Bahía Blanca | Jueves, 18 de septiembre

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¿La IA podrá concretar sus planes? La visión de un bahiense sobre el futuro que ya llegó

“La IA es como el amor. No requiere definiciones, sabemos cuándo está operando”, dijo el Dr. Ariel Fernández, de Yale University, investigador del Conicet y profesor emérito en los Estados Unidos.

La IA ya forma parte trascendente de nuestras vidas. / Fotos: Archivo LN.

“La transformación de la civilización en una década será tan radical y profunda que la sociedad de hoy se volverá casi irreconocible”.

El bahiense Ariel Fernández —licenciado en Matemática en la Universidad Nacional del Sur (UNS) y doctorado en Físico-Química por Yale University, en los Estados Unidos—, quien ha publicado 4 libros sobre el tema (hay un quinto en camino para este agosto), se refiere a la inteligencia artificial completamente libre para funcionar sin estar ligada a la resolución de un problema específico, la que se conoce como IA general (o AGI, por su sigla en inglés).

“Sólo un puñado de especialistas, residentes en su mayoría en el área de la Bahía de San Francisco, puede hablar de esto con autoridad. Si tuviera que nombrar al heraldo del futuro de la humanidad en manos de la IA, daría el nombre de Leopold Aschenbrenner. Cuando se inventó la bomba atómica, solamente una persona era capaz de aludir con autoridad de la magnitud de su impacto: Edward Teller. Con la AGI, probablemente esa persona sea Aschenbrenner. Esa ironía es tanto más notable en cuanto que el ‘muchacho del apocalipsis tecnológico’ se apellida Aschenbrenner (que significa fogón de cenizas), imagen que nos retrotrae a ‘holocausto’ que, en griego, es ‘todo quemado”, agregó.

Fernández sostiene que —“quien más, quien menos”— todos saben, o creen saber, qué es la IA y ensayan una eventual definición. La suya es: “La IA es la facultad de una máquina para resolver un problema mediante un aprendizaje dirigido y autónomo. La acabo de inventar y puede parecer buena o mala, pero lo importante es que cuando estemos frente a ella lo sepamos con certeza. En ese sentido, la IA es un poco como el amor, donde huelgan las definiciones. Si sentimos amor, no precisamos que nadie nos lo defina. La pregunta es: ¿qué definición de amor usás? Se vuelve obtusa”.

También dijo que cualquier intento ingenuo de abordar el tema lleva rápidamente a la pregunta: ¿se trata de una manera automática de calcular con eficiencia?

“La respuesta es un rotundo no. Esas computadoras de único propósito son de larguísima data, las introduce Gottfried Leibniz en el siglo XVIII e, incluso, según parece, los antiguos griegos con su mecanismo Antikythera de computación analógica. Ejecutar un algoritmo; es decir, las instrucciones para un cálculo, es parte de la IA, pero de ningún modo la definen: constituyen un aspecto minúsculo, casi trivial del tema”, asegura.

Cierto es que la IA comenzó, de manera casi natural, hace más de cuatro décadas, cuando la ciencia de la computación empezó a preguntarse cómo pensamos, o más bien, cómo modelar la actividad del cerebro.

Colaboración de Ariel Fernández (der.) con el premio Nobel Robert Huber (arriba) y el profesor Ridgway Scott (abajo) sobre las aplicaciones de la IA para descubrir terapias moleculares dirigidas.

“Así se construyeron modelos más o menos crudos de la corteza cerebral que, supuestamente, alberga la mayoría de nuestras facultades cognitivas y racionales. Esas iniciativas resultaron insuficientes y prematuras, pues no había tecnología entonces, hardware y software; es decir, aparato y programa, que pudiera procesar información a velocidades significativas (que arrojara alguna luz sobre cómo funciona nuestro cerebro)”, agrega.

Tampoco se sabe si el modelo de la corteza cerebral de entonces (o actual) es correcto, así como la conciencia, que permanece en las tinieblas del conocimiento científico.

