Bahía Blanca | Miércoles, 15 de mayo

Bahía Blanca | Miércoles, 15 de mayo

Bahía Blanca | Miércoles, 15 de mayo

María y José, en la gracia de América

Historias de inmigrantes. Se conocieron poco después de la Segunda Guerra Mundial. El primero se fue a Bélgica y luego a Bahía Blanca. Ella lo esperó en su pueblo. Se casaron por poder y se reencontraron en una casa de Mitre al 1400. La distancia nunca pudo separarlos. Por Ricardo Aure.
María y José, en la gracia de América. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

En un mediodía de 1952, el “sí quiero” atraviesa miles de kilómetros.

María D'Ascanio, desde Fara Filiorum Petri, un pueblito italiano de la provincia de Cheti, y José Antonio Belfiglio, desde Bahía Blanca, juran amarse para toda la vida.

María está vestida de novia y es el centro de una fiesta íntima y muy austera

Ese casamiento “por poder” fue el final feliz para una historia de amor que nació con el término de la Segunda Guerra Mundial, cuando José, que había sobrevivido en Africa, conoció a María en una reunión. Ella, que por entonces estaba de novia con Corradino, quedó flechada por el joven campesino que venía de una aldea cercana, Roccamontepiano, y que por 5 años fue obligado a transformarse en soldado.

La miseria de la posguerra empujó a José a buscar trabajo en una mina de Bélgica cuando María ya le había comprometido su corazón. Después, Carmelo, un hermano de José, que ya estaba en Bahía Blanca, le propuso probar suerte en la América que se abría generosa a los que escapaban del hambre de la herida Europa. Y aceptó, aunque antes fue a la casa de María y le pidió formalmente su mano a su padre, Giuseppe.

1940. Esos abrazos que pueden ser los últimos. Esas lágrimas que abren surcos en las mejillas, esos ojos enrojecidos... María se despide de Domingo, Pepe y Carlo, sus hermanos que se marchan al frente.

La Italia de Benito Mussolini entra en guerra y la vida está más cerca de la muerte.

Giuseppe D'Ascanio, María Asunta y sus 9 hijos habían perdido la paz.

“Teníamos 18 hectáreas y la casa se había levantado en una punta. Yo, desde que había terminado la escuela primaria, pasé mis días entre la cocina y las tareas del campo. Teníamos 6 vacas, ovejas, corderitos, gallinas, olivos, vides, manzanos... perales, pero vinieron los 'tedescos' y se llevaron casi todo”.

María evoca, cuenta y aclara que “los tedescos” eran los alemanes, que a unos 5 kilómetros de su casa habían instalado una guarnición, y que todavía eran aliados de los italianos.

La granja de los D'Ascanio quedó bajo la custodia de dos soldados. Uno de ellos era un francés enrolado en las tropas germanas, al que María, no obstante las circunstancias, recuerda con cariño.

“Era petisito, muy amable y educado. Se llamaba Franco y su jefe le dio permiso para volver por unos días a Francia para casarse. Al volver, nos trajo una parte de su torta de bodas. El otro guardia era Billy, un alemán muy alto al que no le entendía casi nada. Con Franco era distinto, con él podíamos hablar un poco más”.

Giuseppe, que tuvo que proveer de alimentos, vino y vacas a los alemanes, pudo esconder tres de su vacas en el establo de unos amigos al que María, día por medio, llegaba con pasto y agua después de caminar horas por las montañas.

“Gracias a la inteligencia de mi padre, pese a lo terrible que fue la guerra, en mi familia no sufrimos tanto. Mussolini solo benefició a sus seguidores y para el pueblo en general fue muy malo. Nos terminamos acostumbrando a los aviones y a los bombardeos. Antes de irse, los 'tedescos' fueron a buscar a una familia cercana que se les había rebelado. A la mujer, su marido y su suegro los hicieron caminar 20 kilómetros delante de sus caballos. En un puente, los mataron. Aparecieron después de muchos días. El final de la guerra no se festejó en mi pueblo. La gente terminó hambrienta. Gracias a Dios, en casa nunca faltó la comida”.

Los tres hermanos de María volvieron sanos a la granja y ella, una noche, conoció a José, quien trataba de cerrar las heridas abiertas por la guerra, como la muerte de un amigo en sus brazos, después de un combate y a pocos metros del hospital, por sus meses como prisionero, o por la casa paterna, que encontró arrasada”.

1949. A bordo del buque “Salta”, el 12 de octubre José Antonio Belfiglio, italiano, soltero todavía, y de profesión “bracero”, fue registrado con 30 años en el puerto de Buenos Aires. Enseguida llegó a Bahía Blanca e ingresó como empleado de Aguas Corrientes, hoy ABSA.

1952. María, con sus flamantes 28 años, cruzó el Atlántico. Desde Nápoles y Buenos Aires transcurrieron 18 días. Después, el tren a Bahía y el reencuentro con José, que ya había levantado una pieza, cocina y baño en un terrenito de Mitre al 1400, el escenario para la demorada luna de miel.

“En 1953, en el Hospital Penna, nació nuestro primer hijo, Antonio. Fue uno de los momentos más felices de mi vida y se repitió después, en 1955, con el nacimiento de Teresa. Mi marido nunca quiso que trabajara fuera de casa. Para eso estaba él, me decía. Les estoy muy agradecida a la Argentina y a Bahía Blanca, donde tengo muchos amigos, paisanos y buenos vecinos, porque sigo en el mismo barrio”.

Una tarde del domingo 5 de marzo de 1972, poco después de la sobremesa, se detuvo el corazón de José, quien expiró en los brazos de Teresa.

“Fue el momento más amargo. Por días pedí irme con él, pero lo superé con la ayuda de mis hijos y de algunos parientes que vinieron de Italia. Ahora lo siento muy cerca”.

***

--¿Quiere un cafecito?-- pregunta María en la siesta otoñal, después de compartir el sol en la puerta de su casa. “Leo”, el caniche que la acompaña desde hace un año, está alterado ante la presencia de extraños.

José no volvió a su tierra. María ha vuelto 5 veces, la primera en barco, en los años 70, en los conocidos como "Viaggios del ricordo”, junto a Teresa, y las demás en avión.

“Me siento bien, aferrada a la vida, y disfruto de mis hijos y de mis nietos. En casa, que es grande, hago de todo, hasta cocino, y me acuerdo de las papas al fuego con aceite de oliva que comíamos en la granja. Tengo dos hermanas en Italia y dos hermanos en Australia; uno de ellos, de 92 años, combatió en la guerra. Además, pronto vendrán a visitarme unos sobrinos”.

María D'Ascanio nació el 28 de julio de 1924. Lejos, muy lejos en la distancia y en el tiempo, hoy lee sin anteojos, ya no se levanta tan temprano, le gusta ver los partidos de River por televisión, charlar con sus paisanas Angela y Dina y volver a Fara Filiorum Petri. Siempre junto a José, porque ni el tiempo ni las distancias podrán separarlos.