Bahía Blanca | Martes, 01 de julio

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Un chofer amable, un británico piadoso y el caldo más deseado del mundo

Hoy a las 23 se cumplen 37 años del momento en que un bahiense sobreviviente del Belgrano cruzó el oscuro living de su casa y dejó atónita a una familia que, a esa altura, lo hacía más muerto que vivo.

Nilo Navas y Héctor Bollo. Fotos: Emmanuel Briane y archivo La Nueva.

Federico Moreno/ [email protected]

Punta Alta, martes 4 de mayo de 1982, veintidós horas.

--¿Te enteraste de lo del Belgrano? Qué tragedia eh...

--Sí, yo vengo de ahí.

--¿¡Vos sos náufrago del Belgrano!? Tomá, no me pagues el pasaje. ¿Seguro que te bajás en el Penna, no querés ir hasta el Italiano? Andá a dormir al fondo que yo te levanto cuando llegamos.

Así recuerda Nilo Navas, sobreviviente del hundimiento del Crucero General Belgrano en las frías aguas del Atlántico Sur, los momentos en los que recién llegado de la Guerra se subía a un colectivo de La Acción para llegar de noche a su casa en el barrio Anchorena de nuestra ciudad.

Pero para alcanzar ese punto de la historia debieron pasar muchas cosas, que en su mayoría quedaron marcadas a fuego hasta el día de hoy en su memoria y en la de Héctor “Chiche” Bollo, amigo, vecino, excombatiente de Malvinas al igual que él, y hermano de Juan Carlos Bollo, quien perdió su vida en el hundimiento del crucero.

Héctor, clase 61, Juan Carlos, clase 62, Nilo, clase 63, vecinos de toda la vida, amigos del barrio, del básquet, de la escuela, el destino los puso a los tres, que desde 1981 realizaban el curso de cabo primero en Puerto Belgrano, en una guerra que ellos no podían imaginar.

Verano del 82

“Me embarqué en el Crucero General Belgrano a principios del 82, en diciembre del 81 había terminado el curso de cabo primero de Operaciones y me tocó como destino el Belgrano, un buque insignia que con mis compañeros admirábamos de afuera cada vez que caminábamos por los muelles”, recuerda Navas.

“En enero de 1982 hicimos una navegación por la Patagonia, yo trataba de conocer algo del barco, pasa que era enorme. Pensá que es un buque de 182 metros de largo y tiene la altura de un edificio de cinco pisos, con 800 personas a bordo”.

Ese primer viaje de instrucción, interesante por donde se lo mirara, tuvo como corolario una visita a Punta del Este. “Además de un viaje de instrucción fue un viaje recreativo, terminamos en Punta del Este, top top. Cuando pasábamos por la costa de Mar del Plata mirábamos a la gente con largavistas, apenas conocíamos la playa por fotos, para nosotros era todo nuevo”.

“Por eso cuando empezamos a navegar a mediados de abril rumbo al sur las condiciones eran totalmente distintas a las de dos meses atrás. Nosotros, a diferencia de los que viajaron primero, ya sabíamos que estábamos yendo a la guerra, sin embargo el día de embarcar no faltó ni un solo tripulante. Es más, fueron hasta los dos cantineros, civiles, a los que el comandante invitó a bajar antes de zarpar y terminaron muriendo en el hundimiento”, recordó el profesor de Economía.

Mientras que Juan Carlos Bollo, de 19 años al igual que Nilo, partió con él en el Belgrano, Héctor, su hermano, hizo lo propio desde el inicio del combate en el portaaviones 25 de Mayo.

A diferencia de muchos jóvenes que fueron a la guerra como conscriptos, el trío de amigos del barrio Anchorena realizaba por esa época cursos en la Armada. “Mi hermano Juan Carlos, más disciplinado que nosotros dos, había entrado en la escuela mecánica, estaba egresando como cabo segundo ese diciembre del 81. Con Nilo estábamos haciendo el curso de cabo primero de Operaciones, antes te iban a buscar a la secundaria, hacer estos cursos era una salida laboral como puede ser hoy hacer la carrera de policía”, explicó Chiche Bollo.

