Historias que sobreviven a una demolición
A poco de cumplir 62 años de edad, Oscar Cuchereno recuerda con precisión cuando, hace casi 40, el ingeniero encargado de construir el nuevo mercado Municipal lo tentó para realizar la demolición del viejo edificio de calle Donado.
Como intuyendo que esa sería su ocupación, llevaba años mirando de ojito ese tipo de tareas, mientras caminaba rumbo a su trabajo en casa Guerra, al punto que, en determinada ocasión, un obrero, advirtiendo ese interés, le dijo "mirá, pibe, si te dedicás a eso, vas a ser fenómeno...".
La oportunidad de iniciarse en la profesión le llegó de manera inesperada. "Había renunciado a Guerra y atendía un puesto de venta de pollos en el mercado, cuando el ingeniero que iba a construir el nuevo edificio me dijo la frase que todavía recuerdo: "¿Te animarías a tirar este mercado?". Así empecé".
A la demolición, Cuchereno sumó, luego, la excavación, lo cual le permitió comprar dos camiones y una máquina excavadora.
"Apenas hice esas compras, fui al Café Nº 1 --calle Chiclana, frente a la plaza Rivadavia-- y les di mi tarjeta a todos los presentes". Fue el comienzo de una carrera que incluyó el derribo de 750 inmuebles de Bahía Blanca y la región.
"Desde el 73 al 78, hice un promedio de una demolición cada día por medio. Hubo un momento en que no sabía qué hacer con los materiales y contraté dos martilleros para rematar todo en la misma obra", señala Cuchereno.
Así fue aprendiendo y formando gente.
"Uno de los secretos del oficio es contar con gente especializada en cada rubro. Yo tenía obreros para retirar chapas, para carpintería y para pisos de madera. El otro "secreto" es que yo desechaba los ladrillos, concentrando mi esfuerzo en recuperar hierros y madera", explica.
Pero, sin dudas, la gran diferencia la hacía con su pasión por el trabajo. "Me gustó siempre la demolición, porque cada día tenía una obra diferente", añade.
A principio de los 80, las condiciones económicas del país se modificaron, generando una enorme recesión.
"Me perjudiqué con Martínez de Hoz, que dijo que compráramos equipamiento, porque el país iba a crecer. Compré y me fundí. A partir de entonces, empecé a alquilar las máquinas, porque eso era negocio".
Retirado del rubro, Cuchereno resume con satisfacción la trayectoria de su empresa.
"Yo voy a morir deseoso de hacer demoliciones. Mi salud ya no me lo permite, pero, ahora que se reactivó el mercado, lo estaría haciendo con gusto...".
De todo un poco, entre picos y mazas
Las cavernas del Mercado
Terminada la demolición del mercado Municipal, en 1968, Cuchereno comenzó la excavación para el nuevo edificio.
Todo iba bien, hasta que encontró... las cavernas.
"Aparecieron de repente, cuando estábamos a tres metros de hondo, sobre la tosca. Eran cavernas de cuatro metros de alto, con bovedilla y dinteles en arco; limpias, como si recién las hubiesen barrido. Por la altura, se ve que adentro andaban a caballo. Cuando, tiempo después, demolí el edificio de New London --primera cuadra de calle O'Higgins--, las volví a encontrar. Para mí, llegan hasta la Catedral, pasando por la Municipalidad", relata.
Fue en ese trabajo donde tomó conocimiento del cementerio que existió en el terreno, con la aparición de restos óseos.
"Se me ocurrió llamarlo a Enrique Cabré Moré, quien empezó a traer especialistas, para recuperar huesito por huesito. Hasta que el ingeniero me dijo que levantara todo y lo llevara adonde depositábamos la tierra".
Con aquella tierra realizó, inesperadamente, uno de sus mejores negocios:
"Vino un italiano, de traje y sombrero, y me dijo: "Le compro toda la tierra", que era mucha. Era el dueño del balneario Colón y la usó para hacer un terraplén, a fin de que el agua de mar no entrara en el balneario. Cuando terminó (le llevamos tierra durante cuatro meses), una sudestada le arrastró todo".
Una triste
Estando en el Café Nº 1, la verdadera oficina de Cuchereno, se le acercó Carmelo de Nápoli, urgiéndolo por que le hiciera una demolición. Cuchereno le pidió, al menos, 15 días para hacerlo.
"Al poco tiempo, miro el diario y veo que murió Carmelo. ¿Qué pasó?: Se puso a hacer el trabajo y una pared lo aplastó...".
La caída del Normal
La demolición del edificio de Brown y Villarino, donde funcionó, durante 50 años, la Escuela Normal, fue uno de los golpes más duros al patrimonio arquitectónico bahiense.
