La pregunta que ningún candidato debería dejar sin contestar
La cifra del IPC difundida ayer no sólo preocupa por lo elevada.
Licenciado en Economía por la UNS y periodista económico con 16 años de trayectoria en La Nueva. A la largo de su recorrido profesional, se ha especializado en el seguimiento de los grandes problemas de la economía argentina y sus posibles implicancias para la bahiense, con una mirada local.
También se desempeña como profesor de los niveles secundario, formación profesional y terciario en Economía Política, Administración y Contabilidad.
El mal dato inflacionario de agosto confirma una vieja máxima del reconocido economista Juan Carlos De Pablo: si la inflación en el mundo es algo malo, en Argentina, es peor. Y esto obedece a una cuestión que tiene menos que ver con los niveles, obviamente altísimos, que con su enorme variabilidad en períodos cortísimos de tiempo, algo que las propias estadísticas oficiales demuestran.
Para chequear esta idea examinemos el gráfico que se adjunta abajo. El mismo contiene datos del Indice de Precios al Consumidor (IPC) desde diciembre de 2019 a julio de este año. A simple vista, se ve como, claramente, se pasó de una inflación anual del 54% a una del 113,4% (no se incluye el dato de agosto), de modo que, en menos de cuatro años, la inflación se incrementó casi ¡60 puntos porcentuales!.
Si se toma un período de tiempo mucho más acotado (agosto versus julio de este año), la variabilidad asusta todavía más, ya que en el mes ocho, el IPC abandonó una trayectoria “estable” y en torno al 6%, para trepar al 12,4%, el dato que informó el INDEC en la media tarde de la víspera.
¿Y cuáles son las consecuencias de semejantes tasas inflacionarias? Una está en el mercado laboral formal, es decir, la cantidad de trabajo asalariado registrado (mal llamado en blanco), que genera el sector privado en nuestro país.
Y allí los datos también muestran un oscuro panorama: desde enero de 2012 a junio de este año, la cantidad de asalariados privados registrados no consigue perforar el techo de los 6,3 millones de individuos, aumentando apenas un 4% durante todo ese período.
Es que un contexto donde la inflación no sólo es muy alta sino que, además, es muy variable, cualquier proyecto de inversión creador de empleo que necesite de un horizonte temporal de más de un año, es prácticamente una quimera.
De hecho, cuando se miran las series de datos oficiales del nivel de actividad, se puede ver una retracción del 4,4% en junio, con un preocupante -3,6% en la industria, un sector que tiene por característica saliente ostentar una de las mejores combinaciones de empleo registrado y nivel de salarios, un indicativo de que los empresarios invierten menos, influidos, en mucho, por las enormes dificultades para proyectar ingresos y costos, corolario, directo e indirecto, de la elevada dispersión de los precios.
Si lo importante es lo urgente, poner manos a la obra no debería seguirse dilatando. Y es allí donde se impone la necesidad de un viejo antídoto antiinflacionario que funcionó en todos lados: los planes de estabilización, que combinan políticas fiscales, monetarias, cambiarias y de ingresos, algo de lo que no se han dado muchas precisiones hasta el momento, al menos no masivamente.
Quizá el debate presidencial sea el momento para que los candidatos muestren las cartas. Pero una cosa es segura: ¿cómo va a hacer para controlar la inflación? es "la" pregunta que quien pretenda conducir los destinos de nuestro país tiene que poder responder. Claramente y sin rodeos.