“En contraste con la IA, no tenemos ni siquiera una buena definición operativa de conciencia; esto es, no sabríamos ni siquiera qué queremos para modelar la conciencia”, indica.

El investigador bahiense añade que lo rescatable de esa prehistoria de la IA es el concepto de perceptrón, una especie de modelo rudimentario de la neurona humana. El perceptrón recibe una señal y la transmite o la modula —dice— según un umbral definido por otras señales que también contribuyen al canal de entrada.

Leopold Aschenbrenner, el ángel del apocalipsis de la Inteligencia Artificial General, en la visión del Dr. Ariel Fernández. / Imagen de dominio público del blog For our posterity, de L. Aschenbrenner).

“Luego la ciencia comenzó a desarrollar métodos de asociar contenidos almacenados en la corteza, donde un contenido evoca a otro si es capaz de superar un umbral de estímulo. Esto se modelaba siempre en una versión rudimentaria, acudiendo a redes de perceptrones interconectados con diversas arquitecturas. Esa esfera del conocimiento se conoce como redes neuronales y despertó, inicialmente, un interés modesto, o más bien restringido, dada su limitada capacidad de asociar memorias”, explica.

“Sin embargo, hace menos de dos décadas tuvo lugar un evento inesperado: el advenimiento de las unidades gráficas de procesamiento (GPU, en inglés) que se usaban para los videojuegos, pero que demostraron ser la plataforma ideal para simular actividad de la corteza cerebral, dada su capacidad de acceder a velocidades de procesamiento que son relevantes para modelar facultades cognitivas”, comenta.

También asegura que eso le dio un formidable impulso a la IA. Y que la empresa que domina la manufactura de los GPUs se llama Nvidia (léase envidia), que es, hoy, la compañía más valiosa en Wall Street.

La intuición humana

“El aspecto más crucial de la IA es, a mi juicio, la posibilidad de modelar algo que se acerque a la intuición humana. Desarrollar algún modelo computacional de la intuición siempre fue, por lo menos para mí, el mayor desafío para lograr una máquina inteligente”, cuenta Fernández, en diálogo con La Nueva.

“(Albert) Einstein decía que la intuición es la componente más importante de la inteligencia. También es el concepto más nebuloso desde una perspectiva científica. Modelar la intuición implica desarrollar un programa que aprenda a desdeñar detalles superfluos para avanzar hacia un resultado. El problema es, obviamente, qué es superfluo y qué no lo es y cómo se entera la máquina”, se pregunta.

“El aspecto más crucial de la IA es, a mi juicio, la posibilidad de modelar algo que se acerque a la intuición humana”.

“Se supone que intuir es procesar información con alta granulación de la realidad, o nivel de detalle muy bajo, para arribar a un resultado o solución correcta. Una persona muy intuitiva puede decidir algo, o sacar una conclusión con poca información disponible pero, a la vez, sabe cuál debe tener en cuenta y cuál tiene que soslayar”, afirma.

“Por ejemplo, a una persona intuitiva le bastan pocos trazos para decidir si una persona es buena o mala. Quizá prestar atención a una pequeña reacción, imperceptible para la mayoría de los demás. Introducir esa facultad en una máquina es muy difícil pero, a la vez, representa un avance tecnológico fundamental”, dice.

El metamodelo y la realidad

En su segundo libro, titulado Dinámica topológica para el descubrimiento de metamodelos con inteligencia artificial (Ariel Fernández, Taylor & Francis, Chapman Hall, 2021) el investigador desarrolló el concepto de metamodelo, que definió como un bosquejo o croquis del verdadero modelo de realidad.

“Este concepto refleja la habilidad de una máquina para tantear posibilidades, sin arrastrar todo el tiempo el pesado bagaje completo de información para ejecutar sus programas y brindar una solución razonable. Nosotros construimos estos metamodelos todo el tiempo, pero plasmarlo en una máquina no es sencillo”, entiende.

“El problema consiste en quedarnos con la información requerida para tomar una decisión y obviar el resto, pero sólo para ese propósito específico. Por ejemplo, si digo: ‘Te veo a las seis en el café’, no necesito especificar su geolocalización y aun así nos manejamos bien, pues mi comentario es perfectamente inteligible, por lo menos para alguien que conozca ese café en particular”, relata.

