Bahía Blanca | Domingo, 20 de julio

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Cuando la visibilidad es adictiva

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Mientras el país, y hasta el mundo, siguen el juicio por la muerte de Maradona, emerge la “justicia divina”, que no es el accionar de la Justicia en todo su esplendor, sino una especie de documental clandestino protagonizado por la propia jueza del caso.

Cabe preguntarse qué pasó por la mente de la jueza para cometer semejante barbaridad. Desde este espacio las preguntas se amplían: ¿Es un problema de ego? ¿De narcisismo? ¿Adicción a la fama y redes?

Generalmente cuando alguien habla de sí mismo de forma permanente nos damos cuenta. Estamos frente a un ser que se quiere muchísimo a sí mismo y suele mostrar poco respeto hacia los demás; de esto pueden dar cuenta todos los involucrados en el juicio por la muerte de Diego Maradona. 

Para el Psicoanálisis el ego es una “instancia psíquica mediante la cual una persona se reconoce 'como yo' y empieza a ser consciente de su propia identidad”. Pero, cuando el ego se manifiesta de forma constante y persistente, está exacerbado y traspasa la frontera de lo lógico y de lo aceptable para vivir en convivencia con los demás, hay un problema.

Algunas de las características de quien se cree ombligo del mundo son: sabelotodo, da consejos desde un lugar de superioridad, es centro de atención, autorreferencial, necesita el aplauso y todo lo hace para ser reconocido por eso el reconocimiento constante es fuente de motivación, entre otras.

Un problema de ego suele ser la antesala a un problema de salud mental, pues el límite con el trastorno de la personalidad narcisista es ínfimo. 

El narcisismo es una enfermedad de salud mental en la cual la persona tiene un aire irrazonable/desmedido de superioridad. Se cree mejor que el resto, siente que merece recibir privilegios y un trato especial, no tolera la crítica, y detrás de esa máscara de absoluta confianza en sí mismo, hay inseguridad. Suele ser envidioso, arrogante y engreído.

En Psicología se hace mención al complejo de Eróstrato para referirse a personas con baja autoestima y con un deseo de fama tan intenso que se hace cualquier cosa para alcanzarla. Todo debe ser visto, todo debe ser mostrado, y la tecnología es la vía canalizar ese deseo.

Hay una gran necesidad por ser visto, tener seguidores, ser popular, ser influencer, y si además todo eso permite facturar y aumentar los ingresos o gozar de “canjes”, favores y sobres, todo vale. 

¿Todo vale? 

Al parecer si, ya que se activan sistemas cerebrales, los mismos que en el consumo de sustancias. La liberación de dopamina genera que se refuerce el comportamiento y se genere una y otra vez contenido en redes para obtener la gratificación.

La fama se ha democratizado, cualquiera puede llegar a ser tendencia y captar la atención y en este entramado el ser visible, es la nueva droga del siglo XXI. Si bien es necesario el reconocimiento, la mirada y/o registro de los otros porque nos convierte en sujetos, cuando hay una percepción del reconocimiento idealizada y fantasiosa, potenciadas por las redes sociales y el imperativo es “muestro, luego existo”, sin dudas hay un problema.