El médico bahiense que trabajó en la selva escribió un libro sobre su viaje por Latinoamérica
Matías Murano fue noticia hace tres años por su trabajo con las medicinas originarias. Ahora está en Estados Unidos con su pareja y planea seguir viajando.
Por Belén Uriarte / [email protected]
Sentir que busco la diversidad en las formas de ver el mundo, en las culturas, los idiomas, las medicinas.
Sentir que en la multiplicidad y en las diferencias está lo rico de la vida.
No considerar a mis posturas y principios como los únicos ni los que más valor tienen.
No considerar a la cultura occidental, cristiana y blanca como la correcta y a la que todos debemos aspirar.
Matías Murano, el médico bahiense que trabajó en la selva misionera, recorrió distintos países de América Latina durante un año y tres meses. Desde Estados Unidos, recuerda aquel viaje que se hizo libro. En él surgieron esta y otras tantas reflexiones.
Aclara que su vida cambió por completo mucho antes de iniciar esa aventura. Dejar Bahía Blanca tras recibirse en la UNS y trabajar con los guaraníes en Misiones le permitió encontrar otro mundo, otra cultura...
—Fue un punto de inflexión respecto a lo que yo consideraba "normal", a mis valores, mi forma de ver el mundo, de vivir la vida y hasta de practicar la medicina, que en muchos casos se parece a la cosmovisión que reina en la mayoría de los centro urbanos de occidente.
Viajar por Latinoamérica no hizo más que acrecentar aquello que los pueblos originarios le mostraron en esa primera experiencia. Matías explica que la Medicina Tradicional China —la conoció en Cuba—, al igual que la Medicina Tradicional Indígena, parte de una concepción del mundo y del ser humano muy diferente a la que conocía y con la cual se crió. Conocer esas culturas y otras formas de sanar no solo le permitió cambiar su relación con el entorno, también lo ayudó a mirarse a sí mismo.
—Siento que me conozco más que antes, que me acepto más cómo soy, con mis miedos, sueños e incertidumbres. En el libro describo algunas experiencias extraordinarias con plantas medicinales como la ayahuasca en Colombia o el peyote en México, en las cuales experimenté una introspección como nunca antes lo había hecho.
Matías confiesa que nunca imaginó ni soñó aquel viaje. Fue algo que se fue construyendo en el camino con la complicidad de quienes fueron apareciendo.
—Decidí ir a Cuba a realizar unos posgrados sobre plantas medicinales y Medicina Tradicional China. Al terminarlos viajé a México y allí una mujer de un hostal supo de mi experiencia como médico con comunidades indígenas en Argentina y Paraguay; y me dijo: “Matías, ¿por qué no ofreces tus servicios médicos a las comunidades originarias de México a cambio de compartir un tiempo con ellos, un techo y un plato de comida?”.
Ese fue el puntapié inicial. Empezó a viajar desde México hacia Argentina trabajando como médico voluntario, poniéndose en contacto con organizaciones y personas que trabajan con comunidades campesino-indígena. Así, un viaje que había comenzado en Cuba y durado tres meses se transformó en un recorrido que incluyó 12 países.
El itinerario también incluyó Uruguay, México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú y Chile. El lugar que más lo sorprendió lo encontró a mitad de camino: la comarca Guna Yala, ubicada en Panamá y compuesta por 365 islas en la costa del Mar Caribe.
En ese territorio autónomo, la etnia Guna Yala vive según sus propias leyes —por fuera de la Constitución de Panamá—. Matías recuerda que ni bien llegó se quedó perplejo mirando María —se transformó en su compañera de viaje en México y se casaron en Argentina—; ninguno de los dos podía creer lo que veía.
—Muchas de estas islas están habitadas por los Guna. La mayoría no habla español y tiene poco contacto con el mundo blanco, o sea, el nuestro. Otras islas son como esas que uno imagina de chico o escucha en algún cuento, rodeadas de corales, con apenas unas palmeras; islas que se pueden caminar por la arena blanca de sus playas y rodearlas en apenas unos minutos.
Madre sirviendo tulemasi (sopa) para almorzar, Guna Yala, Panamá.
Se hospedaron en la casa del Árgar de la Comarca, quien traduce los cantos sagrados del líder espiritual de la comunidad, con la que compartieron sus ceremonias. Matías cuenta que por las noches dormían en hamacas colgantes —como se acostumbra en ese lugar— con la brisa del Mar Caribe. Define aquella parada como una experiencia extraordinaria.
