Bahía Blanca | Domingo, 13 de julio

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El triunfo de Suipacha, Castelli y la Revolución

 “¡Vaya usted!” fueron las palabras del secretario Mariano Moreno a Juan José Castelli confiándole la difícil tarea de fusilar al ex virrey Santiago de Liniers y sus seguidores que se habían alzado en armas en Córdoba para enfrentar a la Primera Junta de Gobierno. 

Ricardo de Titto / Especial para "La Nueva."

   El 26 de agosto de 1810 el vocal Castelli –primo de Belgrano– cumple con la misión encargada. Domingo French fue el encargado de dar el tiro de gracia. Un comentario del suceso publicado en La Gaceta resulta elocuente del “jacobinismo” que animaba entonces a la Junta: “Un eterno oprobio cubrirá las cenizas de Dn. Santiago Liniers y la posteridad más remota verterá execraciones contra este hombre ingrato que tomó a su cargo la ruina y el exterminio de un pueblo”. También lo trata de “áspid” y “pérfido” e incita a que “todos los hombres deben tener interés en el exterminio de los malvados que atacan el orden social”.

   Pero se exagera al cargar las tintas sobre Moreno; lo cierto es que las instrucciones llevan la firma de todos los integrantes de la Junta y los manuscritos que se conservan permiten reconocer las letras de Azcuénaga y de Belgrano.

La política del terror

   Como relata Pacho O’Donnell, “Castelli recibió también instrucciones reservadas el 12 de septiembre y el 18 de noviembre, que en alguna medida lo disculpan de las tropelías que sus tropas cometieron en el Alto Perú: ‘En la primera victoria dejará V.E. que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir terror en los enemigos’. También se le instruye que Nieto, Córdoba, Sanz, Goyeneche, máximas autoridades en Potosí, ‘deben ser arcabuceados en cualquier lugar que cada uno sea habido’”. El comentario agrega que “el jacobinismo de Moreno llegaba al extremo de también ordenar represalias contra el canónigo Matías Terrazas, catedrático y rector universitario que le había abierto generosamente el acceso a su biblioteca cuando estudiaba en Chuquisaca, donde Moreno había entrado en contacto con los únicos ejemplares existentes de la Enciclopedia y de los pensadores franceses que tanto lo influyeron”.

   En efecto, “Castelli cumplió al pie de la letra lo encomendado mereciendo el encomio de sus superiores: ‘La Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.S. propone contra los enemigos y tendrá V.S. particular cuidado en no dar un paso adelante sin dejar- a los de atrás esa perfecta seguridad’”.

   La gravedad del episodio requirió que, en el Ejército Auxiliar del Norte se dispusiera de un equipo de “primera línea”. Por orden de la Junta, González Balcarce reemplazó a Ortiz de Ocampo al frente de las tropas, con Juan José Viamonte como segundo jefe. Castelli reemplazó a Hipólito Vieytes y Bernardo de Monteagudo fue designado como auditor. French y Nicolás Rodríguez Peña se integraron también al nuevo comité político. 

   Ocupada Córdoba el 8 de agosto, fue reemplazado su cabildo y, a mediados de ese mes, Juan Martín de Pueyrredón asumió como gobernador-intendente. Un verdadero “seleccionado” de figuras de la revolución –muchos de ellos antiguos logistas– se apostó en Córdoba y el Ejército Auxiliar que se dirigía a enfrentar a los realistas. De hecho, Castelli resume el mando que, como representante de la Primera Junta en el Ejército del Norte, ejercerá entre el 6 de agosto de 1810 y el 9 de junio de 1811.

Auxiliar al Alto Perú

   El término “auxiliar” que se le confiere al ejército es significativo. La Revolución de Buenos Aires –la “hermana mayor” en palabras de Paso– debe “auxiliar” a las otras regiones que, ya en algunos casos, se comienzan a mencionar como “provincias”. El mismo concepto animaría la expedición enviada al Paraguay al mando de Manuel Belgrano: “auxiliar” a un pueblo hermano, a otra patria sojuzgada por los “mandones”. Sin duda, en esa concepción se respiraba algo de las ideas de la revolución francesa, de libertad, de derechos del hombre, de espíritu romántico, de imperio de la razón sobre el autoritarismo monárquico. 

