Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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En torno de la envidia

Descartes decía que existían solo seis emociones primitivas: el asombro, el amor, el odio,el deseo,la alegría y la tristeza. Como no conoció la Argentina,se olvido de la envidia. Esa que a Silvina Walger en “Pizza con champagne” le inspiró la “tilinguería nacional”. O la ahora rediviva “tinellinguería políti ca”.
La emprendo contra ella, como el gran motor del cambio, porque “sino existen equipos”, si “todo es demolido”, si “nada bueno perdura”, es gracias a la envidia. Muy frecuente en el mundo hispánico -lo señalaron Ortega y Joaquín V. González para nosotros, Unamuno para España-. Ahí se les plantó José Antonio que proclamaba “prefiero una España roja a una España rota”. Pobre. La envidia de Franco  sobre él lo dejó desprotegido a un fusilamiento mártir. El fusilamiento de Dorrego por la envidia de Lavalle. El fusilamiento de Liniers, precedido de las duras criticas a su Virreinato de parte de Matheu, para quien “un pícaro ahijado de aquel maneja la Aduana, donde los contrabandos se hacen con tal escándalo que los niños de 5 años pueden dar testimonio de ello”.
Doscientos años después, Franco y Mauricio contrabandeaban desde Sevel autos a Uruguay y mellizos salidos desde Córdoba rumbo a Chile con el visto bueno de un tal Schiaretti, que por orden de Menem miraba para otro lado y la corte del menemato terminó declarando -con mayoría automática y la sola disidencia de Fayt- prescripta la acción por contrabando calificado por cientos de millones de dólares.
Entre las pasiones que animan a un pueblo joven está la envidia. No es fácil hacer grandes naciones con pueblos envidiosos como los nuestros… Lo envidiaron a San Martin, a Alberdi; lo desplazaron a Moreno -para que mucha agua apagara tanto fuego- y Sarmiento con su hijo en origen llamado Fidel Castro en Chile, y Dominguito tras reconocerlo debió buscar en Paraguay la paz que aquí no se le daba. ¿Acaso el asesinato de Rucci no fue por envidia de Montoneros a su protagonismo junto a Perón? ¿Acaso no fue por envidia que Lanusse impulsó el “Cordobazo” en 1969 para socavarle el poder a su envidiado Onganía? ¿Acaso no fue por envidia que Rojas y Aramburu ordenaron -sin estado de sitio ni de queda- el fusilamiento del general Valle y los obreros en los basurales de Leon Suarez en 1956, mientras la esposa de Valle desesperada recibía de su comadre la respuesta lapidaria: “Pero no te puede recibir, el general duerme”?
Por eso cada uno que viene echa abajo lo que hizo el otro. La envida es un morbo que carcome a los argentinos como una grieta que no nació con Lanata. Hay quien denosta al Himno, a la Bandera, y si pudieran trocarían las manos entrelazadas del Escudo Nacional por puños cerrados enfrentados y crispados. La envidia como óxido de nuestras entrañas ha generado este “despelote”: el medio ambiente en el que cada argentino nace, crece, se desarrolla y muere, envidiando en silencio y a regañadientes, que sea un aborigen llamado Evo el que nos da una Bolivia con una inflación anual del 3 por ciento.
Y desde esa adolescencia permanente y prolongada, la envidia consume nuestras mejores energías, mientras, desde aquella, estamos muy preocupados por las causas de nuestro ADN lleno de acné.