Bahía Blanca | Sabado, 26 de julio

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Vivir en el lugar de siempre: por qué los argentinos casi no se mudan

El recambio habitacional es de los más bajos del mundo: sin crédito, con rigideces y muchos miedos.

"La vivienda deja de ser un bien evolutivo y se transforma en un punto de llegada"

En un país donde la vivienda representa más una meta que una herramienta de progreso, cambiar de casa no es una práctica común.

Mientras que en países como Estados Unidos, Reino Unido o Francia las personas se mudan entre seis y diez veces a lo largo de su vida, en Argentina ese número se reduce drásticamente: la mayoría de la población realiza apenas una o dos mudanzas, muchas veces asociadas a la compra de una primera y única propiedad.

La explicación a esta escasa movilidad habitacional no es una sola. Hay un cóctel de factores económicos, culturales y estructurales que limitan el recambio.

Según Mariano García Malbrán, presidente de la Cámara de Empresas de Servicios Inmobiliarios (CAMESI), "en otros países, la vivienda forma parte de una ruta de movilidad social y económica; en Argentina, sigue siendo un destino final o, peor aún, un objetivo inalcanzable".

El término "recambio habitacional" refiere al número de veces que una persona accede a una nueva vivienda a lo largo de su vida. En mercados desarrollados, es usual que las personas comiencen con una propiedad más pequeña, se trasladen a una más amplia durante la crianza de hijos, y luego a una más reducida y accesible al envejecer. Este modelo, conocido como "housing ladder" en el Reino Unido, está lejos de replicarse en la realidad local.

En Argentina, las mudanzas no responden tanto a una lógica de evolución patrimonial sino a cuestiones forzadas: estudios, empleo o cambios familiaresSin acceso a crédito hipotecario, con una economía inestable y con un mercado inmobiliario rígido, el resultado es un parque habitacional estancado. Muchas personas permanecen durante décadas en la misma casa, ya sea por herencia, por apego emocional o por la imposibilidad concreta de mudarse.

Según datos oficiales, la mediana de edad de quienes se mudan entre provincias es de 31 años. La mayoría son jóvenes adultos que se movilizan en busca de empleo o formación, y no necesariamente por la compra de una propiedad. Este tipo de movilidad, más defensiva que planificada, dista mucho del ideal de progreso patrimonial que se observa en otros países.

La falta de crédito es uno de los principales cuellos de botella. En las últimas dos décadas, menos del 10 % de las operaciones inmobiliarias en el país se realizaron con financiamiento hipotecario. La mayoría de las compras fueron al contado, ya sea con ahorros acumulados o con ayuda familiar. Esto contrasta con mercados donde el crédito no solo es accesible, sino que está pensado como una herramienta natural para la movilidad residencial.

"La vivienda deja de ser un bien evolutivo y se transforma en un punto de llegada", resume García Malbrán. Y esto tiene consecuencias más allá del mercado inmobiliario: impacta en el desarrollo urbano, en la rotación del parque habitacional y en la posibilidad de nuevas generaciones de acceder a una propiedad.

En ciudades con alta movilidad, los barrios se renuevan, la oferta se adapta a la demanda y los precios se ajustan de forma más dinámica. En contextos como el argentino, en cambio, la rigidez genera un mercado cerrado, con pocos incentivos para el recambio. Esto desalienta a los jóvenes, encarece los alquileres y profundiza las desigualdades entre zonas consolidadas y periferias subutilizadas.

Además, hay otro problema estructural: la informalidad. Numerosos inmuebles no tienen su documentación en regla o están atados a trámites sucesorios que demoran años. Esta situación impide que se comercialicen legalmente, reduciendo aún más la oferta efectiva y alimentando la percepción de que "no hay propiedades disponibles".

Para los especialistas, la solución no se reduce a un solo frente. Hace falta un combo de medidas: acceso real al crédito, seguridad jurídica, incentivos fiscales y profesionalización del sector. García Malbrán advierte que "sin reglas claras y financiamiento sostenible, el mercado seguirá atrapado en la inercia".

El modelo argentino, centrado en la propiedad como meta definitiva, fue útil en otra época. Pero hoy, en un mundo donde la vivienda también cumple funciones de inversión, movilidad y adaptación, esa idea comienza a mostrar sus límites. Cambiar de casa debería ser parte de una trayectoria de vida posible, no una excepción reservada a unos pocos afortunados.

Mientras tanto, millones de argentinos siguen viviendo donde pueden, no donde quieren. (Ámbito)