Sin embargo, para Cuchereno, la decisión de tirarlo fue por demás justificada: el edificio estaba arruinado.
"Mucha gente protestó, pero, cuando el propietario me dio las llaves y me dijo "tirá todo", fui a revisar el edificio: era un desastre: Durante 40 años que estuvo alquilado, no se hizo mantenimiento. Lo único sano era la escalera de mármol. No había reparación que se pudiera hacer...".
New London, otra cruz
Otro edificio cuya pérdida aún duele es aquel cuya planta baja ocupó, durante 50 años, la tienda New London.
En este caso, Cuchereno se vio obligado a cubrir el frente del inmueble, para que la gente no protestara. Testigo de esa decisión, recuerda que la idea primera del propietario fue convertir el lugar en un centro comercial "con escaleras mecánicas incluidas", pero la Municipalidad se negó a darle una excepción que hiciera viable la obra.
"Cuando el Concejo rechazó la excepción, el propietario decidió hacer cocheras", explica.
Una muy ingrata: el silo Nº 5
"A las 12.20 explotó el elevador de Ingeniero White y a la hora me llamaron para sacar el trigo y demoler lo que estaba en pie", recuerda Cuchereno. La demolición, como trabajo, también fue ingrata, porque había mucho hormigón, que no rinde y exige mucho esfuerzo, pero igualmente terminó el trabajo. En este caso, recuerda que logró recuperar el trigo almacenado en los silos.
"Salvé que se quemaran 60 mil toneladas de trigo, cuando nadie quería hacer el trabajo, por el fuego. Con veinte camiones, sacamos el cereal caliente y, durante 8 meses, los bomberos nos ayudaron a enfriarlo. La mayor cantidad del cereal se cargó en barcos que tenían que salir con sus compuertas abiertas hasta que se enfriara; algunos llegaron hasta el Ecuador así".
Cuchereno recuerda, además, lo ocurrido con las últimas toneladas, quemadas y mojadas, a 8 meses de la explosión y en plena fermentación.
"Tenían un olor insoportable y, perdido por perdido, la Junta Nacional de Granos lo sacó a licitación. De manera inesperada, una empresa de Córdoba compró todo a muy buen precio. "Este trigo es especial", dijeron. ¿Para qué lo usaron?: Teñido con un colorante, secado y envasado lo vendieron como el mejor raticida del mercado".
La historia de la alpargata Nº 10 de Gath y Chaves
A fines de los 70, Cuchereno demolió el interior de la planta baja de la tienda Gath y Chaves, en O'Higgins y Brown, para adecuarlo a locales. La tarea incluía el retiro de las aberturas, pisos y mármoles.
Enterado del hecho, se acercó a nuestro protagonista don Segundo Andrenelli, quien, en 1938, había colocado el piso de machimbre.
"Cuando saques el piso de madera --dijo a Cuchereno--, hay un lugar bajo el cual, en 1937, dejé una alpargata número diez, izquierda... Con el apuro por salir después de sellarlo".
Cuando levantó ese sector, Cuchereno encontró la alpargata. "Cuando se la llevé a la casa, no sabe la emoción de ese hombre...", recuerda.
Una venta por avión, teléfono y correo
Una de las mejores operaciones comerciales de Cuchereno la hizo con una persona a la que no conoció nunca.
Ocurrió mientras demolía varios edificios en la estancia "Don Ramón", de López Lecube.
"Eran galpones tipo ferroviarios, de 104 metros de largo, con boxes para caballos, y 30 cabañas hermosas. Mientras hacía la demolición, pasó un señor en avión y dio varias vueltas sobre el campo, donde mis obreros estaba trabajado. A la noche, me llamó por teléfono y me compró todos los materiales. Días después, recibí el cheque por correo y el hombre mandó a retirar todo. Pese a lo importante de la operación, nunca lo conocí...".
Un poco más
* "Cuando empecé a demoler el mercado Municipal, muchos locales no se desocupaban. El ingeniero, entonces, me dio una idea: demolí las piletas de patio --del sistema cloacal-- y un ejército de ratas comenzó a correr por el mercado: en diez minutos, no quedó nadie...".
* "Una obra que no pude hacer fue la demolición de 20 polvorines subterráneos en la Base Naval, en plena guerra de Malvinas. Cuando fui, no dejaban entrar obreros extranjeros, y la mayoría de mis hombres eran chilenos".
* "En general, no me gustan los materiales antiguos, pero los pisos de Gath y Chaves, debajo de los mostradores, estaban impecables, sin uso. Esos los coloqué en mi casa".
* "En Mascota, demolí un chalet hecho por los ingleses. Lo curioso es que tenía sus paredes de adobe y en la mezcla le habían colocado alambre de púas. Fue un trabajo durísimo".
Mario R. Minervino/"La Nueva Provincia"