Bahía Blanca | Sabado, 27 de abril

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La aventura del río Colorado: tres amigos y una travesía inolvidable

En kayaks, partieron a mediados de febrero desde La Pampa y arribaron a Fortín Mercedes a principios de marzo. Remaron unas 10 horas diarias durante 16 días.

No iba a ser fácil. De hecho, ninguno de ellos lo creía, aunque probablemente tampoco lo habían pensado detenidamente. Sin embargo, cuando a menos de dos días de viaje ya habían sufrido que las embarcaciones se les dieran vuelta dos o tres veces, que los celulares cayeran al agua y se perdieran, que se rompiera un remo sin tener repuestos o que el grupo debiera separarse porque uno de ellos se había desviado por uno de los brazos del río y no tenían manera de comunicarse, sus nervios, su amor propio y su pericia fueron puestos a prueba.

En total, según sus cálculos, fueron unos 790 kilómetros en 16 días, con jornadas mansas y otras peligrosas, hallando gente en su recorrido siempre dispuesta a darles una mano o hasta ofrecerles un fuego donde cocinar o un patio donde armar sus carpas. Partieron desde 25 de Mayo, en La Pampa, el 20 de febrero y llegaron a Fortín Mercedes el miércoles 6 de marzo. En sus propias palabras, para ese entonces “no daban más”; ni siquiera querían que sus conocidos se enteraran de que la travesía había terminado.

Los días de remo comenzaban temprano, entre las 8 y las 9 con el desayuno, y se extendían mientras hubiera luz natural, dándose el tiempo necesario para armar su campamento. En medio de la corriente buscaban un claro en alguna de las orillas y entre las 19.30 y las 20 de cada día volvían a pisar tierra firme, con tiempo y sol para preparar las carpas, encender el fuego, comer y descansar de cara a la jornada que vendría en pocas horas. Todo esto bajo la inmensidad del firmamento patagónico. Solo se tomaban unos minutos para enviar un escueto mensaje a sus familiares: “estamos bien”.

El comienzo de la historia, por supuesto, se remonta a varios años atrás, cuando la aventura en kayak de estos tres amigos tenía como límite la costa del lago La Salada y los rápidos del río Colorado todavía estaban muy lejos. La primera travesía de Marcelo Correa, Nicolás Leguizamón y Roberto Ruppel, fue en uno de los canales principales de riego del Valle Bonaerense,  el Unificador III, con Pedro Luro como meta, y por tramos.

A partir de ahí, la dificultad y la adrenalina fueron en aumento. Más allá de hacer otras actividades deportivas, el agua y el Colorado los seguían llamando. No son los Locos del Río; el nombre ya fue registrado hace más de medio siglo por otros tan locos como ellos, aunque la denominación les calzaría perfectamente. En 2023 se animaron e hicieron el recorrido La Adela-Fortín Mercedes: 220 kilómetros en cinco días, remando y remando. Apenas llegaron, volvieron sus ojos al oeste, nuevamente para mirar hacia el río Colorado, pero esta vez mucho más lejos; hacia el lado de los Andes.

“Cuando hicimos la travesía desde La Adela, pensamos que en el futuro teníamos que hacer el trayecto desde 25 de Mayo. Entonces, a principios de este año mandamos los kayaks hasta Neuquén y el 20 de febrero nos largamos, uno en cada kayak”, cuenta Marcelo.

La preparación, reconoce, fue mínima. Más allá de alguna actividad física que realiza cada cual por su cuenta, no hubo una previa exhaustiva: “Más que nada, fue largarnos. No queríamos prepararnos y que después no salieran las cosas”, recuerda.

