Hoy es el día de su majestad, el mate
Ese jarrito, esa yerba, el agua que se vuelca, el mate que va y viene, que acompaña y no olvida.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
No podía ser de otra manera. El mate tiene su día. Es hoy. A ningún argentino hay que explicarle que significa el mate, todo lo que implica. A un ajeno se hace difícil detallarle todos los alcances que este jarrito con yerba tiene. Es como el tiempo, cuando San Agustín decía: “¿Qué es? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Porque el mate es un hecho cultural, es mucho más que una tradición o un compañero. El algo que va pasando de mano en mano en una ronda de amigos, en una mesa de trabajo en un espacio de estudio. Es la posibilidad de modificar el ánimo, de la pausa, de la excusa, de la charla, del silencio mirando el cielo.
En 1890 el francés Alfred Ebelot, que dirigía las obras de construir una zanja para evitar los malones, lo estudió mejor que muchos. Lo llamó “símbolo de la vida del desierto”.
“Es un excitante, al propio tiempo que un brebaje de sustento. Entona el organismo cuando está cansado. Entretiene y tranquiliza el estómago, cuando se está hambriento. A medida que va y viene, las fisonomías se animan, los ojos pesados de sueño brillan, el escalofrío matutino está reemplazado por un delicioso bienestar, la charla se arma que da gusto”.
Julio Cortázar lo hizo parte y alma de Rayuela, su libro emblemático. Lo llamó “pulmón de repuesto de argentinos tristes y solitarios”.
«Si se me acaba la yerba estoy frito, pensó Oliveira. Mi único diálogo verdadero es con este jarrito verde». Rayuela está impregnado de mate y costumbrismo. Oliveira, protagonista, protagonista “Estudiaba su comportamiento extraordinario, la respiración de la yerba fragantemente levantada por el agua y que con la succión baja hasta posarse sobre sí misma, perdido todo brillo y todo perfume a menos que un chorrito de agua la estimule de nuevo, pulmón argentino de repuesto para solitarios y tristes”
Jorge Luis Borges, que no era gran tomador, apuntó que el mate servía para medir las horas vacías, las horas sin sentido. "Y somos desganados /y argentinos en el espejo/y el mate compartido mide horas vanas", escribió. En otro poema supo sin embargo leer el significado que tenía. "Iguálenos el mate parejo y compartido,/el mate que es de muchos/como el sol y la luna;/volcancito que humea caliente/como un nido,/manso reló/que mide las horas de la duda".
Ezequiel Martínez Estrada, con su habitual tristeza, compartía mates con su mujer en su vivienda de la avenida Alem y Santiago del Estero, “De ti a mí, mano a mano,/el mate viene y va./El mate es como un diálogo/con pausas que llenar”.
José Hernández lo puso en manos de los gauchos o, mejor expresado, lo consideró una extensión de esas manos. “Y sentao junto al jogón/a esperar que venga el día,/al cimarrón se prendía/hasta ponerse rechoncho,/mientras su china dormía/tapadita con su poncho”.
José Larralde, músico, lo llenó de agua y poesía. «En tu pancita verdosa, cuantos paisajes miré, cuantos versos hilvané, mientras gozaba tu amargo, cuantas veces te hice largo y vos sabías por qué.» Atahualpa Yupanqui no se quedó atrás. "El mate es cosa de uno y de todos, es amargo o dulce según el alma que lo ceba, y aunque parezca poca cosa, tiene el sabor de lo eterno."
Hoy es el día del mate. Habrá que rendirle especial homenaje. Unos verdes, unos amargos, un matecito. Que sea para medir las horas vanas, que sea para la pausa, que sea para el encuentro y la charla, para una vez más sentir el sabor de lo eterno, de los efímero, de aquello que era y fue, que fue y volverá a ser.