Campeones de verdad
Correr mantiene vivo a Juan Carlos "Toto" Gavilán. A los 79 años, además, camina diariamente unas 100 cuadras y cada fin de semana trota al menos 10 kilómetros.
A Néstor Osvaldo Salvatori nunca lo desesperaron los triunfos. Jugó al fútbol, al básquetbol, fue atleta, buceó y ahora estira el camino con la natación y el tenis.
"Mi felicidad está ligada al deporte. Hoy me puedo olvidar de las cosas o escuchar poco, pero sigo jugando y nadando 3 o 4 veces por semana", dice mientras repasa fotos y recortes de diarios de los años ‘50 y ‘60.
Símbolo de la bochas de Bahía Blanca, de la región y del país, César Alfonso Colantonio también arrima su reflexión: “Los años nos dejan consecuencias naturales, pero nosotros tenemos que imponerles dinámica y disfrutarlos gracias al deporte”.
Múltiple campeón, en 1974 y 1984 Colantonio fue considerado el mejor bochófilo del país. Nacido el 25 de marzo de 1937 en Gonzales Chaves, en 1973 se radicó en Bahía Blanca. Fue subcampeón mundial en 1987, jugó en Suiza e Italia y dirigió selecciones argentinas.
"Afronté graves problemas personales, me fui, y después de un tiempo en el sur, retorné a Bahía Blanca anímicamente destrozado, pero volver a jugar me ayudó. Siempre prometo que es el último año, pero nunca cumplo porque siento que las bochas me alargan la vida".
Arbitro, con una fructífera trayectoria en el plano basquetbolístico, a los 66 años Miguel Firpo advierte que el paso del tiempo no podrá empañar el amor que siente por el deporte.
Firpo organiza sus rutinas de acuerdo con las demandas de su actividad.
"Las comidas, la preparación física y el hecho de realizar dos o tres trabajos me ayudan en todo sentido. El día del partido, almuerzo liviano y analizó los jugadores que voy a dirigir. Es parte de mi vida, y me hace bien".
Nativo de Zárate y pionero del Colegio de Arbitros de Bahía Blanca, Firpo destaca el valor del aspecto mental para conducir un encuentro. "Es una cuestión de convencimiento. Particularmente me agrega tranquilidad saber que además de pitar trato de enseñar porque es lo que debo".
Para Enrique Borgarelli, licenciado en Deportología, como las disciplinas físicas no se jubilan bien se puede ser competitivo hasta el último instante.
"Hay gente que por su forma de ser pronto incorpora el deporte como parte de su vida; y hay otra que lo hace tardíamente. Tenemos que definir si estamos hablando de deporte o de actividad física. Una cosa es salir a caminar y otra muy distinta participar activamente de competencias oficiales".
A casos como los de Colantonio o Firpo, Borgarelli los vincula con el talento y la disciplina. "Son formas de vivir basadas en el deporte, con alimentaciones adecuadas, un sostenido trabajo psicológico y una pasión fantástica", indica.
Tras el retiro activo, Borgarelli explica que las personas que siguen ligadas al deporte son las que generalmente han llevado una vida coherente con la actividad que practican y evoca la recomendación de un profesor de educación física que siempre tiene presente: Hay que ponerse en estado para hacer deporte, porque el deporte no se pone en estado.
"Los controles médicos son clave. Es preciso tomar precauciones y respetar los años y sus límites. Hay actividades que pueden ayudar a cualquier adulto mayor, como la natación, que es recreativa y regenerativa. El golf tiene mucho valor en el aspecto psicológico".
Sobre la competitividad, Borgarelli considera que es una característica del ser humano.
"Mientras sea sana y con límites claros, no hay que tenerle miedo. El hombre, que no puede competir contra su propio cuerpo, debe practicar conscientemente deportes porque así logra sostener un buen estado físico y mental".
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Con sus enérgicos 90 años, Julio Natalini no puede apartarse de las pelotas de básquetbol y de fútbol que ahora repara en su casa del barrio 12 de Octubre, desde donde alza la voz para afirmar que el deporte "es el mejor doctor del mundo".
Hasta hace dos años, cuando todavía era pintor de obra, llegaba a su casa, se calzaba las zapatillas y corría. De regreso, una ducha con agua tibia y quedaba como nuevo.
"Mi mujer nunca pudo entenderlo: `¿Estás muerto y salís a correr?’", me cuestionaba.
Entre los atletas veteranos, el "Toto" es uno de los pocos que practica desde joven ya que la gran mayoría se inició siendo adulto.
"Me agrada que las personas mayores realicen alguna actividad física porque nos permite un bienestar general. Antes, al llegar a los 40 años te decían que no podías hacer nada más. Nunca lo compartí".
Nacido el 19 de septiembre de 1933, su infancia transcurrió en Villa Harding Green, donde su padre tenía un pequeño campo.
