Bahía Blanca | Sabado, 27 de abril

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Bahía Blanca | Sabado, 27 de abril

Doloroso adiós a Ceferino

Son las 7.24 y aún no sale el sol, pero el artista marmolero Nicolás Fernández ya está frente al altar del beato Ceferino Namuncurá en Fortín Mercedes. El hombre quita delicadamente la tapa inferior de la estructura, a fin de retirar de allí, para siempre, los restos del Lirio de la Patagonia. El silencio es inmaculado --apenas lo salpica, cada tanto, algún sollozo ahogado--, pero el artesano siente que los 30 fieles que lo rodean no le quitan los ojos de encima.
Doloroso adiós a Ceferino. El país. La Nueva. Bahía Blanca

 Son las 7.24 y aún no sale el sol, pero el artista marmolero Nicolás Fernández ya está frente al altar del beato Ceferino Namuncurá en Fortín Mercedes. El hombre quita delicadamente la tapa inferior de la estructura, a fin de retirar de allí, para siempre, los restos del Lirio de la Patagonia. El silencio es inmaculado --apenas lo salpica, cada tanto, algún sollozo ahogado--, pero el artesano siente que los 30 fieles que lo rodean no le quitan los ojos de encima.


 Minutos después aparece, cubierta de polvo, la urna de madera laqueada. Con la ayuda del inspector salesiano y delegado del arzobispado de Bahía Blanca, Vicente Tirabasso, Fernández la deposita sobre una mesa y comienza a retirarle la tapa, que cede a los pocos minutos. A las 7.43 emerge el cofre con los restos del Lirio de la Patagonia.


 --Si alguno quiere depositar alguna carta o recuerdo en la urna, puede hacerlo ahora, antes de que la volvamos a colocar en su lugar... -- anuncia Tirabasso.


 Nadie le contesta, salvo dos mujeres que le lanzan palabras duras, hirientes. Le repiten lo que el sacerdote ha escuchado cientos de veces en los últimos días: que no quieren que se lleven a Ceferino, y que es una vergüenza que ni siquiera les hayan avisado a tiempo para organizar una despedida como se merecía el beato.


 El sacerdote comprende el dolor y no contesta; toma el cofre y lo traslada a metros del altar principal del Santuario de María Auxiliadora. Son las 7.43. Es el comienzo de la dolorosa ceremonia de despedida de los restos del beato, tras 85 años de reposo en Fortín Mercedes.

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 "Yo no quería hacer este trabajo", confiesa el marmolero Fernández ni bien termina su labor.


 --¿Y entonces por qué aceptó?


 --Porque yo diseñé este altar hace casi dos años y le dediqué seis meses de trabajo artesanal. Siempre supe que los restos de Ceferino no iban a quedarse acá para siempre, porque me habían dicho que los parientes lo estaban reclamando... pero pensaba que este momento no iba a llegar nunca. Uno tiene esperanzas, ¿vio?


 --¿Qué sintió al sacar la urna del altar?


 --Dolor. ¿Qué otra cosa voy a sentir? Pero no tanto porque los restos se vayan, sino porque no me gustó ver a la gente de Pedro Luro tan enojada con la Iglesia. El traslado de los restos tendría que haber sido una fiesta, no una jornada de luto. Pero bueno, se dio así...


 Sus palabras son interrumpidas por el sollozo de una adolescente sentada a pocos metros de distancia. Su abuela, Clara Koch, la mira enternecida.


 "El dolor que sentimos es inmenso, pero ahora sólo podemos mirar cómo se lo llevan. No queda nada más por hacer", explica la mujer.


 Tiene cara de cansada y no es para menos: hace casi 14 horas que está participando, en el templo, de la vigilia de los restos organizada por el Grupo Ceferiniano de Pedro Luro.

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 "A mí también me habría gustado que la despedida de los restos se hubiera dado en otro contexto --dice el inspector salesiano Vicente Tirabasso--, pero evidentemente hubo errores en los últimos tramos de la organización del traslado. Y por esos errores debo reiterar mis disculpas; sin dudas, los pasos finales de este proceso fueron precipitados".


