Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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La maestra de todos

Miriam es directora y docente de la Escuela Rural Nº 51 "Rafael Obligado".

Fotos: Rodrigo García-La Nueva. / Edición video: Belén Uriarte

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

 

   Me gusta todo de la educación rural. El vínculo que se crea con las familias es totalmente distinto. Me gusta el silencio, ir a leer un cuento al patio y escuchar solo a los pájaros. 

   De los chicos me sorprende todo porque la realidad es distinta. Acá el tono de voz es siempre el mismo, no hay gritos. Como somos poquitos, la dinámica es diferente: si quieren ir al baño, van; cuando salimos al recreo, salimos todos juntos. Los chicos son muy atentos, juegan juntos y comparten todo. El respeto, el ayudarse y el tener paciencia son permanentes. 

 

   Miriam Salinas es directora y maestra de todos los estudiantes de la Escuela Rural Nº 51 "Rafael Obligado", ubicada en el Camino de la Carrindanga —antes de llegar al Puente Canesa—, a unos 18 kilómetros del centro de Bahía Blanca. 

   Tiene ocho alumnos, de distintas edades. Algunos viven en campos cercanos y otros en la zona urbana, "son los que están más retirados".

   —Estoy en esta escuela desde septiembre del año pasado; mi función es de directora con grado a cargo. Es un plurigrado, vienen alumnos de primero a sexto y en este momento tenemos de primero a cuarto. 

   Al establecimiento se ingresa por una tranquera que da lugar a un amplio espacio verde que incluye mástiles, juegos de plaza y árboles. Luego, un rectángulo de cemento dirige a la entrada del establecimiento, una construcción pintada de blanco con una puerta de color marrón y ventanas con rejas.

   Ni bien se entra está la biblioteca del lado derecho y la cocina del izquierdo, donde también están la pequeña sala de dirección y los dos baños. Enfrente, está el aula donde habitualmente estudian los ocho alumnos de Miriam, con mesas distribuidas en dos grupos. Al lado del aula está el salón de juegos, donde también se toma la leche.

   Miriam cuenta que disfruta mucho de dar clases. Hace 10 años que ejerce la docencia, lleva uno en esta escuela rural y no se imagina haciendo otra cosa.

   —La docencia para mí es todo, mi vida. Disfruto mucho cuando paso la puerta y entro al grado, me gusta mucho dar clases. Me sorprendió la virtualidad, me descolocó un poco porque también hay una realidad: no estamos acostumbrados a esta forma de trabajo que creo que a partir de ahora ya se instaló y vamos a seguir un buen tiempo así. Esto me frenó un poco pero seguimos trabajando igual. Es importante disfrutar lo que uno hace.

   El horario habitual de la escuela es de 8 a 12. Antes de la pandemia, la combi que pertenece a la Dirección General de Cultura y Educación —no tiene costo para las familias rurales— buscaba a los chicos de los campos cercanos y los llevaba a la escuela. Los de zona urbana, en cambio, asistían acompañados por mamá o papá.

   —En la escuela urbana hay grados en los que todos los alumnos tienen la misma edad; acá tenés a todos los grados juntos, entonces tenés que ir rotando con los alumnos, porque hay días que les vas a dedicar más atención a unos que a otros. Acá están divididos por grupos: primero por un lado; segundo, tercero y cuarto por otro. Y tenemos dos pizarrones: habíamos acordado que en ese (dice señalando a la izquierda) íbamos a trabajar con cuarto y tercero; y acá (por la derecha) con primero y segundo. Ellos saben que hay que esperar cuando la seño le está explicando a alguno de los compañeros, porque estoy sola con ellos. Una vez que se termina la explicación voy rotando por las mesas para ver si quedan dudas y ayudarlos con las tareas. Hoy los que más necesitan son los de primero, que se están alfabetizando.

   —¿Cuánto tiempo están en el aula?

   —Eso también es distinto porque acá no están marcados como en la zona urbana los tres recreos. Hay veces que si la actividad les gusta, los recreos no se hacen. Paramos para tomar la leche en la sala de al lado: ellos van al baño, se lavan las manos y van a tomar la leche; y después seguimos trabajando. Hay veces que hacemos un recreo, a veces ninguno, depende de la actividad también.

   Además de Miriam, la escuela cuenta con un auxiliar, que trabaja codo a codo con la maestra de grado y "siempre está al pie del cañón; y las profesoras de Danza, Educación Física e Inglés, quienes —antes de la pandemia— iban una vez por semana y daban clases durante dos horas.  

   Si bien el diseño curricular es el mismo para escuelas rurales y urbanas, en las primeras también hay proyectos orientados a lo rural.

   —El de este año era Hidroponia — método utilizado para cultivar plantas usando disoluciones minerales en vez de suelo agrícola—. Se iba a hacer con la profe de Inglés; ella iba a trabajar desde su área y nosotros desde Ciencias Naturales y también desde Prácticas del Lenguaje, porque atraviesa todo. La idea era que ellos vayan cultivando frutas y verduras. Teníamos que llamar al INTA pero nos agarró la pandemia, así que quedó trunco. Todos los años los chicos trabajan con algún proyecto específico.