No había emprendido el viaje con la idea de un libro; su único propósito era llevar un registro, a modo de diario, sobre las distintas actividades realizadas. Por eso desde que arrancó y hasta el final, anotó cada día la fecha, el lugar y su experiencia, prestando especial atención a las medicinas a las que iba teniendo acceso, así como a diferentes culturas y formas de ver el mundo de quienes iba encontrando en el camino.
Luego del viaje y tras estar un tiempo en Argentina, Matías se embarcó en la aventura de pasar esos diarios de viajes ilegibles, “por mi forma de escribir”, a un formato de texto más amigable a la lectura, para poder compartirlo con familiares y amigos. Pero no quedó ahí.
—Pensé en los estudiantes de Medicina o Enfermería, o cualquier rama afín a la salud, pensando en que podría interesarles experiencias de sanación a las que generalmente no se tiene acceso dentro de las universidades. Finalmente pensé en que podía ser un libro para quien tenga la curiosidad de leer un diario de viaje de un médico voluntario por Latinoamérica.
Peyotes en el desierto de San Luis de Potosí, México.
—¿Qué te motivó a compartir tu aventura?
—Amílcar Castañeda, un profesor de una universidad de Costa Rica a quien conocí en el viaje, fue el primero que me mencionó la importancia de compartir mis crónicas de viaje. Finalmente un amigo de toda la vida, Milton López, un poeta y escritor de Bahía Blanca, fue quien me dio el último empujón para emprender la hermosa tarea de hacer un libro. Él fue quién me guió y me ayudó con las correcciones de Notas Migrantes.
Matías dice que las personas que conoció en el camino son la esencia del libro. Al empezar a darle forma, el bahiense notó que en su registro abundaban las citas, entonces decidió redactarlo como un diálogo con las personas que había ido conociendo.
—Luego de darles voz a cada uno de estos personajes les envié una copia de la parte del libro donde aparecían, para que me den su autorización. Desde personas con las que compartimos semanas, hasta con quienes solo tuvimos una conversación de minutos, pero que sus palabras me marcaron a fuego... Todos me respondieron e hicieron correcciones de los textos que les envié.
Florencia haciendo una limpia (ceremonia espiritual) a Titis, Huasteca Potosina, México.
Tal como señala el escrito, la última parada de su viaje fue Chile. Luego retornó a su tierra, junto a María, y se instalaron en Santiago del Estero, donde Matías trabajó para el Ministerio de Salud de la provincia en Centros de Atención Primaria de Salud de la capital y como médico coordinador de un Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en un pueblo rural llamado Campo Gallo. También ejerció la docencia en la carrera de Medicina de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, en la materia Relación Médico Paciente Familia.
El regreso no fue lo esperado. Dice que encontró al país en peores condiciones que al iniciar la aventura por Latinoamérica. No podía creer que el Ministerio de Salud pasara a ser una secretaría, como así tampoco la angustia de tantos pacientes que no tenían qué darles de comer a sus hijos.
—Llegaban a la consulta médica por dolores de estómago o cabeza, y me decían que hacía días que solo estaban “comiendo” mate cocido, porque los habían despedido de su trabajo. Quizás sea una casualidad o causalidad, no sé, pero a mediados del 2018, cuando el dólar se disparó, los casos de diarrea aumentaron exponencialmente esas semanas.
Cocinera haciendo tortillas de maíz en su comal (recipiente de cocina), Aldea Guineales, Guatemala.
Tras casi dos años en aquella provincia del norte argentino y luego de celebrar su matrimonio, Matías y María volvieron a empacar. Actualmente viven en Durham —Carolina del Norte, Estados Unidos—, donde Matías no puede ejercer la medicina clínica por demoras administrativas.
—Hoy como médico me dedico a la agricultura (risas). La pandemia me agarró con una visa de turista; estoy esperando que me den una visa que me permita trabajar. Mientras tanto tenemos con María una huerta en el patio de la casa y una milpa, como le dicen en México al lugar donde se planta maíz, calabaza y frijol. Aquí es verano y esperamos ansiosos que las plantas de tomates den sus primeros frutos para disfrutarlos en sus mil formas.
