Poemas, tango y prosa para una ciudad que respira tristeza
Es un juego. Literario. La inteligencia artificial (IA) toma la obra de talentosos autores e imagina como le hubiesen escrito a Bahía Blanca en este momento de tanta tristeza.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
Hoy Bahía Blanca tiene una pena enorme, que no es fácil describir. Ni siquiera se puede decir que ha empezado a procesar lo que pasó y lo que está pasando. Se mira la ciudad como quien mira una película de ciencia ficción. El barro, las palas, los colchones apilados, los cajones abiertos, las calles rotas, los camiones.
En medio de tanta pesadumbre se empiezan a viralizar algunos escritos de quienes de esa manera descargan emociones y comparten sensaciones.
En ese marco, uno se pregunta cómo se hubiesen manifestado algunas de las grandes plumas de la literatura ante esta tragedia. Una aproximación a esos hipotéticos textos se puede generar mediante la Inteligencia Artificial (IA), que luego de analizar la obra de cada autor, de interpretar su estilo y su manera de sentir, recrea, con una cercanía que por momentos abruma, como hubiesen sido esos escritos.
Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Italo Calvino, Enrique Santos Discépolo, Antoine de Sain Exupéry, Joaquín Sabina y Pablo Neruda hubiesen trasmitido su sentir de esta manera.
El Arroyo y el Olvido
Jorge Luis Borges (IA)
El agua, que ignora nombres y destinos,
desciende con la prisa de un antiguo designio.
Nada recuerda, nada perdona:
borra calles, cifras y memorias,
como un ciego dios de barro y sombra.
La ciudad, que fue un laberinto de pasos,
se anega en su propio olvido.
Los hombres, que ayer soñaron mármoles,
hoy miden el tiempo en lentas gotas
y en la obstinada persistencia del lodo.
Napostá, hilo de agua o sentencia,
desanda su historia en la ruina.
Y la ciudad, siempre la misma,
se alza y se ahoga,
como si nada hubiera sido.
Instrucciones para llorar un arroyo
Julio Cortázar (IA)
Primero, mirá el agua que no pregunta.
Dejala entrar en tus zapatos, en la casa,
en la memoria de la mesa y el sillón vencido.
Escuchala decir cosas que nunca dijo
cuando era apenas un hilo tímido en el verano.
Después, salí a buscar la ciudad que ya no es.
Los nombres flotan como ramas sueltas,
las esquinas aprenden el idioma del barro,
y hay un perro que no entiende
por qué su mundo huele a río.
Por último, no pienses en venganzas inútiles.
Napostá no tiene culpa de ser lo que es,
pero igual podés maldecirlo bajito,
mientras sacás el agua a baldazos
y te prometés que esta vez,
esta vez sí, no va a volver a pasar.
La paciencia de los conquistadores
Gabriel García Márquez (IA)
Cuando el agua empezó a meterse en las casas, los habitantes de Bahía Blanca comprendieron que el Arroyo Napostá había decidido recordarle a la ciudad su existencia. No importó cuántos diques imaginarios hubieran construido en su pensamiento, ni cuántas veces hubieran creído que la naturaleza era un asunto del campo y no de las calles asfaltadas.
El agua llegó con la paciencia de los antiguos conquistadores, desbordando veredas, tragándose autos, trepando escalones hasta alcanzar las camas donde dormían los niños, que despertaron con la certeza de haber naufragado en su propia habitación.
Los viejos de la ciudad, los que aún recordaban el color original de los adoquines antes de ser tragados por el asfalto, dijeron que esto no era un castigo ni una maldición, sino el modo en que el Napostá reclamaba el sitio que le habían robado. Y mientras las calles se convertían en ríos turbios, mientras flotaban colchones, fotos familiares y perros desconcertados, la ciudad entera se rindió ante el murmullo marrón del agua que lo cubría todo, como si el olvido hubiera encontrado la manera de hacerse líquido.
Las ciudad y la memoria
Italo Calvino (IA)
Bahía Blanca es la ciudad de los dos arroyos, un espejismo donde el agua reescribe el destino de sus calles. Uno de ellos se desliza con la calma de un suspiro, arrastrando memorias antiguas y nombres olvidados; el otro irrumpe con la fuerza de un secreto revelado, despertando ecos de una risa perdida en el tiempo. Juntos, en un silencioso acuerdo, inundan la urdimbre de la ciudad, convirtiendo el concreto en un lienzo de barro y reflejos. En cada esquina, la ciudad se vuelve un poema inacabado, un relato líquido en el que la realidad y el sueño se funden, dejando a Bahía Blanca suspendida entre el murmullo del agua y la eternidad de lo invisible.