"Corría todo el tiempo y el caballo sólo era para el arreo; además, como era mucha la distancia hasta la escuela, me iba corriendo. Ya mayor de edad largué el campo para dedicarme a lo que me gustaba: el atletismo, y busqué trabajo en lo que fuera".
Su trayectoria comenzó con el primer Maratón de los Barrios, el 25 de marzo de 1956. Después representó a Bahía Blanca en campeonatos provinciales y nacionales. Su participación en el torneo Internacional Pierre de Coubertin de 1965, en la pista del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, está en sus más gratos recuerdos.
"Ese año, luego de salir campeón provincial en La Plata con récord bahiense, fui invitado a ese prestigioso torneo. Clasifiqué quinto en 3.000 metros con obstáculos, frente a atletas de Uruguay, Brasil, Chile, Estados Unidos, Alemania, Inglaterra y España".
Veinte años después, en Neuquén, fue campeón en el Nacional de Ruta, con récord argentino y sudamericano, para la categoría 70/ 74 años.
Los recortes de periódicos que guarda dan fe de que ganó 48 competencias de las 171 que realizó en su juventud y que en veteranos se impuso en 186.
Dejó de competir a los 36 años aunque siguió corriendo por su cuenta, pero volvió en los 80, cuando se creó el Círculo Bahiense de Atletas Veteranos.
"Cuando me preguntaban cuándo iba a dejar, yo respondía que `acaso a los 100 años’". Pero en medio del `acaso’ surgieron situaciones límites; primero, en septiembre de 2012, la muerte de su amigo Héctor Marchese, tras la carrera de Ingeniero White a la que habían ido juntos.
"Ya habíamos corrido y estábamos mirando la prueba central cuando cayó al piso. Fue fulminante".
Poco después, el destino lo puso ante otra prueba: la enfermedad de un pequeño nieto. “Le prometí a Dios que si le salvaba la vida, no volvería a competir”. El “Toto” cumplió, por eso ya no corre; sólo trota y camina.
Néstor Salvatori, el polideportivo
La pelota vuela hacia la red. La hinchada de Sansinena prepara el grito sagrado: ¡Goo...!
El arquero, con su melena rubia al viento, vuela de espaldas al piso y levanta la pierna derecha...
¡Goooooo...!
La pelota vuela al cielo con esa chilena salvadora en la misma raya y el ¡gooooooo...! se vuelve ¡uuuuuhhh!
La carcajada espontánea de Néstor Salvatori le pone puntos suspensivos al recuerdo que lo tiene como figura central de aquel partido de hace más de 45 años, cuando defendió el arco de Pacífico en su emblemático estadio de Castelli y Charlone: cancha de tierra con tribunas de madera.
"¡Qué me van a felicitar! Todo lo contrario. `Dejate de j..., loco’", me advirtieron mis compañeros. Me encantaba jugar lejos del arco y eso era muy raro en aquellos tiempos", cuenta hoy en el mismo espacio, ya sin arco ni tribunas y transformado en la cancha de tenis que ahora, con sus envidiables 77 años, lo tiene como cotidiano protagonista.
Amateur de alma, Salvatori era un adolescente cuando se ganó el arco de su querido Pacífico. Vivió a media cuadra del club por más de 74 años (hace unos días dejó la casona de la calle Charlone); también jugó al básquetbol con la camiseta verde y fue un destacado atleta.
"Saltaba con garrocha de caña de bambú que se arqueaba, pero no se sabía si se enderezaba”, evoca cuando vuelve a sus tiempos en los que llegó a ganar torneos nacionales que le valieron tanto trofeos como los retos de su padre por los días de estudio perdidos o porque no llegaba a rendir exámenes.
El arquero-basquetbolista-atleta avanzó por la vida. Se casó con Beba, tuvo 3 hijos, se recibió de ingeniero civil, pintó cuadros (“Aprendí con un español que tenía su atelier en calle Güemes, entre Colón y O’Higgins”, puntualiza), fue docente secundario y universitario. Después aparecieron el buceo, la natación y el tenis.
"El deporte me abrió los ojos para aprender a vivir. Soy escorpiano y no me rendiré fácilmente. Creo que seguiré unos 4 años más. De todos modos, siempre cuidé mi cuerpo y le hice caso a mi viejo que me aconsejó liberarme del venenoso cigarrillo. Nunca fumé pero él, que hizo todo lo contrario a lo que me decía, se murió muy joven".
Aquel ayer vistiendo la verde de Pacífico o las celestes de las selecciones bahienses de fútbol, básquetbol y atletismo está documentado en pilas de fotos en blanco y negro o en amarillentos recortes de “La Nueva Provincia”, un tesoro que Salvatori lega a los herederos de una pasión que se proyectó a su hijo Andrés y, por estos días, a Branco, de 13 años, uno de sus nietos, según el abuelo "el manija" de los preinfantiles de Pacífico.
"La vida nos plantea muchas preguntas y la posibilidad de disfrutarla. Yo lo hago con el deporte, con la pintura (porque le prometí a mi mujer que la retomaría) y con los viajes, porque también soy un correcaminos...".