   Y Castelli era, sin duda, uno de los que mejor conocía e interpretaba esos ideales. Por eso mismo los ritmos de galope que imponía al ejército para avanzar hacia el Norte eran extenuantes. Hasta los húsares, que se precian de excelentes jinetes, solían quejarse de la impaciencia de Castelli por devorar leguas sin descanso.

   Tras la ejecución de Liniers, la partida, por diversas razones, se demoró cerca de un mes y el tiempo era muy valioso para impedir que la contrarrevolución se fortaleciera en el Norte. El 14 de octubre Castelli llega a San Miguel de Tucumán y una semana después a Salta, donde disolvió la “junta de comisión” y centralizó el mando político del ejército. Traía en sus alforjas unas instrucciones que sólo él conocía y que, posiblemente, sólo él debería asumir como responsabilidad ante la sociedad… y ante la historia:

Adhesiones a la revolución

   La marcha del Ejército concitaba adhesiones, nutría las tropas, brindaba auxilios económicos y aportaba algunos caudillos que, rápidamente, se incorporaban como oficiales con gente a su mando, como los casos de Martín Güemes, en Salta y el coronel Juan Francisco Borges que formó un Batallón de Patricios Santiagueños. En Jujuy, Castelli incorporó al ejército los piquetes de la frontera y dejó al mando de la ciudad a Mariano de Gordaliza. 

   Así, al paso del Ejército “auxiliar”, el centro y noroeste del actual territorio argentino quedó liberado de gobernantes realistas: sucesivamente los cabildos de San Luis (13 de junio), Salta (19 de junio), Mendoza (25 de junio), San Miguel de Tucumán (26 de junio), Santiago del Estero (29 de junio), San Juan (7 de julio), La Rioja (1 de septiembre), Catamarca (4 de septiembre) y San Salvador de Jujuy (14 de setiembre) se pronunciaron a favor de la Junta de Buenos Aires y enviaron diputados. Tarija también lo había hecho el 25 de junio. 

   Todo parecía encaminarse bien y la llama de la revolución se extendía sin mayores tropiezos. Castelli sabía, sin embargo, que el Alto Perú ofrecería otras dificultades. Pero el avance de las tropas había adicionado un nuevo elemento: la mayoría de los soldados de origen porteño entraban en contacto por primera vez con los humildes rancheríos del interior, se familiarizaban con las necesidades de gente muy pobre, veía poblaciones en las que los mestizos eran aún mayoría y eso había sensibilizado a los hombres permitiéndoles ver una nueva dimensión de la revolución, sus alcances sociales.

   Derrotar a los realistas comenzaba a percibirse entonces como una necesidad, no solo para asegurar el triunfo de la revolución sino también para profundizarla. Y Castelli, que conocía el oprobio con el que se humillaba a los trabajadores de las minas y a los campesinos altoperuanos, apostaba a su rebelión. Los ecos de Túpac Amaru, se decía, debían rendir sus frutos. Aquellas brasas encendidas, ese odio ancestral alimentado con las rebeliones de Chuquisaca y La Paz de 1809 salvajemente reprimidas, eran la carta del triunfo a la que apostaba el vocal de la Junta devenido en militar revolucionario, al mando de –casi– un pueblo en armas.

Suipacha impulsa la revolución

   Sin embargo, llegando a tierras saltojujeñas, Castelli comienza a percibir que enfrentará dificultades suplementarias. Por un lado, las elites pudientes se muestran cada vez más renuentes a colaborar; por el otro, en los sectores humildes se deja ver cierta desconfianza. El Ejército empieza a tener dificultades para abastecerse. Chiclana, desde Salta –un tradicional valle donde desde tiempos pretéritos se provee de animales para las travesías–, debe ser quien facilite los medios. Castelli, en carta enfática le reclama “tropas, mulas, víveres, dinero, artillería y cuanto hace falta para hacer tronar el Perú en este mes, o tronar yo el primero”.

