Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

"Como familia estamos viviendo un momento bastante especial", contó Leandro Ginóbili

Manu hizo emocionar a todos cuando habló de Yuyo, su papá, durante el discurso en la inducción al Salón de la Fama. Su hermano mayor estuvo ahí.

Brillante fue el discurso de Manu. Fotos: Basketball HOF y archivo-La Nueva.

 

Por Fernando Rodríguez

Twitter: @rodriguezefe

Instagram: ferodriguez_

(Nota publicada en la edición impresa)

 


   El discurso pensado, estudiado, cuidado y con poco de improvisado por un momento dejó de lado a ese jugador con una riquísima historia plagada de éxitos, para darle lugar al hombre terrenal, al hijo, al chico que todos llevamos adentro y en algún momento exteriorizamos: Ginóbili volvió ser Emanuel, Manu.

   A ese tipo simple, que estaba iluminado en otra noche especial frente a un puñado de privilegiados, de repente se le apagaron las luces y se le vino la imagen de Yuyo, Jorge para los menos cercanos.

   “Papá...”, alcanzó a decir.

   Fue un momento de quiebre, de remover sentimientos hasta lo más profundo, retrocediendo y recordando los inicios, donde todo empezó, agradeciendo a su ladero, cómplice y guía por mucho tiempo.

   El público presente lo acompañó y apoyó con un aplauso y algún "vamooos Manuuu...".

   Él se tocó la nariz, hizo silencio, respiró conteniendo las lágrimas y agachó la cabeza. Tomó fuerzas, apoyó los codos en el atril, se inclinó hacia adelante y le habló a la cámara.

   Quebrado como pocas veces se lo vio públicamente, dijo lo que lleva guardado y que, de alguna manera, le impidió que la fiesta fuera completa: “Como me hubiese gustado que estuvieras acá. Y puedas entender lo que está pasando hoy...”, expresó.

Padre e hijo. Agradecimiento mutuo, cuando le impusieron el nombre al gimnasio de Bahiense.

   Con voz entrecortada y sacando coraje, el mismo que siempre mostró en la cancha, completó sus palabras respecto de su padre: “Mi primer fiel y más grande seguidor; te extraño mucho viejito... te extraño".

   Definitivamente, se trató del momento más movilizador de la noche en el Symphony Hall, en Springfield. Ahí donde se concretó ni más ni menos que el ingreso del bahiense al Salón de la Fama, junto con otros 12 de la Clase 2022.

   Mucho glamour, famosos e historias, en un reconocimiento que cada uno fue descubriendo y, acaso, valorando a medida que transcurrieron las horas.

   Entre el público invitado, en la fila detrás de Many Oroño, esposa de Manu y sus tres hijos Dante y Nicola (mellizos) y Luca, el único testigo directo de la familia era Leandro, su hermano mayor, que tampoco pudo evitar su emoción.

Hijos y esposa, atentos a lo que decía papá.

   Una mezcla de sensaciones generó la inducción del bahiense a ese espacio destinado solo para elegidos en Springfield, Estados Unidos, donde se creó el básquetbol.

   La presencia de Manu resumía todo lo que había significado como basquetbolista, y aunque aún se hace difícil dimensionar, a esta altura ya es hermoso recordar, con todo lo que eso genera.

   “Durante el discurso, más allá de lo conocido, en la mención a mi viejo lo hizo flaquear a él, a mí... Como familia estamos viviendo un momento bastante especial y todo lo que tiene que ver con mi viejo, que es el motor, pionero y conductor de todos nosotros, es movilizador”, le contó Leandro a La Nueva.

Leandro también se quebró.

   Otro eslabón fundamental en la carrera de Emanuel fue su mamá, a quien también tuvo muy presente.

   "Mamá –dijo Manu frente a la cámara-, sé que estás mirando. Me llevó tener tres hijos varones para entender los sacrificios que hiciste por nosotros durante tanto tiempo, el esfuerzo, la dedicación, el amor en actos, la libertad de elegir: gracias".

