tiempo adicional para definir el pleito. Porque en ese alargue un equipo copó la cancha, el local, movido por un “deseo incontenible de ganar”, y si bien Villa Crespo jamás se entregó, “no pudo vibrar al mismo ritmo”. Fue un final otra vez de cuatro puntos, 74 a 70. Poloni aportó 23 puntos, Fruet 13, Cabrera 13. También jugaron C. Marini, J. Ginóbili y M.A. Chicharro.
Fueron dos noches apoteóticas, brillantes, cargadas de emoción, con el básquet en su máxima expresión y el seleccionado local marcando brillando como nunca antes. Y si bien no hubo titular alguno en los medios porteños, un amistoso no pareciera merecer demasiada atención, el “Bahía Blanca derrotó a Villa Crespo” fue un hecho relevante, un quiebre, una maravillosa carta de presentación.
Posdata: 3-1
Villa Crespo volvió por su revancha un año después, septiembre de 1965, con los mismos titulares y un par de meses después de haberle ganado en el Luna Park al Real Madrid, bicampeón europeo. Esta vez los encuentros se jugaron en las baldosas del Osvaldo Casanova del club Estudiantes. El primero fue para Villa Crespo, 87 a 76, que así pudo finalmente festejar en Bahía.
El segundo dejó en claro que la casa estaba en orden y fue para los nuestros, 81 a 72. En esta oportunidad, a los tres grandes se sumaron Requi, Poloni, O. Storti, Lousteau, Karanicolas y Chicharro.