Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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El Gobierno, obligado a un forzado equilibrio geopolítico

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   Recién con su tercer comunicado oficial para referirse a la invasión de Rusia a Ucrania, el gobierno argentino logró alinearse aunque con demasiados pruritos al consenso internacional que, en su inmensa mayoría, condenó el ataque de las tropas de Vladimir Putin. El dato es en sí mismo una prueba del fuerte debate interno al que debió someterse la administración del presidente Alberto Fernández antes de fijar posición frente al desencadenamiento del conflicto bélico que pone en vilo al mundo entero.

    La extrema tibieza de aquel primer comunicado de inicios de semana en la que el texto se cuidó muy bien de mencionar a Rusia y menos a Putin, mutó en otros dos textos, el más contundente de todos el que entre Fernández y el canciller Santiago Cafiero, más el embajador argentino en Washington, Jorge Argüello, terminaron de pulir en la madrugada del jueves cuando las primeras tropas rusas cruzaban la frontera ucraniana.

   Ese comunicado le reclama sin medias tintas a Rusia que se abstenga de seguir utilizando la fuerza militar contra Ucrania, en un claro alineamiento con Estados Unidos, Europa y la OTAN, a la que Ucrania aspiraba a sumarse hasta que comenzó la escalada desde Moscú hacia Kiev.

   Ahí mismo, el gobierno argentino debió asumir puertas adentro que la necesidad de avanzar en un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para renegociar la deuda de 44.500 millones de dólares que contrajo la administración de Mauricio Macri, no era, ni mucho menos, un hecho aislado de la política exterior argentina. Estaba, por el contrario, estrechamente ligado a la invasión de Rusia a Ucrania. Para expresarlo más claramente, a las consecuencias catastróficas que esta guerra puede dejar en pérdida de vidas humanas.

   No es un secreto para nadie que la fracción mayoritaria que integra la coalición del Frente de Todos y que lidera la vicepresidenta Cristina Fernández, siente en Putin un fortísimo aliado de la Argentina, y que por el contrario hay sectores ultras de esa misma corriente que todavía considera a los Estados Unidos casi como el eje del mal.

   Las contundentes muestras de acercamiento del cristinismo a Putin, como también, hay que decirlo, a la República Popular China, ha contrastado y todavía lo hace con la repulsa que a la vez declaman hacia el país del Norte, puntualmente en medio de los esfuerzos actuales por enderezar un acuerdo con el Fondo, en el que Estados Unidos tiene una importancia crucial sencillamente porque es el único de los socios que conserva poder de veto.

   El Presidente debió pararse en las últimas horas en medio de ese tembladeral, en el que según reconocen fuentes del albertismo no faltaron algunos cruces entre esos dos campos ideológicos que cohabitan en el Frente de Todos a medida que Putin llevaba a la práctica su retórica bélica. Una vez más esos confidentes aseguran que ha sido crucial la figura del embajador Argüello. El diplomático, que se ha visto con Fernández en esta última semana más veces que en sus dos primeros años de gestión, y que trajina los celulares de sus contactos en la capital norteamericana, habría resultado la clave del cambio de rumbo en la orientación de la posición argentina, a expensas de algunas rabietas del Instituto Patria.

    No hay que escarbar demasiado para entender el golpe de timón. El Presidente se fue en lisonjas hacia Putin cuando lo recibió en el Kremlin y efectivamente su postura nadie podría ponerla en duda, aunque tal vez con matices menos embadurnados de fanatismo como el de sus pares del cristinismo.

   Pero esta vez el mandatario entendió, o le hicieron ver, que era necesario preservar ese equilibrio necesario: Washington no tomaría de buen talante que la Argentina emitiera un comunicado más tibio que el anterior sin atreverse a mencionar al presidente ruso, y es justamente Estados Unidos, otra vez, el que parece tener la llave para un más rápido consentimiento del Fondo a aceptar algunas condiciones menos duras que las que pretende imponerle a la Argentina para firmar el Programa de Facilidades Extendidas.

   Dicho de otra manera, para un gobierno que declama un multilateralismo a la carta, y nuestros propios reclamos sobre las Islas Malvinas, a la luz de las decenas de muertos que ya dejó la invasión de Rusia a Ucrania, podrían servir de ejemplo. A menos que haya que aceptar, como sostenía un diplomático de carrera que milita en el peronismo federal, que para el gobierno argentino por razones de conveniencia política se trate de dos casos distintos, cuando son exactamente iguales con los manuales del derecho internacional en la mano.

   Ese mismo diplomático agigantó la escena de aquel volantazo cuando hizo referencia al contundente rechazo, sin eufemismos ni medias palabras de ninguna naturaleza, con el que el presidente electo de Chile, Gabriel Boric, condenó la invasión de Rusia a Ucrania.

   En tanto, Fernández se presentará este martes en el Congreso para abrir un nuevo periodo de sesiones ordinarias. Lo hará seguramente en un contexto aún más difícil del que podía esperarse, no solo por la urgencia para presentar como consumado el acuerdo con el Fondo, pese a las disidencias de los últimos días en torno al nivel que deberían aumentar las tarifas, sino a la invasión militar lisa y llana que inició Rusia contra Ucrania en medio de la fuerte condena de todo el mundo democrático occidental. Que Argentina no tuvo otra salida que acompañar.