Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Una bahiense en la emergencia más extrema de Florencio Varela

A pocos meses de regresar a Bahía Blanca, luego de 26 años trabajando en un foco de pobreza, inseguridad y adicciones, asegura que en su ciudad y en el Penna, recuperó su vida.

Cecilia Corradetti

Ccorradetti@lanueva.com

 

   La agresión, el insulto permanente y las patadas en la puertas del consultorio de la guardia en el Hospital Zonal General de Agudos “Mi Pueblo”, de Florencio Varela, donde la bahiense Guillermina Ebrile se desempeñó como emergentóloga durante 26 años, y hasta abril último, se habían convertido en una “música funcional”.

   Con esa crudeza graficó su experiencia en el conurbano bonaerense, la que, así y todo, resultó enriquecedora desde el punto de vista profesional, por el inagotable bagaje de conocimientos adquiridos.

   Aunque, sin dudas, una vivencia extenuante, tal como la define, desde lo humano y emocional.

 

 

   Constante inseguridad, pacientes violentos, drogados, indigentes, accidentados, en situación de calle; falta de insumos y de recurso humano, entre otras problemáticas extremas, fueron moneda corriente para Guillermina desde incluso antes de su graduación, en 1995.

   Es que aún cuando no era oficialmente médica, esta especialista de 54 años ya sabía a ciencia cierta que la emergencia iba a marcar su camino. Y así fue.

   Fueron años entre ambulancias, pacientes en riesgo de vida, rescates codo a codo con bomberos, “malabares” para atender la enorme demanda de un distrito densamente poblado y, sobre todo, una gran vocación de servicio.

   Tan particular resultó aquella experiencia, que su cuerpo dijo “basta”.

   Comenzó de a poco a pensar en la posibilidad de regresar a su Bahía natal, desde donde había partido para estudiar Medicina en la Universidad de La Plata.

   --¿Cómo fue que terminó trabajando en una ciudad tan compleja como Florencio Varela?

   --Encontré esa posibilidad a través de una colega. Al principio viajaba y luego, en 1998, me radiqué. Como actividad anexa a la del hospital comencé a desempeñarme en el servicio de ambulancias 107.

   --¿Por qué la emergencia?

   --Me parece apasionante. Es una especialidad muy atractiva, dinámica y crítica. Mi experiencia en el servicio 107 y, con los bomberos, fue hermosa, sumamente productiva. Más tarde opté por la especialización en el Hospital Evita de Lanús.

 

 

   --¿Cómo es vivir en un epicentro de pobreza e inseguridad?

   --Difícil. Florencio Varela es una ciudad muy carenciada en todos los aspectos, donde hay una alta tasa de desempleo. Carece de agua corriente, cloacas, asfalto y luminarias en gran parte del distrito. Existe un alta superficie rural donde se encuentran muchos ciudadanos bolivianos que trabajan en la zona de quintas.

   --¿Qué la retuvo tantos años?

   --Las grandes necesidades que observaba a diario. El trabajo es incesante. Hay muchísima delincuencia y narcotráfico, un hecho común en todo el conurbano. Además, funcionan seis unidades carcelarias que recargan al hospital, porque el Penal carece de servicio de salud.

   --¿Cómo fue trabajar en una guardia y en ese difícil contexto?

   --Devastador. Constantemente es vivir bajo el insulto y el maltrato, porque existen demoras de mucho tiempo en la guardia. Uno está solo, no hay suficientes médicos. Sentía que la cabeza y el corazón me estallaban. Muchos profesionales no aguantaron, se fueron, y a veces me pregunto por qué yo sí lo pude sobrellevar. Toda una paradoja: amaba el hospital, pero no daba más.

   --¿Qué promedio de pacientes atendía?

   --Hubo días de alrededor de 200 y muchos en situación caótica. Los heridos de arma blanca eran moneda corriente. No es fácil y eso genera que pocos deseen trabajar en ese ámbito. Los centros de atención primaria de la salud son municipales y no funcionan adecuadamente, por lo tanto el sistema de red tampoco da resultados. Un estudio a un paciente conlleva una demora insostenible.

 

 

   --¿Cómo repercute la pobreza?

   --De la manera más cruel. Porque la carencia de insumos y de medicamentos para los tratamientos de patologías crónicas es permanente y la gente no tiene dinero para sostenerlos.

   --¿Cómo se sobrevive?

   --Con alteración y estrés permanente, no sólo de parte de los pacientes, sino de nosotros mismos, los médicos. Llegó un día en que me di cuenta de lo difícil que resultaba dar soluciones a las problemáticas diarias. Y ahí me decidí.

 

Rumbo al Penna y

a su ciudad natal

 

   Si bien las problemáticas de los sanatorios públicos resultan similares, existe un abismo entre el Hospital “Mi Pueblo” de Florencio Varela y el “Dr. José Penna”, de Bahía Blanca.

   Esto se traduce en demanda, pacientes y patologías totalmente diferentes.

   “El Penna me recibió muy bien y aunque la tarea es intensa, estoy cómoda desde el primer día, existe mucha calidad humana y contención por parte de los directivos”, reflexionó.

 

 

   Aún siendo los dos centros dependientes del ministerio de Salud, asegura que en Bahía la tarea médica en el Penna se puede cumplir de otro modo y que si bien el déficit de médicos es una realidad, se trabaja mejor.

   “La demanda es menor, la ciudad es diferente en cuanto al nivel de la gente y no se sufre la misma situación de inseguridad porque va de la mano con la densidad poblacional”, sostuvo.

   Guillermina confiesa que con el cambio de ciudad y de hospital, también cambió su vida.

   “Recuperé la tranquilidad que había perdido. En Varela, al caer el sol, hay que resguardarse. Uno se acostumbra a que le roben, uno se olvida de vivir...”.