La Carolina, en San Luis
Aquellos sueños por el oro
Cualquier mina con la que un turista se tope seguramente que tiene la particular atracción de una historia que quedó en la mochila del tiempo. Con leyendas, historias, sueños, riquezas y frustraciones. Máxime, claro está, si esa mina creó la típica fiebre por el oro que --cierto o no-- se sospechaba en sus entrañas. La Carolina, a menos de 100 kilómetros de la ciudad de San Luis, también tiene muchas historias, sueños, riquezas y frustraciones. Se la mostramos.
El sol del mediodía cae a pleno sobre La Carolina, el pueblo minero de San Luis donde hace 200 años se instaló la fiebre del oro.
En el cálido refugio de madera y piedras, al final de la única calle del pueblo, angosta, de tierra y silenciosa, los que van hacia las entrañas del Tomolasta se prueban cascos y botas.
Dicen que cuando el marques de Sobremonte en enteró de la existencia del yacimiento aurífero mandó gente de su confianza a proteger la riqueza encerrada en el Tomolasta, el cerro de poco más de 2 mil metros de altura al que los nativos llaman "el animal que tumbó las astas".
Muy poco ha cambiado desde aquel entonces en este paisaje; tal vez la emoción de los turistas, en los albores del siglo XXI, no sea muy diferente de la que experimentaron los hombres que llegaron siguiendo una esperanza, una quimera dorada.
Un sueño que duró hasta 1950, cuando la explotación se abandonó porque las inversiones ya no justificaban el oro que no extraían, que el Tomolasta se empeñaba en esconder.
Claro que las vetas no están agotadas y aún hay riquezas esperando otra epopeya.
Los guías y técnicos en turismo que realizan esta excursión de alguna manera han emprendido una nueva epopeya que comenzó con la construcción de un refugio desde el que llevan a los visitantes hacia el fascinante mundo de la vieja mina, un circuito aprobado por la Dirección de Minería.
En la historia de La Carolina no hay mucho rigor histórico; algunos dicen que Sobremonte, en aquel tiempo intendente gobernador de Córdoba y Tucumán, había bautizado al pequeño enclave con el femenino del nombre de su soberano,
el rey Carlos III de España.
Tal vez eso fue lo que le dijo el marques a su señor, pero como ese era el nombre de su hija, las dudas y las sospechas nunca se disiparon.
Lo que sí es cierto es que el marques comisionó a don Luis Lafinur para que investigara si eso del oro era cierto, y como sí lo era, le ordenó dirigir las primeras obras.
Y fue así que en 1797, cinco años después de la fundación de La Carolina, en el entonces próspero y bullicioso poblado nació Juan Crisóstomo Lafinur, entrañable poeta y filósofo.
Cuando el grupo de expedicionarios se pone en marcha, casco en mano, hay mucha expectativa porque una vez se va a quebrar el mito ancestral de que las mujeres no entran a las minas.
Claro, esta mina no es el esforzado y peligroso ámbito de trabajo al que descendían los hombres llevando picos, sino un paseo turístico.
Cuentan que el origen del mito en estas tierras se originó en la Pachamama, la Madre Tierra, que vaticinaba desastres y derrumbes si una mujer ingresaba a las oscuras galerías.
Esa tradición la siguieron los españoles hasta 1810 y también las empresas inglesas que llegaron a mediados de ese siglo a iniciar trabajos más industriales y a abrir túneles en la roca.
En el camino hacia la bocamina, unas cinco cuadras, se pasa por el túnel más cercano al poblado, tapado por un derrumbe de tierra, en el que se ven los arcos de madera de un viejo apuntalamiento, donde según los guías "el agua ha subido bastante".
En medio de las pircas. El sendero sigue el curso de un río, un brazo del río Grande, que sube y baja, se Acerca y se aleja, donde sólo el color de las verbenas, pequeñas florcitas silvestres, coloradas, violetas y amarillas, cortan el paisaje.
Por allí hay muchos álamos, algunos negros, y también sauces criollos, acacias y pajonales ralos.
Y hacia ambos lados hay pircas de piedra laja, apiladas con prolijidad, sujetas unas a otras por el ingenio del hombre, sin necesidad de argamasa.
Una vieja técnica que sigue vigente, ya que los "pirqueros" aún construyen por allí cercos y corrales.
