El señor de los anillos: el arquitecto que propuso convertir a Bahía Blanca en París
En 1909, Louis Faure Dujarric presentó su plan de desarrollo urbano para Bahía Blanca, con la idea de convertir a Bahía Blanca en la París del sur argentino.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
Con 34 años de edad, agotado luego de un viaje de 14 horas en tren, en una lluviosa mañana de noviembre de 1909, llegó a la estación Bahía Blanca el arquitecto francés Louis Faure Dujarric.
Traía un modesto equipaje y una valija cargada de planos de telas con su plan de desarrollo urbano para Bahía Blanca, inspirado en el trazado ensayado por el Barón Haussman en París.
El profesional se aprestaba a presentar ante los funcionarios municipales su propuesta para que la ciudad más importante del sur de la provincia se transformara en “la París Argentina”.
El plan
Fue el intendente Jorge Moore quien encargó a Dujarric un plan ordenador para la ciudad, a partir de una visión “estética y científica” que estableciera un crecimiento propio de las urbes modernas.
Formado en la Escuela de Bellas Artes de París y llegado al país en 1905, Dujarric no tenía dudas en su plan: París era un modelo exitoso y un esquema de avenidas similar resultaba simple de aplicar en una ciudad ordenada en damero y con grandes extensiones de tierra en su periferia.
“Somos entusiastas de este impulso hacia la expansión armónica de la ciudad, que debe prepararse para no tropezar a futuro con los inconvenientes que han perturbado a otras, donde la previsión no abrió rumbos ni trazó límites”, mencionó este diario.
También se reflexionó que “todo lo que se gaste hoy en encauzar el crecimiento, delineando avenidas y paseos, y reglamentando la construcción, será escaso comparado con el caudal que se necesita para descongestionar el tráfico, dar entrada a la luz, al aire y formar parajes de recreo cuando la población sea compacta y la valorización de la tierra mayor”, se agregó.
“Un programa sencillo”
Dujarric había “escrudiñado un futuro lejano” y a partir de su “rica imaginación de artista” fue que estableció “las premisas de la grandeza de Bahía Blanca”.
Desplegó entonces un enorme plano en tela, en el cual se ve la planta urbana rodeada de tres anchísimas avenidas concéntricas, comunicadas entre sí mediante diagonales. También, decenas de roind point y amplios parques, “un conjunto de bellezas como complemento”.
“El trazado responde a un programa sencillo: las ciudades, como toda organización humana, necesitan que sus partes concurran a un resultado de comodidad”, comenzó diciendo Dujarric, para detallar que, si hasta ese momento “la planimetría había sido al azar”, el había llegado para modificar y exigir respuestas científicas. “Quiero hablar de la celeridad de la circulación, de la necesidad de ir un punto a otro en el menor tiempo posible, no solo para las personas sino también para la aceleración de los carros de todo estilo. Nada debe impedir el deseo de acortar la distancia, por eso hay que darle todas las posibilidades”, señaló.
Dujarric mencionó que las calles existentes eran “más favorables que las de Buenos Aires”, y que Bahía Blanca, con sus puertos y ferrocarriles, tenía un porvenir “sin igual”. “Ustedes tienen elementos equivalentes a la fortuna de diez ciudades”, refirió.
A partir de ese optimismo, alentó a “proyectar en grande,” y anticipó que la premisa del mañana sería “circular y vivir”. “Sería un crimen, explicó, que, por falta de previsión, se negara a la ciudad futura la belleza que ahora costaría poco”.
Cinturas, diagonales y paseos
En su diseño, el centro desahogaba por avenidas en forma de radios, las cuales cambiaban de aspecto según los barrios. “Para ir a los de lujo, al norte y al oeste, planteamos calles amplias con carriles centrales y veredas reducidas. Para llegar a los barrios industriales, al sur y al este, calzadas anchas. En los espacios de comercios y negocios, grandes veredas”, detalló.
Su planteo contaba con tres avenidas de circunvalación circulares –tomando como centro a la plaza Rivadavia— de cien metros de ancho, “con otras de unión de aspecto hermoso”, con jardines centrales que serían “su principal característica: un gran jardín circular de 20 kilómetros de desarrollo”.
Dujarric destacó la importancia de los espacios verdes, a los que calificó de “objetos imprescindibles y de necesidad higiénica”. Por eso planteó la construcción de tres parques, de 400; 129 y 56 hectáreas, uno ampliando el actual parque de Mayo (incluía lo que hoy es el club de golf Palihue), y otros a lo largo de los arroyos Napostá y Maldonado.
El primer anillo se ubicaba a unas 25 cuadras de la plaza, a la altura del arroyo Maldonado, de 16 kilómetros de recorrido. El espacio entre esa primera avenida y la segunda quedaba cubierto por 12 kilómetros de avenidas diagonales de 45 metros de ancho.
La otra “gran cintura” era de 18 kilómetros de recorrido, se ubicaba a 30 cuadras de la plaza.
Por último, el tercer anillo, de 35 kilómetros de recorrido –a 55 cuadras del centro– unido al anterior por avenidas diagonales de 35 metros de ancho.
Dujarric reconoció que “un plan tan amplio” necesitaría recursos “que no era de su incumbencia buscar” y que se trataba de una intervención que no se podía terminar en una gestión municipal, “ni en dos, ni en diez”, sino que debía ser parte de una “política de estado”. Cerró su exposición cerca de la medianoche, asegurando que “el tiempo marcará el éxito del alto pensamiento y la fe en el porvenir de los dirigentes”.
Cuando se retiró del palacio Municipal, luego de los aplausos de rigor, para dirigirse al hotel de Londres de Chiclana y O’Higgins, llovía de manera torrencial, las calles eran verdaderos pantanos y los focos del alumbrado estaban apagados. Había que ser muy optimista y confiado para, a partir de esa realidad, imaginar una ciudad como la que proponía el francés.
La propuesta de Dujarric excedió con creces las posibilidades económicas de la comuna, como también el coraje de sus habitantes de asumir semejante obra.
El singular plano, aunque suene a increíble, sobrevivió al paso del tiempo y hoy se puede disfrutar en el Museo Histórico Municipal de Saavedra e Ingeniero Luiggi.
Dujarric, en obras
Faure Dujarric no estuvo demasiado preocupado en recibir una respuesta del municipio en relación a su trabajo. Ese mismo año, 1909, fue contratado por las hermanas Concepción y María de los Remedios Unzué para proyectar un asilo de huérfanos en Mar del Plata, en memoria de su padre, Saturnino Unzué, obra que se inauguró en 1911.
También diseñó, para María Unzué, mujer de Ángel Torcuato de Alvear, el castillo San Jacinto, en Dolores, una mansión de 40 habitaciones y 20 baños, demolida en 1973, y un chalet en Mar del Plata.
En 1910 el Hipódromo Argentino (hoy Palermo), lo convocó para rediseñar su tribuna principal y, asociado con el arquitecto Robert Prentice proyectó la terminal ferroviaria Retiro del Ferrocarril Central Córdoba, hoy línea Belgrano.
Cerrada su etapa constructiva en Buenos Aires, en 1914 regresó a Francia, donde siguió desplegando su arte. El estadio de tenis de Roland Garros, el estadio olímpico de Colombes, las instalaciones del Racing y la tienda Aux Tríos Quartiers, son algunos de sus trabajos.
Louis Faure Dujarric murió en París, en 1943. Vivió 68 años.