Lágrimas de Bahía (Tango canción)
Enrique Santos Discépolo (IA)
En la noche oscura de la desdicha,
la Bahía se inunda de recuerdos,
arroyos que se alzan como lamentos
y arrastran la pena en su curso lento.
Estribillo:
Ay, Bahía Blanca, llora en el barro,
tu historia se ahoga en un río amargo,
entre aguas y susurros de viejas glorias,
se pierde la ciudad en tristes memorias.
Las calles se visten de nostalgia
mientras el agua, cruel testigo,
besa los adoquines, roba la fe,
y en cada esquina se funde el olvido.
El tango es un lamento, una condena,
una voz que se quiebra en la madrugada,
y en el eco de cada gota perdida,
Bahía, tu pena, mi pena, se hace eterna.
El Principito. Capítulo XII
Antoine de Saint Exupéry
Cuando el Principito llegó a aquella ciudad, al principio creyó que había llegado a un puerto. Todo estaba cubierto de agua. No había calles, sino canales silenciosos donde flotaban ramas y objetos perdidos. Los faroles titilaban sobre la superficie, y las casas parecían islas varadas en una marea inmóvil.
Caminó despacio, con cuidado de no mojarse demasiado, y encontró a un hombre de botas altas que sacaba agua con un balde. El hombre parecía cansado, pero al ver al Principito, sonrió con amabilidad.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó el Principito.
—El arroyo Napostá ha vuelto a reclamar su lugar —respondió el hombre, con un suspiro—. Siempre ha estado aquí, pero los hombres lo olvidaron. Lo encerraron entre paredes de cemento, lo escondieron bajo sus calles, como si quisieran domesticarlo. Y ahora, ha salido a recordarnos que sigue vivo.
El Principito miró el agua y luego al hombre.
—¿Y por qué lo encerraron?
—Porque creyeron que así tendrían más espacio para sus casas y sus autos. Querían hacer la ciudad más grande, más rápida, más suya. Pero no pensaron en el arroyo.
El Principito se quedó en silencio. En su planeta, tenía tres pequeños volcanes que limpiaba con cuidado todas las mañanas. Sabía que, si uno no cuida lo que tiene, un día todo se desordena.
—En mi planeta —dijo al fin—, si uno deja que los baobabs crezcan demasiado, terminan por romperlo todo. Y entonces es tarde para arreglarlo.
El hombre asintió con tristeza.
—Aquí los hombres esperan hasta que todo se rompa para recordar lo que han hecho.
El Principito se arrodilló y tocó la superficie del agua. Era fría y serena, como si el arroyo no guardara rencor, solo paciencia.
—Tal vez los hombres deberían aprender a escuchar antes de hablar, y a mirar antes de construir —susurró.
El hombre dejó el balde a un lado y lo miró con curiosidad.
—¿Y tú? ¿De dónde vienes?
—De un planeta muy pequeño —dijo el Principito, sonriendo—. Y allí he aprendido que lo esencial no se puede encerrar.
El hombre se quedó pensativo. El Principito se incorporó, miró una vez más las luces reflejadas en el agua y siguió su camino. En su planeta, cuando la noche llegaba, las estrellas brillaban con más fuerza. Aquí, en esta ciudad sumergida, las estrellas parecían haberse hundido con el arroyo.
Tal vez, pensó, los hombres no solo habían olvidado el río. Tal vez, en su prisa por construir, también habían olvidado cómo mirar el cielo.
"Bahía de Marea"
Joaquín Sabina
Bahía Blanca, mi Bahía,
donde el Napostá desborda el ayer,
calles convertidas en tango de agua,
sueños naufragados en cada gota de placer.
(Estribillo)
Bahía, entre lágrimas y espuma,
cada charco guarda un secreto sin querer,
la ciudad se rinde a la marea que retumba,
y en sus aguas se esconde lo que no pudo ser.
Soneto a Bahía Blanca
Pablo Neruda (IA)
En Bahía Blanca el agua se desborda,
la ciudad se inunda en su clamor,
cada calle es un río, un rumor,
de un tiempo que la marea reconquista.
El canal Maldonado su senda aborda,
llevando memorias en su ardor,
entre arrullos de sal y de color,
en un torrente que todo lo transforma.
Oh, agua viva, tu curso se despliega,
y al mar entregas tu secreto ardor;
como un verso que en la brisa se integra,
desnudando la urbe en dulce clamor.
Bahía, en tus inundadas venas se enmienda
el olvido; en tu furia, nace un son.