“En cambio, si digo: “Nos encontramos en el centro a la tarde”, mi interlocutor exigirá más información. Evidentemente, he dejado de lado demasiados detalles y mi metamodelo es muy crudo para ser eficaz. Sabemos intuitivamente cuál es el nivel de granulación ‘correcto’ y, ahora, esperamos que una máquina también pueda intuirlo para resolver problemas tan difíciles como el origen de la materia oscura, el tema de mi último libro sobre IA”, sostiene.

La odisea de HAL

Fernández dice que hay quienes auguran un destino funesto a la humanidad, donde la IA nos dominará y tomará el control de la civilización para sus propios e inescrutables fines.

“Este es un poco el escenario donde la computadora HAL toma, para el estupor de los pilotos, el control de la nave espacial en el premonitorio film 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Cabe mencionar que HAL son las siglas alfabéticamente anteriores al acronismo IBM, la empresa que manufacturó las primeras máquinas de calcular”, detalla.

El investigador dice que una humanidad bajo el control inescrutable de la IA es un escenario posible.

“Quiero explicar el por qué. He tenido la fortuna de contar con algunos alumnos brillantes y a ellos nunca quise mostrarles las herramientas teóricas para abordar un problema. Eso no fue por mezquindad de mi parte, sino porque tenía la certeza de que las encontrarían por sus propios medios y terminarían resolviendo mejor que yo”, relata.

“Mi único esfuerzo estaba dirigido a inspirarlos; sentí que no necesitaba educarlos de otra manera. Del mismo modo, la IA ha desarrollado ya una capacidad de intuición que, incluso, le permite formular conjeturas matemáticas y demostrarlas mediante un manejo simbólico generando teoremas nuevos”, cuenta.

“Para un matemático esto representa un avance vertiginoso, insospechado hace unos pocos años. Incluso, como he comprobado y doy cuenta en mi último libro, la IA es capaz de desafiar paradigmas establecidos, aventurándose en territorio vedado debido al temor reverencial a desafiar a aquellos que la tradición científica ha consagrado, como (Isaac) Newton o Einstein”, describe.

“Einstein decía que la intuición es la componente más importante de la inteligencia. También, el concepto más nebuloso desde una perspectiva científica”.

“Por supuesto que no querríamos coartar la libertad de un alumno tan brillante, menos en el tránsito de la era Milei pero, al mismo tiempo, debemos ser conscientes del peligro que importa darle esa libertad a la IA. Por ejemplo, si se le permite replegarse sobre sí misma para optimizar su propio hardware y software según sus necesidades, creo que estaremos muy pronto en problemas graves, pues la máquina aumentará su inteligencia a velocidad exponencial. Y esto ya sucede, pues los modelos de intuición, incluyendo mis propios metamodelos, son cada vez mejores y los chips más veloces y eficientes. Y para esto basta ver los anuncios del CEO de Nvidia ante un público embelesado”, cuenta.

En desventaja manifiesta

Fernández también dijo que, en su libro La singularidad está cerca, el gran inventor norteamericano Ray Kurzweil anticipa este escenario, describiendo cómo el humano aparecerá en menos de dos décadas en desventaja manifiesta frente a la IA.

“Como el Golem del maestro judío o la criatura del Dr. Frankenstein, no querríamos un escenario apocalíptico, en el que la máquina que los humanos hemos creado en nuestra aparente necedad detenga la mano cuando tratemos de desconectarla”, asegura.

“Para evitar este apocalipsis tecnológico vamos a necesitar proveer a la máquina de atributos éticos antes de dotarla de metamodelos de intuición cada vez más optimizados. Esto implica un gran desafío, ya que está directamente ligado al problema de modelar la conciencia, uno de los más arduos en las ciencias de la computación, donde nadie se atreve ni siquiera a aventurar una hipótesis de trabajo, pues no sabe muy bien lo que es”, concluye el matemático, físico y químico bahiense.