Bahía Blanca | Domingo, 06 de julio

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Un tributo al vicealmirante Julián Irízar en el fin del mundo

Su legado sigue vivo en el rompehielos que lleva su nombre, el ARA Almirante Irízar. La Nueva. recorrió sus rincones.

El rompehielos, durante su anterior campaña antártica

Con una extensión de 14 millones de kilómetros cuadrados y temperaturas que descienden hasta los 60 grados bajo cero, la Antártida es el escenario de hazañas históricas y científicas que forjan el futuro.

Allí aparece el vicealmirante de la Armada Argentina y modernizador de la marina nacional, Julián Irízar Echeverría, quien se destacó no solo por su liderazgo en la corbeta Uruguay durante el rescate de la expedición de Otto Nordenskjöld en 1903, sino también por haber cimentado la soberanía argentina en el continente blanco.

El legado de Irízar, ese pionero que abrió camino en la Argentina Bicontinental, sigue vivo en el rompehielos que lleva su nombre, el ARA Almirante Irízar.

"Este año, de alguna manera, estamos honrando a un héroe argentino poco conocido", dijo el Capitán de Navío y Comandante del rompehielos, Sebastián Musa.

"Irízar tiene mucho de epopeya. Tiene mucho mérito todo lo que hizo", agregó.

Desde su entrega a la Armada Argentina en 1978, este buque ha sido el proveedor de las bases antárticas argentinas, año tras año, incluso tras un devastador incendio en 2007 que casi lo dejó fuera de combate. Posee una eslora de 121,3 metros y una capacidad para atravesar hielos de hasta 6 metros de espesor.

La colaboración tecnológica y logística es crucial para el éxito de las misiones. YPF se encarga de producir el combustible necesario exclusivamente para el rompehielos; Starlink dota a las bases argentinas de internet satelital, permitiendo la comunicación en tiempo real; y Arsat complementa estos esfuerzos brindando su servicio durante toda la campaña.

A partir de una iniciativa del Bahía Blanca Plaza Shopping, en el marco de una nueva edición del programa "Argentina bicontinental, territorio de epopeyas"La Nueva. pudo recorrer los rincones de la embarcación, donde viven y trabajan alrededor de 340 personas.

Camarotes, comedores, un quirófano, salas de internación y ocho laboratorios de avanzada son solo algunas de las instalaciones que permiten cumplir con una misión científica en uno de los entornos más desafiantes del planeta.

Sin embargo, incluso allí, el cambio climático hace sentir su presencia. Este último tiempo, las alteraciones en la formación del hielo antártico han complicado los viajes, obligando al buque a gastar más recursos: "Este año no se formó el centro de baja presión, por lo que la rotación no se hizo, entonces el hielo quedó compactado y tuvimos que romperlo con anterioridad".

Pero a pesar de los desafíos, la misión continúa, impulsada por el compromiso de Argentina y otros países en la investigación científica.

Un convenio internacional, sin plazo de expiración, regula esta exploración, preservando a la Antártida como un territorio ciencia. Del mismo forman parte el Reino Unido, Chile, Noruega, Australia, Francia, Nueva Zelanda, Argentina, entre otros.

No obstante, la creciente amenaza del turismo masivo despierta inquietudes en todo el mundo: "Si ni siquiera cuidamos nuestra ciudad, cómo vamos a cuidar la Antártida. A nosotros nos analizan hasta la pintura del barco para no dejar restos ni residuos. Si somos cuidadosos con eso, pretendemos que los demás lo sean también", dijo Roselie, una de las tripulantes.

La vida a bordo del Irízar sigue su curso, marcada por la camaradería y el respeto mutuo, esenciales para sobrellevar misiones que pueden durar hasta 120 días: "Somos de los pocos lugares que todavía creen en la palabra de las personas".

El próximo 15 de noviembre, el rompehielos zarpará nuevamente desde Buenos Aires hacia las aguas antárticas, llevando en su interior no solo suministros y personal, sino también el legado de Julián Irízar y la esperanza de un futuro donde la Antártida siga siendo "nuestra casa, nuestro lugar, nuestro futuro".