En medio de la crisis sanitaria, el bahiense asegura que en este momento le gustaría poder ejercer la medicina en Argentina, Estados Unidos o cualquier otro país. Pero no le queda más remedio que esperar. Mientras tanto toma todos los recaudos sanitarios esenciales, como permanecer la mayor parte del tiempo en su casa, respetar el distanciamiento social, usar tapabocas y lavarse constantemente las manos.
—A pesar de no estar ejerciendo la medicina clínica siento que lo que he aprendido como médico lo estoy ejercitando todos los días, que ya forma parte de mí y es indisociable de mi vida cotidiana. Desde la utilización de plantas medicinales para ciertas dolencias al consumo de bebidas a base de kéfir o kombucha; desde el cultivo de plantas medicinales en el patio de la casa para realizar tinturas y medicamentos, hasta la práctica de ayunos para desarreglos alimenticios. En mi forma de entender la vida y la medicina, no existen días que transcurran una sin la otra.
—¿Cómo ves el comportamiento de Argentina respecto a la pandemia?
—En mi humilde opinión veo que en Argentina, en general, se están tomando las medidas sanitarias más efectivas que la ciencia avala para enfrentar esta pandemia, sobre todo cuando uno evalúa la tasa de contagios y mortalidad que hay en el país y los compara con otros de la región y del mundo. Hay países como Brasil, donde el Estado no tiene la presencia que sí tiene en la Argentina, que están dejando que su población enferme y muera sin tomar las medidas sanitarias que los máximos organismos internacionales de salud recomiendan. Sus dirigentes políticos saben que la mayoría de las personas afectadas son y serán quienes menos recursos económicos tienen, quienes en peores condiciones viven, quienes más sufren la marginalidad de la sociedad en la que vivimos, o sea, las personas de bajos recursos, los trabajadores informales, los pueblos originarios, los migrantes, y como sucede aquí, los afroamericanos y los latinos.
Matías señala que le genera incertidumbre el destino de la pandemia —se pregunta cuánto faltará para que vuelvan los abrazos y las rondas de mate— como así también el comportamiento futuro de la humanidad. Siente que este cimbronazo mundial y la cuarentena pueden haber sembrado “una semilla de conciencia respecto a la finitud de la vida por este mundo y a la importancia de cuidarnos entre todos y de cuidar a la madre tierra, en bajar los niveles de consumo a los que estamos acostumbrados a costa incluso de nuestra supervivencia como especie”.
A nivel político sostiene que, por cómo han respondido muchos países, esa conciencia no se está proyectando en verdaderas acciones pensando en un mundo mejor al de la prepandemia.
—Veo que se han reforzado muchas prácticas represivas, se ha abandonado a muchos pueblos a su suerte pensando en la situación económica de unos pocos y se está viendo cómo quienes más sufren los efectos del coronavirus son los mismos postergados de siempre.
Pese a la incertidumbre y lo difícil que resulta pensar en la pospandemia, Matías hizo algunos planes con María. Como el padre de ella es estadounidense y su madre mexicana, piensan su vida en pareja compartiendo un tiempo en cada país. También en regresar a Argentina, quizás en dos o tres años, “aunque como está de loco el mundo últimamente ya no proyectamos a tan largo plazo. En Cuba dicen: ‘Si querés hacer reír a Dios, cuéntale tus planes’. Un refrán para estos tiempos”.
Sea donde sea, Matías seguirá apostando por su vocación de médico, entendiendo, después de tanto camino recorrido, que hay distintas formas de sanar o tratar una patología.
—Para un dolor de estómago existen diferentes tratamientos como puede ser una pastilla, un té de manzanilla, la aplicación de agujas (acupuntura), el ayuno, una dieta, etc, que dependen de la condición del paciente y de su preferencia. Pienso que todas las medicinas son válidas cuando se aplican correctamente. El problema como médicos es que muchas veces solo tenemos pastillas para calmar un sinfín de dolencias que aquejan al ser humano.
Sobre el libro
Fue financiado por Matías, sin ningún tipo de ayuda económica.
"En estos momentos los libros están en la casa de mis padres (en Bahía Blanca), ellos se dan a la tarea de repartirlos con mucho amor a quienes deseen leerlo. Solo deben escribir a mi mail, [email protected]; o a mi WhatsApp, 2914261314. El precio es de 700 pesos, pero también puede ser un precio menor para quien no cuente con esa cantidad", aclara Matías.