"La Nueva." había alertado hace un año sobre la guerra a 20 cuadras del centro
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Casi una burla del destino. Hace exactamente un año, el 1 de agosto de 2016, “La Nueva.” publicaba la primera de una serie de notas que exponía una grave realidad en uno de los sectores más populosos de la ciudad, el Noroeste y barrios aledaños.
La guerra que nadie ve a 20 cuadras del centro, una saga de violentos enfrentamientos entre bandas juveniles tenía capítulos todos los días, impulsada por la facilidad para acceder a las armas y las drogas. Prácticamente todas las noches, en distintas esquinas, se escuchaban peleas. La mayoría, a los tiros.
Los protagonistas eran adolescentes, en su mayoría de 16 a 19 años, aunque también había otros más pequeños, en algunos casos de 11 o 12.
Desde muy chicos, según sus propios relatos, comenzaban a consumir y empuñar armas. Entre otros motivos, por un problema cultural: a la escasez de recursos socioeconómicos, y la falta de incentivos educativos, deportivos y culturales, se sumaba que el delincuente peligroso se había convertido en una prototipo deseable, un modelo a seguir.
Las notas en este diario encendieron el alerta y, de a poco, los inconvenientes fueron disminuyendo. No obstante, nunca desaparecieron del todo. Las agresiones entre bandas y contra comerciantes y vecinos reaparecían de manera esporádica.
El caso de Ramiro Barragán (31 años), el comerciante fallecido por un disparo durante un robo en Líbano y Patricios, vuelve a exponer este drama.
El ataque fue aparentemente perpetrado por Juan Manuel Ortiz (19), ahora detenido, y un menor que continúa prófugo. La pólvora y la sangre volvieron a sacudir a un barrio de perfil obrero, donde la silenciosa mayoría de los vecinos solo quiere vivir en paz.