Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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Una tregua que necesariamente deberá probarse en noviembre…

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   En las horas más dramáticas entre jueves y viernes eran más los funcionarios o dirigentes de ambos bandos, el cristinismo y el ”albertismo”, que creían que la durísima pelea entre sus jefes no tenía retorno, que los que en cambio apostaban a dejar pasar unos días para buscar si no una reconciliación, formas sustentables de llevar adelante una administración que no solo acaba de sufrir una catástrofe electoral sino que le quedan dos largos años por delante de gestión.

   No se equivocaron un centímetro esos observadores de ningún modo imparciales: Cristina le hizo sentir a Alberto todo el efecto de su poder político y dejó abierta una enorme incógnita acerca de si la fórmula que encontraron para pelearse pero sin que todo saltara por los aires, como es el nuevo gabinete armado de apuro con fieles de ambos bandos, será suficiente para torcer el destino de las elecciones del 14 de noviembre. Que a priori y según el grueso de las miradas si en algo podrían sorprender, es el ensanchar la diferencia que la oposición le sacó al Frente de Todos en las PASO del 12 de agosto.

   Nadie daba nada en los corrillos del viernes por esta suerte de fuga hacia adelante que  la vicepresidente le impuso a su delegado en la Casa Rosada cuando le hizo sentir el peso de su poder. No fue otra cosa la explosiva carta que difundió el jueves con sus condiciones para seguir adelante con la alianza que los une, y convertir en cartón pintado aquel hilo de tuits en los que Alberto dijo que iba a gobernar como le pareciera conveniente porque para eso había sido elegido.

   Lo que siguió es historia conocida, pero no por ello menos drástica: Cristina dispuso y consiguió de un plumazo las renuncias de los funcionarios que no le gustaban, como Juan Pablo Biondi o Santiago Cafiero, más allá del premio consuelo de Alberto para ubicarlo en Cancillería en reemplazo de Sola. Felipe, por lo demás, agigantó el sainete encerrado en un hotel de México con cara de haber sido traicionado cuando se enteró por los medios que  ya no era más canciller, rumbo a la reunión de la CELAC en representación de Alberto.}

   La vicepresidenta no solo acaba de recordarle a Alberto por qué está donde está, y no precisamente por que considere, como su pupilo, que está ahí “por haber sido votado”. Ella, el cristinismo duro y  La Cámpora revindican que los votos del frentetodismo son de su exclusiva propiedad. Y que en todo caso si Alberto sumó algunos en estos dos años erráticos y de no pocos extravíos, los perdió en las PASO.

   Para algunos observadores, entre ellos un veterano peronista de mil batallas, Cristina le habló a Alberto como una dirigente opositora, no como la vice del mismo espacio político que gobierna. “Ella parece que se ubica en la oposición y que le achaca toda la culpa al presidente, cuando también perdieron (Axel) Kicillof, Alicia (Kirchner) en su propio feudo, y ella misma que también puso la cara”, dice en un análisis que es extendido a otros nichos del peronismo independiente. Para Cristina el único responsable de la derrota es Alberto. No solo la del todo el país, también en territorio bonaerense, sin mencionar siquiera una vez a Kicillof o a la errada decisión de la candidatura de Tolosa Paz.

   La llegada de “caras nuevas” al gabinete para intentar dar vuelta la historia y ganar las elecciones del 14 de noviembre es otro capítulo mayor de la disputa a ambos lados de la grieta interna en la que han quedado el presidente y la vice. El gobernador Juan Manzur, nuevo Jefe de Gabinete que si le preguntan se considera más “albertista” que cristinista, primero rechazó un ofrecimiento de Alberto, y luego aceptó asumir una vez que Cristina desnudara en su explosiva carta que era ella la que había decidido proponerlo tras olvidar sus viejas rencillas personales. 

   El presidente, dicen, quedó algo dolido por ese cambio de paso de su amigo tucumano, aunque es cierto que en líneas generales, no con Cistina pero a través de delegados como Cafiero y Wado De Pedro,  estuvo en general de acuerdo con la llegada de los “viejos nuevos” funcionarios para armar un gabinete que deberá torcer la historia de la dura derrota electoral de las PASO.

    Un caso aparte lo constituye el regreso al gabinete de Aníbal Fernández como ministro de Seguridad. “Si traemos de vuelta a Aníbal al gabinete es porque no entendimos un c… el mensaje de la gente en las PASO”, se enojó un peronista porteño que acompaña a Alberto desde hace más de 30 años. Para un confidente de la Casa Rosada, el quilmeño tenía “el boleto picado” por Santiago Cafiero y no parecía que el presidente pudiese torcer ese destino sin contradecir gravemente a su brazo derecho. Hoy Aníbal está en el gabinete, Cafiero recibió un premio consuelo y Cristina, dicen, le reconoce haber salido en los momentos de mayor debilidad del gobierno a reclamar a los ministros que “se pongan la camiseta, agarren la pelota y salgan a jugar el partido”.  

   Las sospechas en el albertismo sobre las presuntas ulteriores intenciones de la vicepresidente con un ataque tan frontal, casi un ultimátum a quien ella eligió como candidato presidencial, que hizo decir a algunos analistas que hasta ponía en duda la continuidad de Alberto, fueron los inusitados y violentos audios de la diputados Fernanda Vallejos. “Es obvio, todo el mundo sabe que si Vallejos dijo lo que dijo es porque tuvo un guiño”, sospechaban en la Casa Rosada. Allí se escuchó otra frase que ahonda la duda: “Vallejos es Cristina”.

    La impresión que quedaba en la noche del sábado luego de análisis de última hora entre miembros de la tropa albertista es que queda claro que a Cristina y Alberto no los une el amor sino el espanto. Una combinación que podría detonar si no se revierte el resultado el 14 de noviembre. Espanto, el de ella, a quedar expuesta en medio de una complicada situación judicial. Del presidente a tener que atravesar los dos años de gestión que el quedan por delante en un escenario absolutamente impredecible.