Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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“El mejor día”, un motor para los médicos

El quirófano infantil del Hospital Municipal fue noticia semanas atrás, pero la historia comenzó mucho antes.

Fotos: Prensa Hospital Municipal y Pablo Presti-La Nueva.

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

 

   Salió del quirófano con la bata, el gorro y una sonrisa muy grande. No era para menos: había reventado el globo y tenía el premio prometido.

   Enseguida buscó a su papá.

   —Hoy fue el mejor día —le dijo mientras sostenía con fuerza una bolsa repleta de golosinas. 

   Pablo y Fernanda se miraron con asombro: para ese chico pasar por el quirófano había tenido muy poco que ver con el dolor, el trauma y un mal recuerdo.


 

   Pablo Aispuro es técnico en Anestesiología, nació en Bahía Blanca y lleva casi 9 años en el Hospital Municipal. Su compañera María Fernanda Petetta es médica anestesióloga, llegó a la ciudad hace más de 5 años desde Los Toldos (provincia de Buenos Aires) y lleva uno y medio en el centro de salud de Estomba y Bravard. 

   Fueron noticia semanas atrás por la renovación del quirófano infantil de ese hospital. Pero la historia comenzó mucho antes: cuando estaba en la clínica de Osecac, Pablo empezó a implementar la globología (hacer formas con globos), y más adelante se le ocurrió con su pareja llevar antifaces al hospital para jugar a los superhéroes.

   —La idea era que los chicos se sintieran más cómodos a la hora de entrar al quirófano, que es un ambiente un poquitito cruento para ellos —asegura Pablo.

   Fernanda agrega que es difícil llegar a un nene que te ve por primera vez con la vestimenta quirúrgica puesta. Por eso coincide en que los globos y los antifaces fueron una buena idea para ganarle un poquito al miedo.

   Esa idea lúdica no se agotó ahí. Un día, en medio de una operación, se preguntaron por qué no hacer algo más y empezaron a googlear “hospitales pediátricos” y “quirófanos infantiles” para ver qué podían hacer: encontraron muchos ejemplos en Argentina y el mundo para darle color a las paredes de aquella sala.

   —Buscamos vinilos en internet, pedimos permiso, nos dieron el okey y los compramos. No fue nada político, fue una iniciativa nuestra porque queríamos hacer algo diferente —resalta Fernanda.

   Con plata de sus bolsillos, ayuda de compañeros y donaciones anónimas —como el autito que hoy traslada a los chicos al quirófano— se pasó de la idea a la práctica y a fines de septiembre el trabajo estuvo terminado: un “quirófano de película” para el Municipal y una comunidad orgullosa por pensar en el dolor de los más chicos.

   Pablo cuenta que no es fácil ver a los nenes indefensos y con tantos miedos a la hora de operarse. Y cambiar ese dolor por un poco de alegría ayuda a los pacientes y los ayuda a ellos como equipo médico.

   El trabajo es en conjunto y empieza mucho antes de la cirugía. El Municipal cuenta con un equipo interdisciplinario que días antes de la operación se reúne con el chico y sus padres para contarles qué se va a hacer en la sala quirúrgica. Además, le muestra al pequeño el quirófano y lo viste con la bata, el gorro y el calzado que llevará puesto el día de la operación. Como explican los médicos, la idea es que el chico sepa todo lo que va a pasar el día de la cirugía.

   Cuando finalmente llega la operación empieza el juego: los nenes se suben al autito que los conduce al quirófano a través de una pista. 

   —Algunos ya ni voltean la cabeza para ver a los papás al final del pasillo —cuenta Pablo. No es para menos: los Minions y otros personajes que animan el recorrido introducen a los chicos en un mundo paralelo, el de la imaginación.

   Cuando termina el trayecto, se recuestan en la camilla y empieza otro juego: el del globo.

   —La forma en la que ellos se van a dormir es soplando a través de una mascarita, inflando un globo. Yo siempre les hago el cuento de que si ese globo se infla muy grande se explota y adentro hay una sorpresa —relata Fernanda.

   Esa sorpresa, que ven cuando despiertan de la anestesia, fue la responsable del “mejor día”, que comenzó con el festejo del nene en el quirófano, siguió con la buena noticia al papá y aún perdura como incentivo para el cuerpo médico.

   —Cuando le dijimos que había ganado el premio por soplar muy fuerte el nene empezó a festejar. Fue muy gratificante: es lo que nos llevamos a casa y por lo que hacemos esto todos los días —asegura Fernanda, que extraña mucho a su familia pero resiste a más de 500 kilómetros por amor a su profesión. 

 

“El amor supera las barreras”

 

   Una pasión. 

   Una parte fundamental de su vida. 

   El sueño que tenía de chica. 

   Un sacrificio enorme. 

 

   Eso es para Fernanda la medicina. 

