Bahía Blanca | Sabado, 05 de julio

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Escenario político: la interesante discusión sobre el sexo y el goce

Una frase de Victoria Tolosa Paz disparó la polémica. ¿Es verdad que el peronismo en general, y este gobierno en particular, es promotor del goce del pueblo?

Foto: Télam

Maximiliano Allica / [email protected]

   ​​​​​"En el peronismo siempre se garchó", afirmó Victoria Tolosa Paz, precandidata a diputada nacional del Frente de Todos, desatando una serie de comentarios, análisis comunicacionales de campaña, polémicas de panel y, lo mejor, memes.

   Si la frase fue premeditada o surgió en forma natural de la charla descontracturada que proponen los conductores del programa donde la pronunció, solo ella lo sabe. Sí hay algo claro. Apenas soltó la oración, los entrevistadores Pedro Rosemblat y Martín Rechimuzzi la agarraron al vuelo y vislumbraron que sería título de los medios nacionales.

   "Ya tenemos el título", dijo Rosemblat y su compañero agregó: "Mañana en Clarín: 'En el peronismo se garcha'". Cualquier periodista más o menos avispado hubiera pensado lo mismo. La candidata amplió: "Nosotros vinimos para hacer posible la felicidad de un pueblo y la grandeza de una patria, y no hay felicidad de un pueblo sin garchar".

   Tolosa Paz, al igual que la mayoría de los políticos que se exponen con tanta asiduidad en los medios, está hiper entrenada para enfrentar micrófonos. Es muy difícil hacerla decir lo que no quiere. Esto no significa que no se haya salido por una vez del libreto de manera inconsciente, sino que conoce perfectamente la repercusión de sus palabras y se encuentra capacitada para elegir a quién le regala un título.   

   No es para cualquiera ser candidato. En los 80, 90 y hasta los primeros años del 2000, un dirigente en ese rol daba 4 o 5 notas por mes. Había menos medios y, sobre todo, no existían las redes sociales. Ahora dan esa cantidad de entrevistas por día, con lo cual una frase fuera de continente llama la atención porque en general siempre dicen lo mismo.

   Esta intervención de Tolosa Paz, a primera vista superficial y supuestamente salida de contexto, agrega un condimento interesante. ¿Es verdad que el peronismo en general, y este gobierno en particular, es promotor del goce del pueblo? ¿Históricamente en el peronismo se garchó más?

   La cuarentena tuvo fases más abiertas y cerradas. En este momento, el de mayor flexibilidad desde marzo del año pasado, permanecen algunas restricciones, todas vinculadas con el goce. Es entendible, en una pandemia causada por un virus super contagioso lo primero a restringir son las actividades de ocio, como los boliches o los encuentros masivos en estadios de fútbol. Pero hace meses que existe un debate sobre el tema.

   A mediados del año pasado el centro de la discusión fueron los deportes individuales al aire libre, con los runners como blanco del enojo presidencial. En Bahía Blanca se daba un caso insólito. Un hombre repetidamente multado por hacer parapente, quién sabe a cuántos metros de altura, solo, donde es imposible contagiarse de nada.

   La mayoría de las infracciones al decreto de cuarentena tienen que ver con el goce: práctica de deportes rompiendo las restricciones, reuniones de amigos y familiares, fiestas clandestinas, incumplimiento de aforos en bares, incumplimiento de horarios de cierre. No es fácil pedir abnegación en la era de la satisfacción instantánea. Ni el presidente pudo cumplir.

   Lo que dice Tolosa Paz es real, uno de los efectos más bruscos de la pandemia fue que atacó ese goce. Y que hay un segmento de la población, en especial los jóvenes, muy afectados. No es un debate frívolo. Es un problema que requiere mucha atención, incluso pensado en términos de campaña. El voto joven puede encontrar que el oficialismo nacional y provincial está en otra vereda, que no entiende sus necesidades. 

   Ese riesgo lo están viendo las cúpulas y parte de la dificultad es volver a atraerlos. Así como el primer kirchnerismo logró convocar a la generación juvenil del "Que se vayan todos", el actual no parece tener el mismo imán. Casualmente, en tiempos donde también se impone un disgusto hacia la política que, tarde o temprano, encontrará una vía por dónde canalizarse.

   El otro tópico planteado por Tolosa Paz, el más ruidoso, es si el peronismo genera mayor actividad sexual. También parece una tontería como discusión, pero puede no serlo.

   Obviamente es imposible elaborar una estadística de cuál espacio político garcha más, pero sí es posible trazar un breve repaso de cuáles fueron más promotores de las libertades sexuales.

   Lo primero es resaltar que esas libertades, en el siglo XX y mucho más hoy, están marcadas por las olas feministas. Luego de siglos de tradición judeocristiana que asignaba un rol subordinado a la mujer y les determinaba que el goce era pecado, estos movimientos comenzaron a poner en cuestión esas ideas.

   El peronismo, al menos hasta los años 80, fue un defensor del modelo tradicional. "Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo", dijo Perón en uno de sus primeros discursos como presidente.

   Si bien Evita logró implementar el voto femenino, en el marco de una incipiente ola internacional de promoción de los derechos de la mujer, y buscó desarrollar un ala femenina (no necesariamente feminista) dentro del justicialismo, su prematura muerte impidió que esa idea tuviera una continuidad seria en las décadas siguientes.

