Bahía Blanca | Miércoles, 25 de junio

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Willie, gaitero del atardecer

Se trepa a médanos costeros y frente al mar con la gaita despide el sol de los veranos que se esconde en el horizonte atlántico de Sauce Grande.

Por las venas de Willie circula sangre escocesa.

Es un sonido ancestral, música remota que viene de lejos. Viento que el hombre transforma en melodía única e inconfundible mediante un antiquísimo instrumento musical.

La gaita es popular especialmente en Escocia lo mismo que en España y hay testimonios que fue utilizada por babilonios, egipcios, hebreos, romanos y celtas antes de la llegada de Cristo.

Willie se trepa a médanos costeros y frente al mar con la gaita despide el sol de los veranos que se esconde en el horizonte atlántico de Sauce Grande.

Momento mágico, donde los acordes se conjugan con el sonido de la rompiente. Música y naturaleza conforman una gran orquesta celestial en la despedida del día que enciende la noche de los faros.

Por las venas de Willie circula sangre escocesa. En su adn hay huellas milenarias de gaitas y cornamusas con misteriosos sonidos a los que el viento le da vida.

Sus abuelos escoceses, veteranos de la segunda Guerra Mundial, se radicaron en la Argentina. El abuelo fue capitán de una lancha torpedera de la Marina Real en el Mediterráneo y el mar del Norte.

Su mamá, Christine Walsh, trabajó en la biblioteca Lincoln, cerca de la plaza San Martín en el barrio porteño de Retiro. Allí Jorge Luis Borges le pedía a Christine que le leyera cuentos en voz alta. Sin la luz de sus ojos, disfrutaba mucho la pronunciación del inglés de la joven escocesa.

Christine conoció a su esposo hijo de españoles cuando ambos estudiaban en la facultad de Psicología de la Universidad de El Salvador. De ese matrimonio alumbró Guillermo, Willie para los amigos, que reside en el norte del Conurbano y en los veranos recrea despedidas del atardecer frente al Atlántico montermoseño.

En Escocia es rito la ceremonia del atardecer con sonidos de gaita. En Sauce, cuenta Willie, todo comenzó en el verano del 85, en el médano con vista al sol, rodeado de vecinos en reposeras, con whisky y hielo incluido. Sauce en sus comienzos fue planeado y habitado por muchas familias de origen británico. El convento de monjas de Sauce perteneció a una congregación irlandesa. Esto explica la elección de Willie para el ritual del llamado de la sangre.

Mientras filmaba el clip del atardecer, asocié el médano con el sol, principal estrella de nuestro sistema planetario. Y recordé a Carl Sagan, el gran investigador del cosmos que hace más de 40 años pronunció una afirmación que pareció aventurada. “Hay más estrellas en el universo-dijo- que granos de arena en playas y desiertos de la tierra”.

Recientemente un astrónomo de la Universidad de Cambridge dio la razón a Sagan: son más las estrellas que los granos de arena de todo el planeta. Los números comparativos son galácticos, de 23 cifras, sextillones…

En el momento único de sonidos de gaita despidiendo a la estrella del sol desde el médano, uno comprende el lugar que ocupamos en la escala del universo. Apenas un grano de arena y son más las estrellas que todos los granos de arena en la tierra.

***

Comparto las reflexiones de dos amigos que estamparon cuando publiqué en Facebook el clip de la ceremonia del médano:

- “Hay más contenido, historia, sentido y memoria en ese ritual que en toda la literatura que ha pretendido explicarla. Una irrepetible experiencia que se pierde en la noche de los tiempos” (Ricardo Margo)

- “Ante tanta inmensidad,

la gaita suelta su trino,

para marcar el camino

por toda la eternidad...

que llegue a la humanidad

y sea como un lucero,

que recorra el mundo entero

llevando amor en su cauce,

nacida del mismo Sauce,

en la pasión del gaitero”

(décima de Carlos Pintoresco Gonzalez)