La aventura comenzó más que complicada: dos de los kayaks se dieron vuelta a los pocos minutos de partir; en tan solo 15 kilómetros de recorrido, habían perdido celulares y equipos de radiocomunicación. Se recuperaron y siguieron adelante, hasta que el río volvió a ponerlos a prueba: en uno de los brazos del curso de agua, uno de ellos perdió el rumbo y fue por otro lado; durante muchas horas no sabrían nada de él. Un mensaje de texto desde un número desconocido, que llegó al único celular que quedaba en funcionamiento, llevó tranquilidad: “Hola, soy Nico. Estoy bien”.

“Entendíamos que en algún momento o en algún pueblo, a la vera del río, lo íbamos a encontrar. Al final, pudimos reunirnos al otro día y empezamos de nuevo. A partir de ahí, prácticamente no hubo inconvenientes –recuerda-. Aunque el río bajaba caudaloso”.

Si para el día dos o tres del viaje los problemas y las preocupaciones habían superado el límite de lo esperado, las restantes jornadas de travesía fueron relativamente tranquilas, salvo un tramo en que el caudal del río se incrementa. A las complicaciones iniciales les siguieron días en los que, prácticamente, solo se dedicaron a remar unas 10 horas diarias, con todo el Colorado por delante y a los costados. Si bien habían tratado de no difundir en demasía su travesía, en las redes y medios lurenses se informaba diariamente de su situación y ubicación.

Después de tantos sinsabores en los primeros días, la lluvia fue compasiva con los aventureros: no apareció en ningún momento, aunque vieron varias tormentas acercarse por el horizonte, por cualquiera de ellos. Día tras día, el remo diario terminaba cerca de la caída del sol, priorizando un lugar donde conseguir buena leña y reparo. No siempre paraban a almorzar o merendar; si el río bajaba manso, juntaban los tres kayaks en el agua y comían juntos o tomaban mate durante dos o tres kilómetros. La gente de los pueblos y de los campos también colaboraba: ofrecían resguardo, comida y consejos sobre el comportamiento del río; algunos los aplaudían y vivaban a su paso.

“Cuando llegamos a (el dique) Casa de Piedra, nos sorprendimos; no pensábamos que fuera tan grande. Era como un mar; nos subimos a un acantilado para mirar y no caíamos en la realidad… ‘¿Dónde nos metimos?’, decíamos. Cuando vimos eso, caímos en que la nuestra era una travesía con olor a supervivencia, porque todo podía pasar”, explica.

El martes 5, el día anterior a su arribo a Fortín Mercedes, ya no daban más; querían llegar. Al reconocer que la travesía estaba acabando, la mente les empezó a jugar en contra, a boicotearlos: los brazos se cansaban más rápido, el tiempo corría más lento y la cabeza trataba de convencerlos de que ya no querían seguir viajando ni remando.

“Fue algo más mental que físico –describe Marcelo-. Estábamos en piloto automático. Llegamos a las 3 de la tarde del miércoles y solo habíamos pedido que fuera alguien a esperarnos, para cargar los kayaks. No queríamos nada más”.

Lejos de pensar en todo lo que hicieron, las dificultades que vivieron o qué tan relevante fueron esas más de dos semanas en las que desandaron casi 800 kilómetros por el Colorado, no quieren hablar de proezas, hazañas, epopeyas o cualquier sinónimo que se le parezca. No.

Quieren más.

Por ahora, el Colorado quedaría de lado, aunque siguen mirando hacia la Cordillera. El volcán Lanín y el río Santa Cruz se presentan como desafíos interesantes, al menos por el momento. También planean cambiar de kayaks, pasando de los que tienen –de la variedad escualo- a otros que les permitan bajar (otros) ríos en velocidad, pero con mayor estabilidad.

“Hay muchas cosas que tenemos pensado hacer, pero prefiero no hablar antes de tiempo, por las dudas… La idea es superarse, hacer algo un poquito más largo, pero no sé si será un río o una montaña; siempre buscando contacto con la naturaleza –cuenta Marcelo-. Somos de esas personas que que un día se levantan con ganas de hacer algo y, si tienen el acompañamiento, lo hacen; si no, seguiremos trabajando hasta que aparezca alguna idea”.