Bahía Blanca | Viernes, 22 de agosto

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Panamericanos Junior: el "deporte" que practican todos y no entrega medalla

El ritual del intercambio de pines estrecha la relación de todos los que, por diferentes motivos, pasamos dos semanas en la capital del Paraguay.

Fotos: La Nueva.

En medio del bullicio de los calentamientos, la adrenalina de la competencia y los abrazos de victoria, hay un gesto que une a delegaciones de todo el continente: extender la mano y ofrecer un pin.

Lo que parece un detalle mínimo es, en realidad, uno de los rituales más entrañables de los grandes eventos deportivos. El intercambio de pines, esa pequeña insignia, generalmente metálica, acompaña al movimiento olímpico desde hace más de un siglo, y Asunción 2025 no es la excepción.

La costumbre nació en Atenas 1896, en la primera edición de los Juegos Olímpicos modernos, cuando los atletas y oficiales llevaban distintivos de cartón como forma de identificación. Eran piezas frágiles, pensadas solo para cumplir un rol práctico y transitorio.

Años después, en Estocolmo 1912, aparecieron los primeros pines comerciales, vendidos para recaudar fondos. Y en París 1924, con la introducción de la Villa Olímpica, los atletas comenzaron a intercambiarlos como un gesto de buena voluntad, un símbolo de camaradería que sobrevivió al paso del tiempo.

Con el correr de las décadas, la práctica se transformó. En los años 80 y 90, los pines dejaron de ser un accesorio secundario y se convirtieron en objetos codiciados por atletas, delegaciones y coleccionistas de todo el mundo. Cada país empezó a diseñar los suyos, con banderas, mascotas, emblemas culturales y hasta deportes específicos. Acá vi con la forma del tereré. También están los de Panam Sports y alguno más osado, ofrece versiones de Juegos Olímpicos a cambio.

Hoy, los fabricantes no solo apuestan al esmalte clásico: hay pines con piezas móviles, colores que cambian y hasta pequeñas luces. Y son los atletas, generalmente, los que los ponen en "circulación".

Lo que nunca cambió fue su valor simbólico, el mismo que se palpa en cada rincón acá en la capital paraguaya. Cada pin distingue a una delegación, pero también abre la puerta a una conversación improvisada, a una sonrisa compartida. No es casual que su intercambio sea conocido como "el deporte no oficial de los Juegos".

En Asunción 2025 la escena se repite en cada sede, en la entrada de los estadios o camino a las zonas de competencia. "¿Tenés pines para cambiar?", se escucha. Atletas, periodistas, voluntarios e incluso espectadores se dejan llevar por la fiebre del coleccionismo y guardan sus tesoros como si fuesen medallas. Quienes estamos acreditados adornamos nuestra credencial con varios de ellos.

Tras la experiencia de haber albergado en 2022 los Juegos Suramericanos, muchos de los voluntarios que repiten experiencia ahora se interesan en pines de países de Centro y Norteamérica. "Antigua y Barbuda, Islas Caimán y Haití son los que más me gustan, los busqué especialmente", me respondió una colaboradora.

El de Argentina tiene un valor especial para nosotros, aunque en el trueque todos valen lo mismo. Incluso, con humor, un voluntario que subió tarde a un colectivo de la organización y debió viajar de pie, bromeó: "Cambio un pin por un asiento".

En tiempos dominados por pantallas, resulta refrescante que una tradición tan física conserve tanta fuerza. El idioma no importa, la nacionalidad tampoco: basta el gesto para que se entienda todo.

Un pin cabe en la palma de la mano, pero contiene mucho más que esmalte y color. Guarda la memoria de un cruce de miradas, de una sonrisa compartida, de un instante que no vuelve. Y en ASU2025, esos pequeños emblemas recuerdan que el deporte no solo se mide en récords o medallas, sino también en gestos que, aunque diminutos, tienen la fuerza de acercar a todo un continente.