   El peronismo clásico defendía un modelo tradicional de familia, con un jefe que era el varón y una esposa devota que cumplía tareas domésticas o acompañaba trabajando pero desde un lugar secundario. Por supuesto que se trataba de un clima de época, no es que en la vereda política de enfrente las mayorías propulsaban lo contrario, más allá de algunas diferencias que ya veremos.

   Sigamos con el peronismo. En el clímax de la violencia política de los 60 y 70, las organizaciones armadas que defendían el regreso de Perón al país, comenzando por Montoneros, asignaban roles de importancia a las mujeres pero nunca de primera línea. De hecho, muchos de sus dirigentes más conspicuos venían de la Acción Católica, con lo cual había cierto sesgo tradicionalista del rol de la familia y la mujer que no se perdió. Mucho menos en el ala opuesta, la sindical, que incluso hoy continúa casi tan masculinizada como otrora.

   Tampoco Perón, una vez regresado, promovió el rol de las mujeres. Sí ubicó a su pareja Isabelita como vice, pero más como un mensaje a sus múltiples aliados que como reivindicación de género.

   Recién en los 90 menemistas llegó una explosión de goce y sexo que el propio presidente se encargaba de modelar. Fueron los años del 1 a 1, la farándula y la pizza con champán. Ahí sí, mucho garche.

   De todos modos, con el matiz de que los 80 alfonsinistas fueron los años del destape post dictadura. Es decir, ya se respiraba otro aire, aunque no gracias al peronismo, que permanecía anquilosado en su vieja dirigencia al punto de que Herminio Iglesias llegó a decir que la derrota del 83 se debió a que la propaganda radical había dividido a la familia justicialista, en alusión a que el voto femenino había favorecido a Alfonsín "traicionando" a los maridos que votaron a Luder.

   En los años de Néstor y Cristina, el peronismo comenzó con reivindicaciones de otro tipo, la más destacada el impulso de una mujer como primera presidenta real de los argentinos. Guste o no su figura, Cristina lideró el gobierno y dio otra fuerza a las mujeres. No obstante, es dudoso definirla como feminista, en el sentido más axial. Nunca habilitó el debate del aborto durante sus 8 años de gestión, por señalar solo un ítem. Pero sí hubo mayor contención para las minorías sexuales, incluido el matrimonio igualitario, y la lista sigue.

   De todos modos, como mirada genérica, decir que en el peronismo "siempre se garchó" como si a lo largo de su historia se hubiera promovido la libertad de los cuerpos suena apresurado.

   El radicalismo y el socialismo argentinos tienen una trayectoria probablemente superior a lo largo del siglo pasado en relación al tema. La radical Florentina Gómez Miranda, la socialista Alicia Moreau de Justo y las hermanas Victoria y Silvina Ocampo son figuras prominentes del feminismo argentino. Pocas personas lucharon tanto por los derechos de las mujeres como ellas, a las cuales se puede sumar Julieta Lanteri, la única que no se puede calificar de antiperonista porque falleció antes del ascenso de Perón.

   Por supuesto que el peronismo también tiene feministas relevantes como Dora Barrancos y otras. No es intención de estas líneas confeccionar un ránking del feminismo nacional. Solo poner en discusión la idea del goce y el sexo como propiedad del peronismo, movimiento muy hábil al momento de adueñarse de relatos que no le pertenecen, al menos con exclusividad.

Bonus track: la nueva teoría del "último hombre"

   Nada de lo anterior resuelve la pregunta de cuál espacio político garcha más. Tampoco es un dato importante en sí mismo. Pero discutir la importancia del goce en las sociedades, sobre todo actuales, es un debate de primer orden. Nunca antes el confort y el placer como demanda inmediata tuvieron un valor tan estelar en sectores tan extendidos.

   En su libro La Sociedad Paliativa, el filósofo Byung-Chul Han, uno de los grandes cerebros contemporáneos, desarrolla la idea de que vivimos en una sociedad que, como ninguna anterior, tiene fobia al dolor y le otorga preeminencia al confort. Al igual que otros pensadores en boga como Yuval Harari, sostiene que el ser humano jamás privilegió tanto durar en años y disfrutar de las comodidades materiales.

   Esos objetivos del individuo moderno obligan a repensar las configuraciones políticas. Byung va bastante lejos y afirma que la invasión de los algoritmos, favorecida por el aumento exponencial del uso de dispositivos digitales en la pandemia, abre paso a un régimen de control que puede ser muy fácil de aceptar por el hombre actual, en tanto se le garanticen ciertos estándares de bienestar. 

   Plantea una superación de la idea de Fukuyama: "El último hombre no es ningún defensor de la democracia liberal. La fobia al dolor y el ideal de confort representan para él un valor superior a la libertad". 

   Agrega que la histeria de ese hombre por el temor a la enfermedad "hace que constantemente se esté vigilando a sí mismo" y cuando esa vigilancia interior se topa con la vigilancia biopolítica "esta última no se percibe como opresión, pues viene en nombre de la salud o el confort deseados".

   Por lo tanto, el nuevo último hombre ya no prefiere el sistema democrático liberal sino que sus necesidades también "son compatibles con algún régimen totalitario", no necesariamente al estilo clásico sino adaptado al siglo XXI.

   Por ahora son solo proyecciones. Podríamos decir, abstracciones. Pero es indiscutible que la era de las pandemias abre puertas inimaginables.