¿Lo digo o no lo digo?
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No es lo mismo pensar que decir, no siempre decimos todo lo que pensamos y no siempre pensamos todo lo que decimos. Entre lo que pensamos y lo que decimos hay una serie de procesos involucrados que actúan o deberían actuar como filtros.
¿El miedo interfiere al momento de expresarnos? ¿El contexto condiciona? ¿Filtros, autocensura o coartar la espontaneidad?
No caben dudas de que las palabras tienen un poder inconmensurable. La palabra crea, ensalza, enaltece, también obtura, aniquila y destruye. Qué decir, cómo, cuándo, dónde, a quién y hasta con qué intensidad son habilidades inherentes a la comunicación.
Pensar y decir no son exactamente lo mismo. Nuestra mente es una especie de usina generadora, se asemeja a una pantalla en la que proyectamos una película o hasta una serie de varias temporadas, pues creencias, emociones, ideas, opiniones, prejuicios, sentimientos, pensamientos e ideas se suceden y siempre tienen un significado.
La mente origina y en esa producción libre hay todo tipo de pensamientos: buenos y dañinos, constructivos y destructivos, creativos y poco originales… hay de todo, sin embargo todo lo que en nuestra mente se produce no necesariamente puede o debe ser expresado.
Lo que decimos es solo un aspecto pues todo lo que queda guardado, silenciado o hasta encapsulado involucra una serie de mecanismos y procesos psicológicos. El contexto establece pautas de qué se puede decir y qué no o en qué ámbito y cual resulta inapropiado.
En ocasiones por preservar vínculos y relaciones silenciamos pensamientos a veces en detrimento de la propia salud mental. Cuando esa barrera es muy rígida crea un gran malestar que deriva en miedo e imposibilidad para expresar lo que realmente necesita ser liberado.
Temor por lastimar, ofender, quedar excluido, ser mal interpretado, no decir lo que se pretende comunicar, baja autoestima, falta de confianza, son algunas de las complejas barreras que impiden expresar aquello que es conveniente soltar a los cuatro vientos.
Es evidente que la asertividad es la mejor aliada, puesto que cuanto más avanzada esta habilidad mejor se expresan y llegan a los destinatarios los mensajes. Expresar sentimientos, opiniones, deseos, poner en palabras los propios pensamientos es una capacidad que se desarrolla, se entrena y se consolida.
No olvides que tus pensamientos e ideas son muy valiosas, que el temor a ser rechazado genera un círculo vicioso que termina en exclusión, permitirse en ocasiones hacer el ridículo son algunos de los pasos que se pueden dar para decir aquello que no se expresa.
Más allá de los libros sobre comunicación, modelos asertivos y especialmente los que auguran resultados muy exitosos, poder decir lo que pensamos de forma adecuada se “entrena” hablando, comunicado, expresando.
Se puede acudir a algún experto en busca de ayuda, pues en toda comunicación hay un aspecto que es el contenido es decir lo que decimos y un aspecto de relación, por ende no está demás consultar. Pero nunca olvides lo que dijo Jung: “lo que callas te somete, lo que aceptas te transforma”