   Cuando estaba estudiando la carrera en Buenos Aires, a su hermana le descubrieron un tipo de cáncer y en medio del dolor pensó en abandonar sus estudios. Pero el excelente trato médico que recibió le devolvió las ganas de seguir y ayudar a los demás. 

   El camino no fue fácil. Una vez recibida se vino a Bahía para hacer la residencia en el Hospital Penna, justo cuando estaba por nacer su sobrina. Como otras veces, tuvo que resignar tiempo con su familia para dedicar su vida a los más chiquitos. Pero no se queja: ama su profesión.

   —El amor a lo que hago me hace tolerar las barreras de la distancia —dice a sus 33 años, mientras observa el celular una y otra vez. Es su día de guardia y la pueden llamar en cualquier momento.

   Así es la profesión: estar dispuesto, brindarse. 

   Fernanda no imagina algo mejor y anima a quienes están dando sus primeros pasos en la medicina.

   —Si sueñan con ser médicos luchen contra todos los altibajos que hay en la salud argentina. La satisfacción que se logra al ver cómo podés ayudar con el dolor a una persona hace que valga la pena el esfuerzo.

 

Ping Pong

   —¿A qué te ayudó la medicina?

   Pablo: A poder devolver un poco lo que la sociedad y el hospital me han dado.

   Fernanda: A conocer gente maravillosa.

   —¿A qué le tenés miedo?

   Pablo: A las cosas malas que uno puede llegar a enfrentar ahí adentro (del quirófano), que nos agobian y nos hacen sentir muy mal. Pero uno está en cierta forma preparado. 

   Fernanda: Todos los días tengo miedo. Nuestra especialidad es crítica: las cirugías programadas se pueden complicar y las urgencias peor aún. Es una gran responsabilidad, todos los días tengo miedo a lo que pueda llegar a pasar, pero con la conciencia tranquila de que siempre trato de dar lo mejor de mí y tratando de entender a veces que hay cosas que no se pueden evitar.

   —¿Lo mejor de la profesión?

   Pablo: La satisfacción de que todo salga muy bien en cada cirugía. Es muy gratificante ver a los chicos cuando vienen a upa sin miedo, aún sin conocernos; y poder devolverlos a los papis con una sonrisa en la cara.

   Fernanda: La sonrisa de los pacientes.

   —¿Es difícil manejar a los padres y a los chicos que van a ser operados?

   Pablo: Tratamos de ocuparnos primero del chiquitín, que es lo que más nos importa. Pero no nos olvidamos de los padres que se tienen que despegar de ellos. Por eso esto que hicimos con los vinilos también es para que los padres se sientan más tranquilos, que vean que los agasajamos y recibimos con mucho amor. 

   Fernanda: En el Municipal tenemos la suerte de que hay un equipo multidisciplinario que trabaja tanto con los nenes como con los papás. Para cualquier padre es muy difícil separarse de su hijo, saber que va a ser sometido a una anestesia, pero tratamos siempre de tranquilizarlos, de contarles qué se va a hacer y de transmitirles la tranquilidad que les podemos dar de algo que hacemos todos los días. Si bien puede haber complicaciones somos un equipo que va a trabajar para solucionar todo lo que se nos presente.

   —¿A los chicos hay que decirles la verdad?

   Pablo: Tenemos dos excelentes profesionales, la doctora Daniela y la ludoterapeuta Lali, que se encargan de preparar a los chiquititos los días previos a las cirugías en hospital de día o en la sala pediátrica, junto a otros profesionales. Ellas se encargan de eso.

   Fernanda: Creo que sí, pero también hay que adecuarse a cada nene. Hay gente que estudia para eso y sabe cómo transmitir esas noticias a los nenes porque no podés hablar de cáncer con una niña chiquita porque seguramente esa palabra no la entienda. Creo que hay que encontrarle la vuelta, todos los pacientes merecen saber la verdad, pero deberían saberla acorde a su edad. Siempre tenemos que hacerlos partícipes del proceso.

   —¿Cómo está la salud pública en Bahía?

   Pablo: Está creciendo y con estos cambios que nosotros nos inspiramos de otros lugares, creo que la medicina va muy bien.

   Fernanda: Difícil, aunque creo que ahora tenemos acceso a más tecnología y a nuevos avances, estamos más actualizados.

   —¿Qué le falta a Bahía?

   Pablo: Poner un poquito más de ganas para concretar ideas como la del quirófano. Creo que uno tiene el temor a que salga mal o al qué dirán, lo hablo desde lo personal, pero hay que animarse. Bahía puede.

   Fernanda: Hacen falta médicos. Los sueldos a veces son bajos y es muy difícil. Vemos en guardias que faltan médicos todo el tiempo. No sé cuál es la solución, pero creo que se puede mejorar.