¿Las comparaciones son odiosas?
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Sin darnos y a veces con intención, vivimos comparando.
Marcas, autos, países, políticos, trabajos, la lista puede ser interminable. Los varones en cierta etapa, hasta comparan sus genitales; y obviamente comparamos servicios, tarifas, y todo aquello que involucra pagar un precio
¿Por qué comparamos? ¿Por qué nos comparamos? ¿Enemiga de la autoestima o plataforma hacia el crecimiento y la superación?
La tendencia realizar comparaciones no viene en el bagaje genético. Un recién nacido vive en un “mundo de felicidad inconsciente” o limbo ideal por un tiempo acotado, puesto que entre el primer año y los dieciocho meses se da un acontecimiento que marca para siempre su desarrollo.
Alrededor de los dos años se topa con un espejo, se mira y se reconoce por primera vez en la imagen que el cristal refleja. Si hay familiares alrededor hay hasta una especie de celebración. Con un gesto de sorpresa y con el mismo dedo índice que explora el mundo, toca su propia imagen.
Concibo ese día como un segundo nacimiento o “día del descubrimiento de uno mismo”; de ahí en más todas las palabras y mensajes positivos o negativos, todos los gestos, aun las omisiones o la indiferencia de tu grupo familiar y otros cercanos y significativos, van esculpiendo tu autoestima. Luego, parte de ese modelado cae en manos de educadores y compañeros de escuela.
Teniendo en cuenta las interacciones, considerando que fueron positivas, óptimas, afectuosas, y de acuerdo con la teoría de Sigmund Freud, se va creando el “yo ideal” indispensable para poseer y gozar de una muy buena autoestima para tu vida presente y futura.
Así, el mundo que te rodea, constituido por personas, objetos y lugares se convierten en los semejantes y diferentes, en parecidos o distintos. Esos nuevos espejos constituyen a partir de ese momento el mundo de comparaciones, de confrontaciones y similitudes.
Espejos y cristales que se multiplican en la adolescencia con grupos de amigos y otros modelos sociales, continúan aportándote información sobre tu identidad y hasta tu destino. Si el cristal refleja información negativa seguramente tu identidad se ve resquebrajada.
¿Recordás las comparaciones a las que fuiste sometido y el impacto que produjeron? ¿En este momento qué estás comparando?
Las comparaciones traen consigo etiquetas: quien pinta es el creativo de la familia, quien disfruta dormir es el haragán, y el atleta será estrella deportiva.
Imposible deshacerse de comparaciones cuando la sociedad insta a realizarlas, a veces de manera cruel. Comparar, compararnos, centrándonos permanentemente en las debilidades por sobre las fortalezas, en las carencias por sobre las facultades, recrearse mirando lo que el otro es o tiene, es una forma de dinamitar la autoestima.
Hacé un autoexamen, seguramente verás que tenés más cualidades de las que creés, más atributos de los que imaginás. No es malo comparar si es una plataforma para lanzarse hacia otras oportunidades o se constituye en una vía de superación, pero es terrible cuando comparando la inseguridad se torna crónica y quedamos adheridos sin poder salir de allí.