También hay ruinas de la época de la explotación, algunas de sitios amplios, tal vez donde se guardaba el material extraído, y otras que fueron de pequeñas viviendas que los mineros construían para descansar de las arduas jornadas de trabajo.
También se encuentran algunos "pirquineros" en La Carolina, gente que además de sus tareas habituales busca en los ríos el polvo de oro que baja mezclado con arena,
Un trabajo artesanal que realizan con un colador al que llaman "desluz", que no completa el trabajo de purificación porque el polvo de oro se vende en los negocios del pueblo.
Con suerte, sacan un gramo cada dos o tres días.
Caminando por las entrañas. Ya en la puerta de la bocamina, con las cabezas protegidas por los cascos, el grupo avanza detrás del guía por un túnel recto de unos 250 metros.
Ese camino ni siquiera tuvo que ser apuntalado porque las rocas están firmes, naturalmente compactadas.
Cuando los ojos se acostumbran a la penumbra se encienden las luces de los cascos y las formaciones de estalactitas muestran la estabilidad de esos viejos túneles, donde la temperatura oscila entre 15 y 20 grados y ayuda a conservar las formaciones naturales.
En ellas predominan los colores amarillos del sulfato ferroso y el óxido de hierro, y aparecen los rojizos y los marrones.
En el techo abovedado se ven pequeñas lucecitas plateadas, que, en realidad, son gotitas de agua en proceso de condensación y ya con minerales.
Hay que avanzar con cuidado por ese suelo anegado y sentir que más allá de los pajaritos que anidan en la entrada, en ese mundo de rocas frías el silencio se siente mucho.
Algunos túneles secundarios desembocan en la galería central, y adentrarse en ellos es perder el contacto con el exterior, con la luz tenue que aún a la distancia muestra la entrada de la mina.
Ese es el momento de apagar las luces de los cascos y afrontar toda la oscuridad, una experiencia tan conmovedora como única.
En medio del silencio. La Carolina tiene una sola calle, la 16 de Julio, día de Nuestra Señora del Carmen, en cuya capilla hay dos campanas de fines del 1800.
Al final de la calle, sobre un promontorio de piedras, está el monumento al minero, una escultura de tamaño natural inspirada en Victorio Miranda, uno de los primeros trabajadores de la mina.
En este viejo pueblo viven apenas 200 personas, no hay cine ni vida nocturna, pero sí casas de piedra y adobe sin ventanas, y dos comedores: El Tomolasta y La Casa de Omar, donde sirven un exquisito chivo con chanfaina.
La gente joven se ha ido buscando una vida mejor y sólo en el verano, cuando llegan las vacaciones, el lugar abandona el letargo invernal y las noches donde la temperatura desciende hasta entre 15 y 18 grados bajo cero.
Y en febrero también llega la alegría del Festival del Oro.
Visitar San Luis y no Llegar hasta La Carolina es desconocer aquella época dorado que aún añoran los viejos habitantes.
Los que saben que, cuando el sol baja sobre el Tomolasta, el frío serrano habla de alturas y vientos.
CORINA CANALE
Dónde está
La Carolina está a 85 kilómetros de la ciudad de San Luis, la capital provincial, desde la que se llega por la ruta nacional 9.
El punto más alto
La vieja villa minera, al pie del cerro Tomolasta, de 2.020 metros de altura, está a 1.600 metros sobre el nivel del mar. Es el lugar poblado más alto de la provincia de San Luis.
Dónde alojarse
En La Carolina está La Posta del Caminante, único alojamiento, cuyo teléfono es (02651) 49-0223.
Para visitar
Cerca de la villa se encuentra la gruta de Inti-Huasi --"Casa del Sol"--, que está en el cerro del mismo nombre, de 1.710 metros de altura. Allí floreció, hace 8.000 años, la cultura Ayampitín. En 1951 se hizo el primer fechado de Radio Carbono 14 de Sudamérica, procedimiento con el que se establece la antigüedad de los fósiles.
Dónde informarse
Más información sobre La Carolina se puede conseguir en la Secretaría de Turismo y Deporte de la provincia de San Luis, ubicada en avenida Presidente Illia y Junín, con teléfono (02652) 430248-423957 y línea gratuita de informes 0800-666-6176. En Buenos Aires, en la Casa de la Provincia de San Luis, ubicada en Azcuénaga 1083, con teléfono (011) 4822-3641/0426.