El maravilloso tesoro que esconde el estadio del club Estudiantes de Bahía Blanca
En 1967 Bahía Blanca fue confirmada subsede del V campeonato mundial de basquet. Para cumplir las exigencias internacionales se colocó sobre las baldosas el histórico piso del Luna Park, donde la Argentina se consagró campeón del mundo 1950.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
“Debajo del pavimento está la playa”. Graffiti en París, Mayo de 1968.
Es muy común en Roma, Italia, como en otras ciudades milenarias, enfrentar severas dificultades cada vez que se comienza una obra. Cada excavación trae la posibilidad de hallar una ruina, un piso de mosaicos, una columna, lo cual deriva en la inmediata paralización de los trabajos hasta analizar el valor de lo hallado.
En 1926, el constructor Justo José Querel excavaba los cimientos del palacio de Tribunales, en la primera cuadra de calle Estomba, cuando el comisionado municipal, el farmacéutico Aquiles Carabelli, le pidió que lo hiciera con atención ya que, por estar en la manzana fundacional, podía encontrar elementos relacionados con los primeros años de vida de la población.
Tamaña introducción viene a cuento porque hay un sitio en particular, donde debajo del actual piso actual guarda un verdadero tesoro del deporte nacional.
La referencia es a la cancha de básquet del club Estudiantes, Santa Fe 51, el histórico campo de juego del Osvaldo Casanova, considerado la catedral de ese deporte en nuestra ciudad, que en 1967 vivió una antes y un después en su estructura.
Primero, rojo
El estadio de Estudiantes fue construido en 1939, para alojar el XI Campeonato Argentino de básquet. Diseñado por el arquitecto Manuel Mayer Méndez, ocupó con su forma ovalada el centro de la manzana con tribunas de hormigón armado rodeando el campo.
Su primer piso fue polvo de ladrillo, una gran cancha de tenis.
En 1956, con el estadio todavía descubierto, estrenó piso de baldosas, rojas y con ribetes blancos. Una modernidad. Tres años después, 1959, la cancha quedó bajo una maravillosa cubierta colgante, una obra de ingeniería única en su tipo.
Un piso con peso propio
En 1967 un hecho inesperado sacudió el ámbito deportivo local. En marzo de ese año la Federación Uruguaya de básquet, organizadora del V campeonato mundial de ese deporte, envió una nota a la Federación Argentina para que la Capital Federal fuera subsede del torneo. A los porteños la propuesta no los sedujo y propusieron que la misma se estableciera en Bahía Blanca.
La convocatoria tenía relación directa con la pasión que este deporte generaba en nuestra ciudad, tener jugadores locales en el seleccionado y el visto bueno de la dirigencia local. La respuesta fue positiva, apasionada y entusiasta, aunque para eso se debían ajustar cuestiones como el transporte, el alojamiento y la infraestructura que suponía un evento internacional.
Entre esos condicionamientos estaba el de adecuar el campo de juego. A nivel mundial la pelota se hacía picar sobre madera, los tableros eran transparentes y el juego se seguía con tableros electrónicos. Con el apoyo de la municipalidad, algún aporte de la provincia y el convencimiento del acompañamiento del público, Bahía Blanca aceptó el desafío.
La modernidad al palo
No era simple tener todo listo en tiempo y forma, por tiempo y por dinero. El grupo que jugaría en la ciudad lo integraba el seleccionado argentino –con Atilio Fruet, Alberto Cabrera, y José Ignacio De Lizaso--, junto con la Unión Soviética, candidato al título, Japón y Perú.
Los tableros de vidrio se adquirieron en Córdoba y los trajo, sin cargo, la empresa Rutamar.
Para el piso surgió una propuesta inesperada: los propietarios del mítico Luna Park de Buenos Aires ofrecieron el piso allí montado en 1950, en ocasión de la disputa del primer campeonato mundial de básquet, torneo que, por única vez en la historia, obtuvo la Argentina.
Era un piso de pinotea, formado por 100 paneles tipo pallet, de 1,20 x 4,50 metros y 6 centímetros de espesor. Fueron transportados hasta nuestra ciudad por la firma González Martínez en sus camiones “Mandinga”.
El montaje era sencillo y se completó con las tareas de clavado, cepillado y lustrado. A fines de abril de de 1967 los operarios municipales habían terminado el trabajo, realizado sobre las baldosas existentes. No era un piso muy rígido, las maderas tenían cierta flexibilidad que se sentía al correr y al picar la pelota.
Es un dato a corroborar, pero es posible que la cancha de Estudiantes fuera la primera con piso de madera en el país, con el mencionado valor adicional de haber sido bendecido con un título nacional.
Para completar las exigencias FIBA se modificó la instalación eléctrica, cambiando los focos de 60 luxes por otros de 300. “Es tan poderosa la iluminación que la cancha parece iluminada a giorno”, se dijo.
Los primeros días de mayo el seleccionado local tuvo su primer entrenamiento en la flamante cancha.
Venir del otro lado de la Cortina de hierro
La historia de Bahía Blanca subsede del Mundial de Uruguay tuvo el peor de los finales. Con el seleccionado argentino ya instalado en la ciudad y con Perú y Japón a punto de llegar, el equipo de Rusia encontró dificultades diplomáticas-administrativas para ingresar al país.
Eran tiempos de la guerra fría, los países comunistas no eran tratados de la misma manera que el resto y el gobierno planteó una serie de exigencias que la delegación rusa se negó a cumplir.
Sin tiempo para gestiones adicionales ni tramitaciones, la Federación uruguaya tomó el toro por las astas y de un día para otro mudó la subsede a Montevideo. De un soplo, por motivos extradeportivos, Bahía Blanca se quedó con las manos vacías y la selección viajó de urgencia a Uruguay.
El legado
Un resultado positivo de aquel fallido emprendimiento, fue que Estudiantes, y la ciudad toda, quedó con un campo de juego de nivel internacional. En una época en que pocos estaban siquiera cubiertas y embaldosados, el albo disponía de piso de madera, tableros de cristal, reloj electrónico y luz casi de día.
Utilizó ese histórico piso hasta la década del 80, cuando sobre esas maderas se montó uno nuevo de parqué.
Tiempo después se volvió a reemplazar, esta vez por tablas, que son las que mantiene hasta hoy. Vale decir que, se supone, que tanto el piso de baldosas como el del Luna Park, siguen estando debajo.
Cuando en el tiempo esa terminación se vuelva a renovar, quizá se pueda considerar la extracción de uno de aquellos paneles para sumarlo a esa suerte de museo que la entidad alba tiene montado en el pasillo de entrada al estadio, cuyas primeras dos fotografías, curiosamente, corresponden al Mundial de 1950.
No sería un aporte menor y sacaría a la luz un tesoro único y maravilloso.