   Miriam señala que también se realizan proyectos entre los cuatro establecimientos rurales —N° 44, 41, 56 y 51—. El de este año era sobre Literatura pero al no poder juntarse también quedó sin hacer.

   El aislamiento social, preventivo y obligatorio, cambió la tarea de Miriam —como de cada docente—. Va a la escuela por cuestiones administrativas y para mantener el orden ya que "han querido entrar dos veces en este período de pandemia y gente que transita por el Camino de la Carrindanga ingresa al predio, come, deja los desperdicios ahí y algunos hacen sus necesidades en la puerta principal".

   La docente cuenta que han tenido que limpiar varias veces el sector externo del establecimiento y llevar la basura a la ciudad porque por ahí "no pasan los recolectores".

   Además de esa tarea extra de limpieza, Miriam tuvo que modificar su modo de enseñar. Cada 15 días, una combi recorre los campos cercanos para garantizar la continuidad pedagógica. A veces las familias acercan a los chicos a la escuela para buscar o entregar algún material; y otras, la docente se traslada hasta sus casas. También están los que envían los deberes hechos por mail.

   —Desde que comenzó la pandemia entregamos la tarea en soporte papel más los cuadernillos que se dan desde el Ministerio de Educación. Y Walter, que trabaja en biblioteca, les graba a los chicos que no tienen conectividad a internet toda la información (videos, textos) en las netbooks de la escuela y luego se las entregamos.

   Miriam asegura que el tema de la virtualidad los tomó por sorpresa y que "es difícil porque hay papás que trabajan y tenemos que coordinar con ellos para hacer las videollamadas y poder hablar con los chicos, pero fuimos aggiornándonos a medida que fue pasando el tiempo". 

   —Los chicos se ponen súper felices cuando vamos; también es una forma de no perder contacto con ellos. El vínculo acá está creado, entonces es lindo vernos. Las explicaciones se hacen a través de videollamadas, llamaditos o preguntan por WhatsApp. Cuando llamamos hacemos la puesta en común, leemos o hacemos alguna actividad juntos; después ellos siguen solitos y me mandan la continuidad. 

   —¿Cuáles son las expectativas de cara al futuro?

   —Creo que este año va a continuar así, es muy difícil volver porque cuando uno piensa en la vuelta tiene que pensar en la realidad de la educación argentina y sabemos que se va a complicar. Primero, porque hay papás que no los quieren mandar; segundo, no podemos asegurar el tema higiene porque si bien nos dan insumos, lo que recibimos no va a alcanzar para hacerlo como se debe. Hoy por hoy nos dan dos bidones de lavandina, uno de detergente, un barbijo, un par de guantes, esta fue la primera vez que nos dieron alcohol en gel y jabón. Cada vez que un alumno vaya al baño vamos a tener que ir y hacer la limpieza, y no va a alcanzar para todos los días de clases.

   —¿Cómo ves la educación en Bahía Blanca? ¿Creés que hace falta algo para un mejor desarrollo?

   —Después de esto quedó demostrado que el docente se puso la escuela al hombro. Lo que noto me hace valorar mucho más la tarea que nosotros hacemos; los directivos y docentes están trabajando de una manera increíble. En el caso nuestro reparto la tarea, la combi también me ayuda con la continuidad pedagógica para llevarla a la gente de campo. Son poquitos, entonces uno tiene más control; pero tengo compañeras que trabajan en escuelas urbanas grandes, donde hay 20 o 30 alumnos por grado, y realmente el trabajo que están haciendo es maravilloso.

   Vuelvo a decir: esto nos sorprendió a todos. El tema de la virtualidad es muy complejo: tenés familias que no quieren que los chicos se conecten; hay chicos que en el primer tiempo se sintieron muy mal con esto de no venir, de no estar con sus amigos y de tener que hacer tareas con la familia en lugar de la seño. Esas cosas también fueron haciendo que vayamos capacitándonos para poder hacer una mejor tarea. Hay que valorar muchísimo el trabajo que se está haciendo, no solo desde lo pedagógico, también desde lo social. Los docentes trabajan desde ese lugar, atendiendo lo que les pasa a los chicos, a las familias... Haría falta un poco más de ayuda de algunos sectores, pero siempre fue igual. Por eso digo que es muy difícil volver, porque van a faltar insumos de limpieza y se apela a la buena voluntad del docente, que pague y traiga los insumos, y creo que eso no tendría que pasar. Cada uno tiene que hacer lo que le corresponde.

   Sentada en su aula y con el pizarrón de fondo, Miriam destaca que lo lindo de ser docente tiene que ver con el afecto de los estudiantes y los vínculos que se forman a lo largo de toda la carrera. Y finaliza con un mensaje para sus alumnos.

   —Paciencia. Aunque creo que este año no están dadas las condiciones para volver, pronto vamos a estar nuevamente sentados acá, en nuestra escuela.