Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Multifacético: Oscar Liberman navega por mares literarios

El reconocido economista bahiense se animó a salir de la zona de confort y presentó su primera novela: Los años del mar. 

   Anahí González
   agonzalez@lanueva.com

 

   El protagonista de Los años del mar no tiene nombre. Tampoco la mujer que le quita el sueño (¿o se lo devuelve?) Ella es M. Así la nombra. Siempre lo ha sido. No hay fechas, ni referencia a ciudades o lugares concretos. Solo él y ella, ella y él, espejos de un amor que parece destinado a morir en el instante del alumbramiento (¿vivirá?) 

   La diferencia de edad de los protagonistas -él es bastante mayor que M, aunque no sabemos cuánto- es un escollo, tensa las cuerdas del relato y de los corazones lectores hasta el final. La resistencia a esta realidad traza sombras sobre la luminosa promesa de los amantes.

   En Los años del mar, todo está por ser y no ser, todo ya es y no es. 

   Atado a los vaivenes de este vínculo escapista, el protagonista se refugia en su velero, como si sólo entregándose a los humores de la naturaleza, pudiera reencontrarse y tomar el timón de sus emociones y de su vida. 

   En el mar, aislado de todo, se reconcilia, por momentos, con la incertidumbre. Sin embargo, la imagen de aquella mujer persiste, insiste, al igual que las memorias de algunos traumáticos episodios de su vida.

   ¿Lograrán nadar juntos por este amor líquido o lo dejarán correr entre los dedos? ¿Dejarán fuera de juego a las convenciones sociales para abrazar lo sublime o verán con dolor que en la atracción impostergable que los convoca está escrita ya la despedida?

   ***
Oscar Liberman aprendió a leer cuando cursaba el Jardín de Infantes N°910, en el que fue abanderado, y desde entonces no paró.

   A los 9 años ya había devorado Grandes Esperanzas, de Charles Dickens y antes de cumplir los 10, ya había leído los 12 tomos de la enciclopedia Lo sé todo, afición que compartía con su amigo –el hoy escritor- Luis Sagasti (con quien encabezaba, en la primaria, un grupo de investigación de Ovnis) A los 12, recitaba de memoria el Romancero Gitano de Federico García Lorca, en el Colegio Industrial. 

   Niño curioso y ávido lector, todo en él daba claras señales de su perfil artista mucho más que el del reconocido empresario, economista y profesor universitario en el que se convirtió. También trabajó como músico, cocinero, investigador, consultor y columnista en Economía.

   Con la licenciada en letras Flavia Pittella y la escritora y periodista Julieta Mortati. (Emmanuerl Briane-La Nueva.)

   Mientras maduraba y se destacaba en su carrera académica no dejó de cultivar el amor por las letras y la música. Como guitarrista –se recibió de profesor en la adolescencia- llegó a integrar varias bandas (Mate y Entrance) que, en los 80, que estuvieron en la cresta de la ola del rock local. Además, toca el piano, saxo, clarinete y el acordeón.

   Nació en Bahía Blanca, en 1963. Libriano, es el segundo de cuatro hermanos (son tres varones y una mujer). 

   “El de los problemitas”, bromea. 

   Antes investigaba mucho, la economía estaba en el centro de la escena. Hoy, si bien ocupa un lugar preponderante, se permite ahondar en otros intereses genuinos muy fuertes y por eso se animó a publicar su primera novela. Por eso, y porque hizo una promesa...

   Además, en su presente, ya consolidado profesionalmente, está dispuesto a darse los gustos que alguna vez se privó. Ya no posterga. 

Crédito: Emmanuel Briane-La Nueva.  

 -¿Cómo llega la escritura a su vida?
   -Siempre escribí y leí, toda la vida. En ese tiempo no había Whatsapp ¡Tenía que robar con la guitarra y con las letras de canciones! Todo el tiempo escribía relatos, cuentos, pero lo hacía como terapia, sin pensar en la mirada del otro. Me había propuesto no publicar, para no involucrar al ego.

   -¿Había grandes lectores en su casa que fomentaran este hábito?
   -En casa, mis dos padres leían, pero no eran grandes lectores. Sí, se dieron cuenta de que yo era un loco, que me gustaba indagar y se las rebuscaron para que no me faltaran libros.

   -¿Y qué lecturas elegía o llegaban a sus manos?
   -De chiquito era muy romanticón y también leía autores de ciencia ficción, no solo los clásicos. Bradbury me gustaba mucho por la fantasía. En la secundaria aprendí Henry Miller de memoria, en una época muy experimental, fue un material de  aprendizaje en varios aspectos (alude al erotismo en las obras de este autor).

   

   -¿Qué tiempo le dedica a la literatura?
   -Leo a la noche o durante el día, cada vez que tengo un rato libre. Me relaja, me conecta de otra manera con las cosas. Implica un compromiso que no te da la tecnología. Leer un libro es como tener una relación sexual, es algo íntimo, te metés con el cuerpo, te obliga a despertarte, te produce sensaciones.

   -Entonces, tiene una gran biblioteca…
   -Tengo libros por todos lados. Algunos dedicados por autores amigos, otros los he prestado. Los tengo en bibliotecas, en cajas, desparramados bajo la mesa, en el auto, en la oficina, en el depósito. La mayoría son novelas.

