Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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El enorme desafío de administrar las malas noticias

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

    El desafío de presentarse ante las cámaras de televisión sólo para dar malas noticias, y encima en medio de un proceso electoral incierto como el que se avecina, en el que la imparable segunda ola de Covid puede tener una influencia crucial para el oficialismo y la oposición no es un hecho  menor. Justo en momentos en que la grieta, dato a tener en cuenta, parece asumir su máxima expresión y rasgos de violencia preocupante, de uno y otro lado, si se repasan los furibundos cruces personales o a través de las redes sociales que se dedican el Frente de Todos y Juntos por el Cambio.

   Alberto Fernández bien podría sentirse tentado de pasar facturas en algún momento a los gobernadores e intendentes que esta vez no lo acompañaron en la foto, como hace un año atrás, y no solo por las restricciones sanitarias que le impuso haberse contagiado. Para eso estaba el Zoom, si hubiese existido voluntad. Se trata de una mirada que difícilmente pueda esquivar el hecho de que todos esos actores prefirieron preservarse en su territorio ante la difusión de las malas nuevas que trae la segunda ola. 

   En ese marco, al margen de las para nada sorprendentes mezquindades de la política, de seguro que hay amplísima coincidencia ciudadana en que nadie querría estar en los zapatos del Presidente, en medio de un rebrote con cifras récord de contagios y elevada cantidad de fallecidos, que obliga a dar marcha atrás con algunas de las libertades que se habían recuperado tras el espejismo de un descenso de la crisis sanitaria, derrumbado con la aparición de la nueva ola. Para peor, con el nivel más bajo de comprensión social a nuevas restricciones que se registre desde marzo de 2020.

   De hecho, el anuncio de la vuelta a una especie de Fase 3 menos dura que le tocó asumir al presidente en Olivos en la noche del miércoles mientras se recupera del contagio, fue hecho con la mejor cara pero en medio de cifras récord que meten miedo. Y que le hacen pronosticar a varios especialistas e infectólogos que por el simple hecho de que se deben al menos duplicar los niveles diarios de testeo, los números de hoy parecerán pequeños con la llegada del invierno, cuando según a quien se escuche el país podría alcanzar los 30 a 50 mil contagios diarios. O más.

   Dos comprobaciones. Por un lado, el Presidente debió realizar un fino equilibrio durante aquellas horas dramáticas en las que se decidía una vuelta atrás en la lucha contra la pandemia  con restricciones que buscan afectar lo menos posible la economía. Bregó entre las posiciones más duras del gobernador Axel Kicillof, que promovió hasta donde pudo un esquema que implicaba cerrar “casi todo”, en una especie de regreso atenuado a la Fase 1. Y el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, que peleó también hasta donde le dio el cuero por todo lo contrario:  cerrar lo menos posible y afectar casi en nada las actividades generales en el distrito.

   La segunda probanza tiene que ver con los apuros del Gobierno por tener que hacer frente de manera más drástica que lo deseado a la segunda ola, sin afectar demasiado las chances electorales en el turno legislativo que deberá realizarse en septiembre (PASO) y noviembre (generales), si se confirma el aplazamiento en el que el jueves coincidieron oficialismo y oposición. 
Unos comicios que, ya se ha dicho, que el Gobierno admite en todos sus niveles que no se pueden perder. Una derrota del Frente de Todos si la economía no pudiera evitar sufrir otra vez el colapso derivado de la pandemia -con su correlato directo de ver afectada la posibilidad de alcanzar las mayorías que necesita en Diputados y ratificarlas en el Senado- sería una catástrofe, según un observador del viejo riñón del albertismo.

   Esas razones políticas antes que sanitarias son las que parecen haber impulsado al Presidente a preservar ese necesario equilibrio entre pandemia y economía. Pro también, hay que decirlo, del mismo modo Larreta pareció operar en aquellas horas más pensando en no incordiar a sus futuros votantes en el distrito, corroborado en sus gestos de último momento de resistir algunas de las restricciones propuestas en el DNU de la Casa Rosada. 

   El alcalde tiene aspiraciones presidenciales para 2023 y necesita no derrapar en primer término en las elecciones, por lo que su postura también cabalga antes que nada sobre el interés político.

   Esos apuros, de manera curiosa pero que ha sido comentado por observadores bonaerenses, no parecen haber animado los movimientos de Kicillof, más preocupado por frenar a toda costa el avance de la pandemia que a ensayar cálculos electoralistas sobre qué le conviene hacer  y qué no en materia sanitaria. El gobernador, admiten en fuentes platenses, tiene su mira más alta, en las presidenciales de 2023, todo indicaría que con el aval de Cristina Fernández, y no en la reelección en la provincia. “Axel dedica todo su tiempo a la lucha contra el Covid, no tiene tiempo para especulaciones electorales”, suavizan el tono a su lado.

   Por su lado, Santiago Cafiero destapó esta semana un dato nunca debidamente aclarado en medio de las urgencias que demanda la pandemia. Se refiere a la facultad que tienen los gobernadores e intendentes, y hasta las empresas privadas, de comprar vacunas por su cuenta sin esperar los envíos de Nación. 

    El jefe de Gabinete buscó destapar sin que se note otro juego de especulación política pura de parte de los mandatarios y jefes comunales del interior. “Ellos esperan que compre y reparta Alberto, y que si hay problemas el costo político lo pague él y no ellos”, es la queja que se escucha.