   Mientras Castelli (foto) prepara los enseres, alista a sus tropas y estudia la estrategia –y los movimientos de sus enemigos– Balcarce, que ha avanzado hacia tierras del Potosí, en un reconocimiento se topa con avanzadas de Nieto y es derrotado en Cotagaita. Retrocede hasta el río Suipacha. Castelli lo auxilia como puede con doscientos hombres y dos cañones: el 7 de noviembre de 1810 las fuerzas patriotas destrozan a la vanguardia enemiga. Entre los militares criollos se destacó la participación del futuro caudillo salteño Martín Güemes que, para algunos historiadores norteños, fue el artífice del triunfo, lo que, para la mayoría de las crónicas, es un poco exagerado. 

   El arrojo de Güemes, sin duda, fue una contribución notable, pero eso no debe demeritar la estrategia de Balcarce que se demostró correcta. La batalla favorable a las armas patriotas se logró a pesar de la sensible inferioridad numérica (800 realistas contra 600 patriotas, en Cotagaita 2.000 realistas contra 1.100 patriotas) y de que lo realistas contaban con cuatro piezas de artillería contra sólo dos de la gente de Balcarce. El mérito le permitió a Balcarce conseguir el grado de brigadier y le dio la confianza para avanzar hacia el río Desaguadero.

Cochabamba, Chuquisaca y Oruro

   Entretanto, el 14 de septiembre Cochabamba había proclamado su vocación revolucionaria y depuesto al gobernador asumiendo el gobierno un jefe de milicias de la provincia. Reafirmando la postura, dos meses después, el 12 de noviembre se reunió el Cabildo de Chuquisaca, decidiéndose convocar un cabildo abierto para el día siguiente a fin de tratar el reconocimiento a la Junta de Buenos Aires.

   El día 13, presidido por el Conde de San Javier, Gaspar Ramírez Laredo, se juró obediencia a la Junta y se declaró nula su adhesión al Virreinato del Perú, por lo que se envió oficios a Abascal, a Goyeneche y a Ramírez Orozco, desconociendo su autoridad e instándolos a que se abstuviesen de invadir los límites del antiguo virreinato del Plata.

   La decisión parecía unánime, a tal punto que participaron de la reunión el arzobispo de la ciudad y hasta el ex presidente. Se envió una comisión hacia el ejército auxiliador para expresar los anhelos populares de la ciudad por su llegada. El 6 de octubre la revuelta se había extendido también a Oruro. Los realistas sufrieron entonces un golpe demoledor en la localidad de Aroma cuando tropas criollas diezmaron por completo –tomando numerosos prisioneros y adueñándose de sus armas– al ejército realista. 

Captura y nuevas ejecuciones de  jefes realistas 

   Al llegarle la noticia del resultado de Suipacha, Nieto, que había quedado en Cotagaita, entró en pánico y, junto con el párroco de Tupiza y algunos oficiales se aventuró en el despoblado en busca de alcanzar la costa del océano Pacífico. Pero era un hombre anciano y su fuga fue lenta. 

   Tras dieciséis días de marcha, cerca de Colcha, un alcalde los apresó y los entregó a Castelli. Por otro lado, el capitán realista José de Córdova y Roxas, que dirigía las tropas derrotadas intentó demostrar que se rendía y aceptaba la Junta pero, en realidad, buscó también fugarse. Castelli le exigió que se entregara con sus cómplices “a la generosidad del Gobierno de la Junta”, una formulación que sonaba amenazante. El 9 de noviembre Córdova escapó en dirección a Chuquisaca y tres días después envió una carta solicitando un batallón de 300 cruceños, pero la ciudad se estaba pronunciando por la revolución y, en respuesta, le enviaron una partida que lo apresó en las cercanías de Potosí. 