   -¿Cómo nació Los años del mar?
   -Fue un proceso que empezó hace cinco años. La escribí en un año. Como no pensaba publicarla escribí cosas que me habían pasado, solo porque pensé que podía hacerme bien. Me decidí a publicarla por una promesa que hice a mi hija mayor, Ana. Un código entre ambos.

   -¿El proceso fue disciplinado?
   -Yo tuve una educación muy zen, muy rigurosa por parte de mi padre. Cultivé una disciplina linda, no la padezco. Disfruto de ella. Cuando busco algo le brindo horas y doy todos los pasos que hay que dar para llegar hasta ahí.  Me costó darle forma, pero cuando empiezo a hacer algo, lo hago como si fuera a vivir de eso. Me gusta investigar como funcionan las cosas. 

   -La novela está narrada en prosa poética ¿suele utilizar este registro?
   -En general soy de expresarme en una prosa más brutal y descarnada o de ir por el lado de la poesía. En la novela fundí ambos.
Me puse como condición que fueran capítulos que pudieran leerse por separado, como si fueran cuentos, sin nombres, lugares ni fechas. Si no fuera porque hablo de un auto y de un teléfono, podría estar ambientada en cualquier época. Por otra parte, cada cuento, por separado empieza donde terminó el anterior. Me costaba mucho porque escribía cada uno como si fuera el último. Y el siguiente debía empalmarse ahí. Tenía muy claro de qué quería hablar y como terminaba.

   -¿Cómo fue la experiencia con la editorial?
   -Quería imprimir algunos ejemplares y me contacté con la editorial y envié unos escritos. Luego, me pidieron el original y lo envié corregido. Después me citaron Sol Etcheverry y Julieta Mortati, a quien yo admiraba por su libro La lengua alemana. Ellas me llevaron de la nariz con mucha naturalidad. Seguimos avanzando y un día llegó el contrato. Metrópolis libros publicaba mi novela.

   -¿Qué significa esta obra en lo personal?
   -Este libro significa hacer algo que me gusta. Me conecté mucho con eso al hacerlo. Me sirvió releerlo porque lo escribí casi terapéuticamente. Y ahora, ya que rompí el cascarón y me animé a publicar me hace bien pensar en compartirlo.

   El tercer personaje fuerte, además de los enamorados, es el velero ¿qué lugar ocupa la navegación en su vida?
   -Navego muy seguido, si fuera por mí, viviría en el agua. Soy un bicho de agua. Navegar te conecta con la vida de una manera brutal y hacerlo solo, te desnuda del alma. Si estás bien, el universo te parece chico para expandirte; si estás mal regresás al puerto y te imaginás mil formas de no estar mas en el mundo, y ninguna te parece lo suficientemente contundente. No sabés cómo se sigue, todo se mueve y vos estás paralizado. Sentís: 'Hasta acá llegué'.

    -En el barco no se puede “caretear” 
   -Claro, vivimos en un mundo de pantallas y de inmediatez en el que enmascaramos la vida constantemente. No hay un tiempo para la reflexión, para la conexión genuina. Navegar te da también esa cuota de la naturaleza que no podés controlar. A veces querés descansar, tener un momento de paz y llega un temporal, y no podés decirle al viento: ‘Dame cinco minutos que me acomodo’. 

   -¿Cuáles son sus expectativas respecto a la novela que acaba de publicar?
   -En principio, mi expectativa general era que nadie se enterara de que la publiqué (ríe divertido). Ahora lo único que espero es que la lean. 

   Referencia

   Oscar Liberman se casó a los 27 años con la artista plástica y economista Mónica Sigal, quien fue su alumna en la carrera. Tuvieron dos hijas, Ana y Noa. Tomó clases particulares de escritura creativa con las escritoras Valeria Tentoni y Elsa Calzetta. Compró un barco con el que planea navegar por el mundo.

   Algunos autores

   Argentinos: Julio Cortázar, Roberto Arlt, Daniel Moyano y Jorge Luis Borges. También Samanta Schweblin, Pedro Mairal, Leonardo Oyola, Julián López y Pablo Ramos, entre otros. Bahienses: Mario Ortiz, Luis Sagasti y Valeria Tentoni.
Libros favoritos: “La cuarentena” y “El buscador de oro”, de Jean Marie Gustave Le Clezio.

   Textual

    “Me despierto, mis ojos se abren completamente, respiro apenas perceptible. Mi mirada anclada en la verdad que se me revela: toda la vida nos enamoramos de la misma mujer, como escuchamos la misma melodía, recitamos el mismo poema, preparamos la misma comida. Toda la vida es una sola cosa, esa que se manifiesta en cada caso de diferentes formas, transformando nuestra existencia completa en una sola y fugaz búsqueda”.

    “El viento castiga, a veces como la vida cuando las ganas tienen sabor a utopía, a aquello que subsiste donde no existe. Besos no correspondidos, secretos que no encuentran oídos, palabras que mueren sin haber conocido su propio sonido, viento que no encuentra un mar sobre el cual soplar”

    “Una sola cosa me mantenía vibrante, deseoso de retornar: la secreta misión de encontrarla, enfrentarla, mirar a través de su mirada que filtra mi existencia en su purificador espejo”.

    “Iré a navegar. Si este es el fin del temporal, que me encuentre en el mar. Como sea, se resolverá navegando”.