“Mientras la flota ya había partido, nosotros nos quedamos alistando el Belgrano a destajo, que estaba atravesando un período de reparaciones. En ese contexto todos los días nos despedíamos de nuestras familias porque todos los días nos decían 'mañana zarpamos', hasta que finalmente el 16 de abril a las 10.50 terminamos zarpando en serio”, comentó Navas.

Navegar en tiempos de guerra

“Muchas veces en las escuelas cuando damos charlas nos preguntan si tuvimos miedo o si en algún momento se cruzó por nuestras cabezas no presentarnos en el barco el día de zarpada. Yo creo que por una cuestión de edad, de juventud, de llevarnos el mundo por delante, no teníamos miedo, solo nervios y expectativas”.

El Belgrano tuvo, durante sus 16 días de participación en la Guerra de Malvinas, varias misiones. “Primero navegamos custodiando las costas patagónicas de un eventual desembarco británico, protegiéndonos en aguas poco profundas de una posible incursión de un submarino. Llegamos a la zona de la Isla de los Estados el 22 de abril, donde probamos artillería verdadera sobre la costa, porque meses antes habíamos probado solo la de fogueo. Descubrimos que alguna estaba fallada, por lo que una vez en Ushuaia se reemplazó, además de cargar víveres y combustible”, recordó el sobreviviente de 56 años.

Héctor acota que fue desde esa ciudad que su hermano mandó la última carta a su familia. “Yo tengo la carta que mi hermano mandó a casa, llegó cuando ya sabíamos que él no iba a volver”.

“En Ushuaia, para que se vuelva a notar el grado de compromiso, no desembarcó uno solo de los 1.093 tripulantes. El 26 recibimos información de que aparentemente tres buques de la fuerza británica habían cruzado por el Canal de Panamá y venían navegando por el Pacífico, amparados en la ayuda que les daba Chile. Nos posicionamos en la zona de Cabo de Hornos para esperarlos, pero la información era errónea, esa maniobra británica nunca existió”.

“El 28 conformamos el grupo de tareas 79.3 con los buques Bouchard, Piedrabuena, Gurruchaga y el de reabastecimiento, Puerto Rosales, en la zona de la Isla de los Estados. Sin que lo supiéramos, los chilenos ya habían informado de nuestra presencia a los británicos”.

Para ese entonces, el buque británico HMS Conqueror se encontraba navegando en la zona de las Islas Georgias, que días atrás habían sido recuperadas por aquel país.

“El Conqueror recibió información de que el Belgrano y otros buques estaban en la zona del Canal de Beagle, por lo que puso rumbo hacia la zona de Tierra del Fuego. Nos encontró la madrugada del viernes 30 de abril, primero detectó un ruido de hélices, que resultaron ser del Puerto Rosales, y en la mañana cuando levantó el periscopio nos vio, a partir de lo cual comenzó la tarea de seguimiento”.

“Nuestra vida en navegación era de mucho adiestramiento, muchas guardias de guerra, que a la postre nos terminaron sirviendo como experiencia a la hora de evacuar. Cuando se cubren puestos de combate no hay descansos, almuerzos, no hay nada”.

Los impactos en el casco del Crucero.

El impacto, en la mejor hora posible

En medio de la crueldad que se puede encontrar en cualquier guerra, también hay lugar para actos de bondad, piedad, compasión, o como le corresponda ser llamada.

“Muchas cosas nos hacen pensar que el comandante del Conqueror quiso causar el menor daño posible. Primero, nos atacaron a las 4 en punto de la tarde, justo en el cambio de guardia, momento en el cual tenés despiertos y activos a dos tercios de la tripulación, que al fin y al cabo son los que sobrevivieron al ataque. Si atacaban a las 3 de la mañana no quedaba nadie vivo”.

“Segundo, pese a que la orden de atacar llegó desde Londres a las 2 de la tarde, el comandante británico lo hizo recién a las 4 y con tres torpedos, de los cuales impactaron dos. Podrían haber disparado más y no habría sobrevivientes”, comentó Navas.

“Esos hechos fueron así, uno cree que el tipo quiso cumplir con la orden pero causando las menores muertes posibles. Después, en un documental, tripulantes del Conqueror dijeron que horas antes de atacar, viendo la tormenta que había, pensaban en el estado de nuestras balsas para cuando los argentinos evacuaran el buque. Esas declaraciones sí que ya no sé si serán un gesto demagogo”, añadió Bollo.

