Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Eugenio Martínez y el día que tembló el palacio municipal

La asunción de Eugenio Martínez al sillón de Bordeu en 1973 se hizo en clima de hostilidad y con consignas que anticipaban un clima político que marcaría a fuego una década. El acto de jura incluyó silbidos, enojos y hasta un final inesperado. 

Eugenio Martínez jura como jefe comunal, 25 de mayo de 1973

El 25 de mayo de 1973 Eugenio Martínez asumió la intendencia municipal en medio de un clima festivo. El acto tuvo lugar en el hall del palacio comunal pero un hecho inesperado obligó a Martínez a apurar su discurso no sin antes manifestar su enojo con la actitud de gran parte de los asistentes.

Si bien se ha impuesto –con cierta lógica—que el regreso de la democracia al país se verificó en 1983, la realidad indica que ese hecho puede ubicarse diez años antes.

En 1973 las urnas que estaban “bien guardadas” salieron finalmente a la luz del cuarto oscuro y, levantada la proscripción que desde 1955 tenía el partido Peronista, Héctor Cámpora accedió a sus 45 días como presidente. En nuestra ciudad, el candidato justicialista, Eugenio Martínez, obtenía la jefatura municipal con el 40% de los votos.

Martínez firma como jefe comunal ante la atenta mirada de Víctor Puente

Lo turbulento de aquel año en materia social y política excede esta nota, pero la jura de Martínez como intendente sirve muestra sobre lo convulsionado del ambiente que conduciría, fatalmente, a un nuevo golpe cívico-militar tres años después.

Una jura que anticipaba un clima

Eugenio Martínez, bahiense, 53 años, ex corredor de automovilismo y operador de la estación de servicio Isaura en Florida y Alem,  juró el cargo la tarde del 25 de mayo de 1973.

El acto se llevó a cabo en el hall del palacio municipal, el cual estaba desbordado de gente que buscaba ser testigo de la salida de Víctor Puente –a cargo del Departamento Ejecutivo desde abril de 1972-- y la asunción del nuevo intendente.

En la planta alta, asomados sobre la baranda que daba al hall, se ubicaron cientos de jóvenes, que, desde muy temprano, cantaban las consignas y estribillos que habían repetido durante la campaña electoral y que ahora ensayaban con más fuerza y vehemencia, entre gritos, saltos y bombos.

El clima era de celebración y se imponían distintos tipos de canticos, desde el “Perón, Evita, la patria socialista” hasta otros más agresivos --“Tomala vos, damela a mí, con los gorilas nos vamos a divertir”—y los más componedores como “Martínez y Perón, un solo corazón”.

Silbidos para el amigo

El acto lo abrió Víctor Puente, aunque su discurso no logró pasar de unas pocas palabras. “Se inicia hoy, dijo, una etapa largamente esperada por un pueblo de profunda vocación democrática y de respeto a sus instituciones, que aspira a trabajar en paz con una meta común: la grandeza de este bendito suelo”. No pudo hablar mucho más. A pesar de lo conciliador de su discurso poco a poco fue aumentando la hostilización hacia su figura, con silbidos y más canticos desde las galerías altas. Puente no se amedrentó y articuló algunas frases finales. “Estoy inmensamente feliz porque dejo el gobierno en manos de alguien a quien conozco hace muchos años y que es un enamorado de Bahía Blanca”.

Cuando tomó la palabra Martínez, su enojo y fastidio eran evidentes. Primero marcó la cancha al manifestar su gratificación por recibir el mando “de manos de un amigo”, el mismo que en momentos críticos de su vida, dijo, le había dado asilo en su casa, brindándole “el aliento necesario”.  “Es un hombre bien nacido y honesto y es de buen peronista reconocerlo”, señaló en referencia a Puente.

El rostro de Martínez da cuenta de su fastidio y enojo por los silbidos a su antecesor. El clima enrarecido anticipaba lo que marcaría los años de su gobierno.

Sus palabras, mirando hacia la parte alta con gesto adusto y de enojo, acallaron un tanto las manifestaciones, aunque en pocos minutos volvieron a dominar la escena, con un cariz diferente, anticipando en parte la etapa oscura y dolorosa que vendría. “FAR y Montoneros son nuestros compañeros”, se escuchaba, seguido del pedido  de “una patria socialista”. Martínez retrucó esos vivas: “Perón nos exige trabajar por la paz y por el reencuentro de todos. El que no lo quiera así será un traidor a Perón, pero también a San Martín y al Chacho Peñaloza, que nos están observando”, dijo.

Y anticipando en parte la postura de Perón del 1º de mayo del año siguiente, cuando echó a los Montoneros de la plaza de Mayo, se dirigió “a los muchachos que gritan con entusiasmo” y les remarcó la necesidad de trabajar todos juntos por el éxito de la gestión. “El que así no lo quiera o que pretenda desconocer la orden de nuestros conductores, ante todo el mundo proclamo que no son leales, que son traidores”.

Fue entonces que  Martínez puso un abrupto final del acto, haciendo el clásico saludo con los dedos en “V”. Pero esa decisión no fue por el fastidio por la actitud del público sino preocupado por un comentario que, minutos antes, le hicieron al oído.

Un latido para el infarto y el final inesperado

No sólo la bombonera late. Aquella jornada de 1973 el palacio comunal también vibró con los cantos, los bombos, los saltos y los gritos. Fue mientras Martínez daba su discurso que un funcionario del gobierno saliente se acercó y le habló al oído. “Esto que está pasando es preocupante intendente, tenemos un informe técnico que alerta sobre el riesgo que este tipo de vibraciones supone para el edificio”. Y agregó: “De acuerdo al mismo, un exceso podría provocar el derrumbe de la cúpula”. 

La gente en los pasillos y el riesgo de que la cúpula colapsara

Martínez se alarmó ante semejante situación. El informante le aportó entonces un dato más: “Hace unos años tuvimos que sacar todas las máquinas IBM del hall por ese inconveniente”. Anoticiado, el jefe comunal apuró su discurso y rápidamente se dirigió a su despacho. Poco a poco los presentes fueron dejando el lugar y el edificio dejó de temblar. Dos meses después sería amenazado de muerte mediante una llamada telefónica a su domicilio mientras el frente del municipio aparecía pintado con las leyendas “Si Evita viviera sería montonera” y “Perón al poder, con el pueblo y sin traidores”

Por la puerta grande

Martínez fue jefe comunal hasta el golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Aquel día los militares lo custodiaron hasta la puerta del palacio municipal, respetando su investidura y reconociéndolo como “un hombre de bien que debía regresar a su hogar”.

El presidente Juan Domingo Perón estrecha la Mano de Eugenio Martínez, 1974

Su lugar fue ocupado, una vez más, por su amigo, Víctor Puente, quien sería el encargado, siete años después, de entregar nuevamente el mando en otro regreso al régimen democrático, esta vez al abogado Juan Carlos Cabirón, candidato del radicalismo, partido que por primera vez vencía en la urnas al peronismo en nuestra ciudad.

Ni helicóptero ni puerta trasera. El 24 de marzo de 1976 Martínez se fue por la puerta de la municipalidad.