Bahía Blanca | Lunes, 06 de mayo

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Bahía Blanca | Lunes, 06 de mayo

La carga

Con este cuento, el escritor bahiense Rubén Bevilacqua narra un episodio del coronel Ramón Estomba, fundador de Bahía Blanca.

Por Rubén Vicente Luis Bevilacqua (*)

   Los soldados, inmóviles y expectantes, centraron sus miradas en el Mayor Antonio González mientras el Comandante, montado en su brioso alazán, se paseaba nervioso entre los efectivos que conformaban la vanguardia.

   Había transcurrido más de una semana desde el día en que el Coronel Ramón Bernabé Estomba fuera anoticiado de la suerte corrida por su lugarteniente, el Coronel Andrés Morel, asesinado junto a sus hombres en las orillas del arroyo Napostá, cuando apenas había partido de la Fortaleza Protectora Argentina con parte del ejército que debía sumársele en el Fuerte Independencia.

   Entonces, en una proclama dirigida a sus tropas desde el pueblo de Dolores, descargó su pena arengándolas a una lucha sin cuartel contra un enemigo que se había manifestado traidor y despiadado:

   "Soldados de la regeneración: vamos a marchar a un nuevo empeño, fácil y de corta duración: vamos a vengar la muerte de nuestros bravos compañeros y amigos, sacrificados horrible y traidoramente a las inmediaciones de la Bahía Blanca, por la perfidia tan común de los  feroces salvajes de nuestra campaña, y más que todo, por la excesiva confianza y sencillez del señor coronel graduado D. Andrés Morel; pero él no existe; derramaremos lágrimas y flores sobre el lugar del desierto donde todavía encontraremos el esqueleto de su cadáver, y le vengaremos después. (…). Treinta días nos bastarán para contramarchar a este destino, trayendo por vuestra esclava a la victoria, que hace tiempo está uncida a vuestro carro.
Soldados: todos volveremos, y si alguno rinde su vida con gloria por su Patria, tendrá vengadores, merecerá el recuerdo de los hombres agradecidos, y toda la extensión del desierto será el monumento de su gloria".

   Estomba había partido de la Fortaleza tan sólo dos meses antes y, desde el 20 de febrero de 1829, por nombramiento del Gobernador Guillermo Brown, fue designado Comandante General de la Campaña Sur, entonces con asiento en el fuerte Tandil.

   La noticia recibida venía a constituir un nuevo golpe para su corazón, cansado de tanto llanto y desdicha. Un soldado a quien quería y admiraba había caído asesinado en manos de aquellos mismos indios que el Comandante supo atraer hacia las inmediaciones del fuerte, proveyéndoles de alimento y de ayuda.

   Ahora, las fuerzas de los caciques borogas Negro, Chañil y Guaylof servían al Comandante Juan Manuel de Rosas, en otro tiempo socio de la empresa fundacional del establecimiento de la Bahía Blanca y ahora enemigo acérrimo de todos los complotados con el movimiento del 1 de diciembre de 1828.

   Se hallaba muy fatigado, y a los temibles recuerdos de su horroroso pasado, donde la tortura y la soledad habían sido siempre amigas inseparables, se sumaba el agravamiento de una enfermedad siniestra que minaba tanto su cuerpo como su mente.

   Hacía cinco días que habían partido de Dolores, recorriendo el norte de la campaña sin haberse fijado un derrotero. Próximas a agotarse las provisiones, el Coronel no daba la orden de regreso, persiguiendo a un enemigo que, como un fantasma insolente, no se había dignado dar la cara, pero al que todos presentían, oculto y acechante, detrás de cada árbol, de cada rancho, de cada piedra.

   Estomba conocía muy bien a sus hombres. Los integrantes del 7mo. Regimiento de Caballería de Línea: eran soldados nobles, valientes y sufridos. Había sido jefe de ellos durante los últimos dos años. A pesar de las pasiones políticas y del tremendo peligro, le habían demostrado su lealtad y su confianza, ni un solo desertor durante el largo trayecto que los había llevado hasta el Fuerte Independencia.

   En la tropa, aun resonaban los comentarios vertidos sobre la salud mental del Comandante. Todos recordaban el momento en que, antes de partir de Dolores, había mandado colocar, frente a su tienda de campaña, el siguiente letrero: " Desde ahora, para siempre, hasta la muerte y más allá de la muerte, dejo el insignificante nombre de Ramón y me llamaré Demóstenes Estomba".

   El recuerdo de este suceso volvía continuamente a sus mentes, junto a órdenes y contraórdenes dadas sin ningún sentido, junto a proclamas enfáticas que nadie entendía, junto a las cargas frecuentes que ordenaba contra un enemigo que sólo él lograba vislumbrar en la inmensidad de una pampa tan vacía como los estómagos de su tropa.

   La mañana había amanecido calurosa, demasiado pesada para los soldados exhaustos que habían recorrido tres leguas en dirección a Ranchos, que luego habían virado hacia el N.O. otras dos leguas y que ahora, inexplicablemente, se dirigían hacia el sur. Estomba ya había ejecutado dos ataques contra un adversario invisible.

   El Coronel dio la orden. Todos se detuvieron al momento. Escrutó minuciosamente el horizonte. Creyó ver, con su viejo catalejo, un ejército cuyas banderas no pudo distinguir pues a ratos parecían realistas y a ratos federales. Luego se dirigió hacia el Mayor Antonio Gonzalez impartiéndole un mandato preciso: "Disponga a la tropa en batalla y ordene la carga".

   El Mayor titubeó, guardó silencio por unos segundos interminables. Observó los rostros consternados de los hombres más inmediatos. Después, dirigió su mirada hacia la firme figura del Comandante quien, recio y desafiante, se mostraba dispuesto y preparado para la pelea. Desenvainó su sable, lo alzó lentamente y blandiéndolo, cumplió la orden.

   La tropa avanzó. Tembló la tierra bajo su empuje. Ronco estertor de hombres y caballos, alaridos de horror y de espanto, lanzas hambrientas de carne y sangre, sudor mezclado de animales y soldados, ruido de cascos y espadas: la línea cruzó la pampa como un viento que todo lo barre acompañando con incurable ardor el delirio de su jefe. ¡Tanto lo amaban que hubieran sido capaces de cabalgar hasta el infierno si con ello pudieran salvarlo!

(*) Nacido en Bahía Blanca en 1958, Bevilacqua es profesor de Historia por la Universidad Nacional del Sur. Ha escrito libro de cuentas y poesía y ha obtenido premios y menciones a nivel local, regional y nacional. En 2020 publicó el libro de relatos “Crónicas Ingenuas”.