“Teniendo en cuenta que fue en época de guerra, en el sur y casi en invierno, y la relación tripulantes totales-tripulantes fallecidos, se lo considera el hundimiento más exitoso de la historia naval, dado que solo falleció la tercera parte. Así que probablemente los británicos así lo hayan querido”, analizó Navas.

Las balsas en el naufragio.

“Andá a tirarte del barco”

“No nos enteramos de que nos atacaban hasta que sentimos el impacto del torpedo. El primero impactó en la popa, entró por el sollado, en el sector donde dormíamos, que era muy grande. Se estima que la gente que estaba ahí murió en el acto, ni se enteró de la explosión”.

“El segundo torpedo, un minuto después, cortó la proa del barco como un papel y también produjo bajas importantes. El buque comenzó a escorarse para la izquierda, inclinándose a razón de un grado por minuto. A las 4.23 pm el comandante recibió de Control de Averías la información de que el buque había perdido la estanqueidad”.

“Él pensaba que averiado como estaba podía llegar a navegar a la deriva y vararlo en la Isla de los Estados o Tierra del Fuego, pero no fue así. Ordenó abandonar el barco y así como estábamos, ayudando con lo que teníamos a nuestro alcance, porque el mayor daño ocurrió en cubiertas bajas, en un sector con el que ni siquiera tuvimos contacto visual, tuvimos que evacuar”.

Pero lo que por culpa de la relatividad puede parecer algo sencillo, era nada menos que todavía tener que debatirse durante más de 24 horas entre la vida y la muerte.

“Andá a tirarte del barco, el barco es tu casa, lo más seguro que tenés. No fue sencillo el abandono, la condición climática no era buena, tenías que salir con lo que tenías puesto, que era liviano porque adentro hacía calor, trabajabas en manga corta”.

“No era saltar a las balsas y listo, salvarse. Ya de por sí en el salto hubo gente que se quebró, en las balsas pasamos mucho frío. Para colmo teníamos miedo de que el barco al hundirse nos succionara, porque el viento te tiraba la balsa contra el casco y no podías alejarte, los remos eran chiquitos y la tempestad durísima. Yo en un momento, lo recuerdo como si fuera hoy, me vi parado en la balsa, con las manos apoyadas en el casco del barco como si de esa forma evitara que nos aplastara. Logramos alejarnos con mucho trabajo en equipo y gracias a la lancha del comandante que tenía motor fuera de borda y fue tirando con cabos de las balsas hasta alejarnos a 50 o 60 metros del Belgrano”.

“Ya una vez que se hundió empezamos a escuchar explosiones abajo del agua, eran todas las máquinas que por la diferencia de temperatura empezaban a estallar. Salían maderas de la cubierta y de repuesto a la superficie y teníamos miedo de que nos pincharan las balsas, el calvario no terminaba más. Hubo una tormenta de viento y lluvia torrencial terrible esa noche, tiramos un día y medio con un pedazo de chocolate para cada uno, había gente herida... esa noche lloramos, reímos, rezamos... hasta que nos encontró un avión”, recordó Nilo.

“El mar en menos de 24 horas nos había llevado 100 km hacia el sur. Vinieron buques a rescatarnos, bajaron los nadadores de rescate y nos ataron de abajo de las axilas para levantarnos desde la cubierta como pescados, porque no teníamos ni fuerzas para subir por la escalera de gato por nuestros medios”.

“Nos rescató el Gurruchaga a la una de la mañana del martes 4 de mayo. Estuvo rescatando gente hasta las cuatro y pico, a las cinco puso proa a toda máquina hacia Ushuaia. Es un barco chiquito, de poca tripulación, y es el que más tripulantes rescató, íbamos sentados en el piso todos apretados, si querías ir al baño tenías que pasar literalmente por arriba de los demás. Nos dieron abrigo, un caldo y para media mañana ya estábamos en Ushuaia”.

Los micros que por esa época unían Bahía con Punta Alta.