 Son las 8.12 y el sacerdote salesiano se está preparando para oficiar la última misa, en el santuario de Fortín Mercedes, ante la presencia de los restos de Ceferino Namuncurá. Está calmado, pero no puede olvidar las duras críticas que recibió de un sector de la comunidad católica lurense por no haberles notificado el traslado hasta la noche del jueves pasado.


 "Días atrás no me hubiera imaginado semejantes críticas y reacciones, pero entiendo el dolor de la gente porque, en definitiva, es fruto de la devoción. Los sentimientos no se razonan ni se discuten; uno puede estar de acuerdo o no, pero tengo que respetarlos", dice.


 "También creo que nadie puede considerarse dueño de Ceferino y que, en el fondo, que los restos estén en un lugar u otro no es lo más importante. Lo importante es el modelo de vida que nos transmite nuestro beato para estar más cerca de Jesucristo. Quien no tiene esto en claro se queda con la cáscara, pero no con el contenido profundo del mensaje de Ceferino", agrega.

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 La última misa con los restos de Ceferino se inicia poco antes de las 9, ante un millar de fieles, y culmina casi una hora después. Tirabasso anuncia entonces la firma del acta de traslado de los restos, y convoca al altar al cacique mapuche Celestino Namuncurá y a su hermana Juana, sobrinos del beato. El trámite formal dura unos pocos segundos.


 Tras la entrega de un obsequio a los descendientes de Ceferino por parte de la vecina Nilda Tear (un recipiente con el polvo de oro utilizado para pintar la cúpula del santuario de Fortín Mercedes), una representante de la comunidad mapuche --Claudia Petit Gean, hija de Eva Namuncurá-- sube al atril. Pronuncia sus primeras palabras con firmeza, pero las siguientes en medio de un llanto compungido que, de alguna forma, parece pedir disculpas a los lurenses.


 "Los mapuches sentimos una mezcla de alegría y tristeza en este momento --dice, ganada por la emoción--. A la comunidad de Pedro Luro le queremos agradecer por haber cuidado y querido tanto a Ceferino. Nuestra labor, en ese sentido, recién empieza. Y también les quiero decir que no era nuestra intención despojarlos ni mucho menos, sino cerrar una historia que empezó cuando Ceferino se fue de nuestro pueblo con el deseo de volver".


 A las palabras de Petit Gean suceden las de Alicia Iturralde, del grupo ceferiniano, y luego llega el momento menos esperado: Tirabasso anuncia que el delegado del obispado de Neuquén, Antonio Mateo, así como Celestino Namuncurá, cumplirán el retiro formal de los restos del templo.


 El cacique da los primeros pasos y decenas de fieles se abalanzan sobre el cofre que lleva en las manos. Con lágrimas en los ojos, tocan el receptáculo, lo besan, agradecen al beato y hasta pronuncian pedidos y súplicas. El paso de los Namuncurá se frena, por lo que dos representantes más jóvenes toman el cofre en sus manos y reanudan el camino hacia la salida.


 El dolor embarga a los fieles, pero nadie interrumpe el paso.


 A las 10.52, los restos de Ceferino son cargados en el asiento trasero de un Volkswagen Polo color blanco que, escoltado por dos móviles policiales, parte inexplicablemente a gran velocidad hacia la ruta 3, con destino final en la localidad neuquina de San Ignacio.


 Los fieles quedan allí, en la explanada del santuario, bajo un cielo plomizo, con la mirada triste y resignada. Algunos quieren gritar algo, pero ni eso les permite la impotencia.


 "Parece mentira que días atrás estábamos pensando en la nueva edición de la fiesta de Ceferino y, una semana después, estamos de luto por su partida. No sé cómo vamos a reponernos de este baldazo de agua fría, pero creo que ahora es tiempo de mirar para adelante, orgullosos de saber que, en el poco tiempo que tuvimos, los lurenses hicimos todo lo posible por evitar el traslado de los restos... algo que no sé si todos pueden afirmar", dispara Juan Carlos Canosa, del Grupo Ceferiniano de Pedro Luro.

Juan Ignacio Schwerdt y Gerardo Monforte/Enviados especiales