   Antes de su huida Nieto había enviado a Potosí al Conde Casa Real con órdenes para Paula Sanz de que tomara los 200.000 pesos oro de la Casa de la  Moneda y saliera de la ciudad. Sin embargo, éste demoró su salida lo suficiente como para que el 10 de noviembre llegara a la ciudad un oficio de Castelli anunciando su inminente arribo con el ejército y ordenando al cabildo el apresamiento del gobernador. 

   El cabildo se pronunció en favor de la revolución adhiriendo a la Junta y liberando a los patriotas detenidos el año anterior. Paula Sanz fue apresado y permaneció detenido en la Casa de la Moneda junto con Nieto y Córdova durante casi un mes. 

   En la rica Potosí –conocida también como “La Plata”–, por imperio de las circunstancias y en cumplimiento de las órdenes que tenía, Castelli tomó algunas medidas que le ganaron la enemistad de la elite local. Entre ellas, confiscó bienes de los españoles emigrados y desterró a muchos enemigos. Pero la más drástica fue el fusilamiento del mariscal Vicente Nieto, gobernador presidente de la Audiencia de Charcas, de Francisco de Paula Sanz, intendente de Potosí, y del capitán de navío Córdova y Roxas, luego de que se negaran a jurar obediencia a la Junta. 

   El hecho, concretado el 15 de diciembre en la Plaza Mayor de Potosí, de algún modo, era una represalia por las ejecuciones de los líderes de la revolución de La Paz en 1809. A los tres se les realizó un proceso presidido por Eustoquio Díaz Vélez y fueron sentenciados a muerte el día 14 por crímenes contra el rey y la patria. Castelli, obró en nombre de la Junta que, a su vez, actuaba en nombre del rey. El perdón que la Junta había otorgado a los reos, junto con la orden de no realizar nuevas ejecuciones por motivos políticos, llegó tarde al Alto Perú.

Las instrucciones de la Junta

   1. Confirmará a los pueblos de las provincias en su confianza hacia el Gobierno.

   2. Acordará un plan con los gobernadores de las Intendencias para hallar un respaldo en caso desgraciado.

   3-5. Procurará que el Ejército posea un efectivo de 2.200 hombres a lo menos (y) hará acopiar víveres en Salta y Jujuy. Establecerá una rigurosa disciplina entre las tropas.

   6. No aventurará combate sin tener la seguridad del éxito, y en la primera victoria que lograse dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir terror en los enemigos.

   7. Agregará a la expedición los soldados patriotas que se encuentren en Chuquisaca, que fueron conducidos [en 1809] por Nieto desde Buenos Aires.

   8. Mantendrá sus resoluciones en el más profundo secreto, de suerte que sus medidas sean siempre un arcano que no se descubra sino por los efectos, pues éste es el medio más seguro de que un general se haga respetable a sus tropas y temible a sus enemigos.

   9. Procurará establecer relaciones ocultas y mandará emisarios a los pueblos; establecerá relaciones estrechas con Goyeneche y otros oficiales enemigos, alimentándolos de esperanzas pero sin creer jamás sus promesas y sin fiar sino de su fuerza.

   10. Si un gobierno propusiese alguna transacción, entrará en negociaciones, pero sin detener la marcha.

   11. Pesquisará en cada ciudad la conducta de los principales vecinos, procediendo con la más absoluta perfidia contra el enemigo y engañándolo en cuanto se pueda.

   12. El presidente Nieto y el gobernador Sanz, el obispo de La Paz y Goyeneche deben ser arcabuceados en cualquier lugar donde sean habidos […].

   13. Toda la administración debe ser puesta en manos patriotas y seguras.

   14. Conquistará la voluntad de los indios, mandándoles emisarios que les hagan entender que la expedición marcha en su alivio, tratando siempre de tener a la indiada de su parte. Tendrá especial cuidado de renovar todos los cabildos en gente de confianza.