Volver a casa

“Ese martes fuimos de Ushuaia a Río Grande, de ahí en avión a Espora y de ahí a Puerto Belgrano. En el puesto número 1 de la base, en la oscuridad, me gritaron 'cabo primero Navas', y yo que no entendía nada respondí 'presente'. Resultó ser un vecino, odontólogo y teniente primero, que me dijo con una sonrisa 'su familia se va a alegrar de verlo'. La razón es que yo, en vez de estar en la lista de sobrevivientes, estaba en la lista de desaparecidos”.

“De Puerto Belgrano me fui caminando a Punta Alta, todo en medio de la oscuridad, me subí a un colectivo de La Acción que venía vacío, pago el pasaje a Bahía, más precisamente a la parada del Hospital Penna, y el chofer me dice: '¿viste lo del Belgrano? Qué tragedia eh'. Le respondí que sí, que yo venía de ahí.

'¿Vos sos náufrago del Belgrano? Tomá', me dijo y me devolvió la plata del pasaje. '¿Seguro que vas al Penna, no querés ir hasta el Italiano mejor? Andá al fondo a dormir, cuando llegamos yo te aviso', me dijo. El pasaje era más caro a un hospital que a otro, y a mí que no tenía un peso me quedaba más cerca de mi casa el Italiano”, recordó Navas.

Ya por las oscuras calles de Anchorena, Nilo abrió la puerta de su casa que estaba sin llave –-no había inseguridad, acota--, atraviesa el living que estaba todo oscuro y desde ahí le dice a su padre, que estaba en la cocina con la luz prendida: “Preparame el baño que me voy a dar una ducha”.

“Se quedaron helados, casi les da un ataque, estaban desahuciados y de repente aparecí vivito y coleando”.

Tenía 19 años al momento del hundimiento.

Las dos caras de la cuadra

“Cuando vi a la mamá de Juan Carlos le dije 'Dora, no lo vi a Juan carlos', y ella me respondió 'quedate tranquilo que está en la lista de sobrevivientes'. Ahí me volvió el alma al cuerpo, pero lamentablemente la historia terminó siendo al revés, la información en tiempos de guerra es muy confusa.

“Cuando volví yo de la guerra –-dice Héctor, hermano de Juan--, mi mamá me miraba convencida de que yo volvía con mi hermano, de que lo traía yo. Ese momento fue tremendo”, recuerda Chiche, conmovido, 37 años después.

“La cuadra vivía sentimientos cruzados, por un lado Héctor y yo habíamos vuelto vivos, pero por otro Juan Carlos había muerto”, recuerda Nilo.

“La escuela media 2 de Tiro Federal tuvo cuatro caídos. Y además, de estos barrios hubo muchos chicos en la guerra. Fue un sector de Bahía muy afectado por Malvinas”, añadió Chiche.

Cuatrocientas veintitrés horas

Hace años que Navas y Bollo tienen un programa de radio, “El Crucero General Belgrano vive”, ganador de múltiples premios, incluso a nivel nacional, y una de las tantas formas de difundir la causa Malvinas que profesan desde 1982.

“Hemos dedicado nuestras vidas a esto, recorrimos el país de punta a punta dando charlas en escuelas, universidades. Siempre queremos recordar, generar conciencia en la gente y mantener viva la cultura de Malvinas, solo contando las emisiones radiales llevamos 423 horas hablando del Belgrano”, manifestaron los veteranos.

Diciembre del 84

La vida de ambos en las Fuerzas terminó el 31 de diciembre de 1984. “Era hasta cuando teníamos contrato”, acota Héctor. “Cuando volví del Belgrano la guerra para mí continuó desde Puerto Belgrano, siempre de guardia. En el 84 fui a Europa a traer el destructor Sarandí, recién comprado por el país. Tengo el honor de haber sido la última generación del Belgrano y la primera del Sarandí”, recordó Navas.

Un cuervo en el Atlántico Sur

--Por último, Nilo, ¿qué hubieras estado haciendo un domingo como el del hundimiento a las 4 de la tarde, en tiempos de paz?

--Dejá, te la contesto yo –dice Chiche Bollo--. Escuchando a San Lorenzo por la radio, es fanático, ja, ja.

--Ese año estábamos por primera vez en la “B”, había que seguir la campaña más que nunca…