   La importancia de la familia para Manu se replica en el ambiente que vivió de cerca su historia personal y desarrollo basquetbolístico, en la misma ciudad que, aún hoy, mantiene la cultura con la que creció él.

   Su recorrido, más conocido para los de estas latitudes, el propio Emanuel se encargó de contárselo a los presentes. Y así conocieron un poco más el otro lado de Manu, el pibe de barrio, el de la cortada, el hijo de Yuyo y Raquel, el hermano menor de Leandro y Sebastián, el zurdito de pelito lacio que creció jugando al básquet y haciendo travesuras en Bahiense del Norte, un club de una ciudad que respira básquetbol.

   "Todo comenzó a los seis, siete años, en Bahía Blanca, a una cuadra de casa. Allí pasé mucho tiempo. Mi papá era el presidente y uno de los fundadores, estaba siempre ahí; cuando no estaba trabajando estaba en el club; mis dos hermanos mayores jugaban allí; mi madre era entrenadora... No, no era entrenadora, je, estaba bromeando. No sabía jugar, no sabía nada de básquet, pero me iba a buscar a la escuela al mediodía, me alimentaba, me ayudaba a cruzar la calle y me dejaba ir a jugar al básquet todo el día; yo picaba, tiraba, picaba, tiraba, picaba, tiraba, hacía amigos...Fue un lugar perfecto, ideal para fortalecer y desarrollar mi pasión y amor por el juego, en un ambiente muy sano y familiar. Ahí jugué hasta los 18 años y me convertí en profesional", puntualizó.

Hasta de árbitro hizo Manu en Bahiense...

   Este discurso, claro, firme y con una gran oratoria, se hizo esperar. Claro, lo daba Manu y él siempre fue más allá de lo que todos pudieran imaginar. Esta vez, siendo el más grande entre muchos grandes que lo acompañaron.

   “Los argentinos nos comimos toda la ceremonia y Manu estaba como mejor película, al final”, comparó Leandro.

   “Escuchar su nombre, los gritos, aplausos y la excitación generalizada demostró que era, sin lugar a dudas, la figura de la noche”, resaltó.

   Fueron dos días a puro brillo, con mucho glamour y presencia de distintas personalidades.

   “Fue todo espectacular, al estilo NBA. Uno no tenía noción de lo que significaba el Salón de la Fama, pero desde el primer día fue impresionante la movida que hicieron, la cantidad de gente; el hotel (Mohegan Sun, en Connecticut) era un infierno, con todo lo que pidieras. Cada uno con una habitación y veías caminar por los pasillos diferentes personalidades. Era la entrega de los Oscar”, comparó Leandro.

   “Entrar al teatro por una alfombra roja, literal, parecía Robert De Niro y Al Pacino, rodeado de periodistas, curiosos, fans. Cuando me senté en la fila atrás de Manu, tenía cerca a Duncan, un poco más atrás a Charles Barkley y Jerry West, a la izquierda a Tim Hardaway... Un lugar, claramente, al que no pertenezco, salvo por parentela (sic), je, je, je...”, admitió Leandro.

   A Manu lo presentó su excompañero y amigo Tim Duncan. Hubo diferentes momentos en el “detrás de escena” que ayudaron a dimensionar lo que significa Emanuel Ginóbili en el mundo basquetbolístico.

   “Cuando bajó Jerry West lo primero que hizo fue abrazarlo y le dijo un par de palabras, al igual que Barkley... La verdad que uno no termina de caer”, reconoció Leandro.

   Lo mismo que le sucede a él con su hermano, nos pasa a todos.

   El tiempo, acaso, ayudará a dimensionar la carrera que hizo Manu, hoy siendo ya un integrante más del Salón de la Fama.

   “Después de esto no hay nada más”, dijo Emanuel.

   Dame lugar a la duda, Manu...