Bahía Blanca | Martes, 30 de abril

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Bahía Blanca | Martes, 30 de abril

Cuando Bahía Blanca no formó parte de Argentina (parte 2)

Entre 1852 y 1861, la Provincia de Buenos Aires fue un Estado independiente, con autoridades, leyes, moneda y ejército propios, al margen de la Confederación comandada por Urquiza. Y la ciudad, por entonces un poblado, ocupó un rol decisivo en los planes de los gobiernos secesionistas.

Capítulo 2

(Para leer el capítulo 1, haga clic acá)

 

Septiembre de 1852.

A unos 700 kilómetros de la Casa de Gobierno del flamante Estado de Buenos Aires, los pobladores de Bahía Blanca seguían preocupados por la incertidumbre que les generaba la caída de Juan Manuel de Rosas. Por casi dos décadas, el exmandatario provincial se había mostrado como un benefactor de la localidad, con una asistencia económica y logística que, en muchos casos, resultó decisiva para la supervivencia del fuerte.

El cambio de vientos políticos -del que se habían enterado recién tres semanas después de la batalla de Caseros- sólo presagiaba dudas en una sociedad que aún desconocía su nuevo rol como ciudadanos por fuera de la Confederación Argentina.

Para la mayoría de los 900 habitantes que tenía el poblado, las prioridades no pasaban por las renovadas disputas políticas, sino por la supervivencia diaria, en medio de los recurrentes ataques de los malones, la falta de comunicaciones y medios de transporte seguros, y los rigores de un clima siempre impredecible.

En aquellos días de vacilaciones lo único que esperaban era la llegada puntual de los sueldos e insumos para el mantenimiento.

El fuerte, en un cuadro de Augusto Ferrari

Pero poco después de la secesión decretada por la Provincia, las dos principales autoridades locales -el juez de Paz Mauricio Díaz y el comandante militar Rafael Bourgeois- recibieron un despacho oficial desde Buenos Aires con órdenes específicas: a partir de ese momento debían cumplir únicamente con las disposiciones enviadas por el gobernador o la Legislatura.

Frente al nuevo escenario los bahienses permanecieron expectantes.

Sin embargo los dos primeros años como parte del Estado de Buenos Aires no mostraron demasiados cambios ni progresos en la vida cotidiana.

La falta de definiciones no fue casual: en diciembre de 1852 se desató una rebelión en la Provincia, comandada por buena parte de la oficialidad federal de la campaña, el nombre con que se describía genéricamente al interior bonaerense.

Los sublevados -que contaban con la adhesión de los habitantes de Luján, Pilar, Dolores, Chascomús y Ensenada, entre otros poblados- sitiaron la capital provincial para exigir que el gobierno secesionista, al que consideraban abiertamente unitario, se incorporara a la Confederación y enviara representantes al Congreso Constituyente de Santa Fe.

Mapa del Estado de Buenos Aires

El cerco se prolongó durante casi ocho meses con la colaboración de las tropas entrerrianas de Justo José de Urquiza, pero las autoridades atrincheradas en la ciudad de Buenos Aires terminaron imponiéndose gracias a la compra de voluntades de las fuerzas que bloqueaban el puerto. La inesperada defección de la flota provocó una derrota moral en el resto de los sitiadores, que terminaron retirándose e incluso, en muchos casos, abandonando la idea de una reunificación.

El fracaso de los sublevados consolidó definitivamente al Estado bonaerense, que poco después sancionaría su propia Constitución.

Todo comenzó a cambiar para Bahía Blanca en noviembre de 1854, cuando la gobernación reglamentó la Ley General de Municipalidades: las localidades de la campaña serían representadas por una Comisión de vecinos, designada cada año por la Provincia para gestionar los asuntos comunales.

En el caso local, los primeros elegidos -que debían ser mayores de 25 años y poseer un capital de, al menos, 10 mil pesos- fueron Julio Casal, Zenón Ituarte, Cayetano Casanova, Mauricio Díaz y Antonio La Saga.

Su nombramiento, que puso cierto orden administrativo dentro de la población civil, representó el primer gesto oficial hacia la vida de los bahienses. No sería el único.

Pastor Obligado

Casi al mismo tiempo que llegaba la reglamentación de municipios, un grupo de vecinos juntaba suscripciones para abrir una Escuela de Varones, la primera de la ciudad. El establecimiento -luego renombrado como Escuela Nº1- comenzó el dictado de clases a inicios de 1855 en la casa del mayor Francisco Iturra, con Patricio Castro como único docente para los 30 alumnos iniciales.

Ya en noviembre de ese año, el gobernador Pastor Obligado confirmó las intenciones de reafirmar la presencia estatal en el sudoeste: la Provincia anunció el envío de la Legione Agricola Militare, un grupo de militares y civiles italianos que se desempeñarían como “soldados colonos” en Nueva Roma, un emplazamiento ubicado a 40 kilómetros al oeste del fuerte, sobre el arroyo Sauce Chico.

"Va con el mejor espíritu y buena disposición. Lleva como 400 hombres de armas y 160 individuos de familia. Esta expedición hará época", auguró el mandatario bonaerense en enero de 1856, al despedirlos cuando se embarcaban rumbo a la desembocadura del Napostá.

Entre los legionarios -comandados por el coronel siciliano Silvino Olivieri- figuraban nombres que serían determinantes en el crecimiento de la ciudad, como Filippo Caronti, Daniele Cerri, Vincenzo Caviglia, Domenico Pronsato y Giovanni Penna, todos dispuestos a reforzar las fronteras mediante la creación de una colonia rural en medio de la nada.

Silvino Olivieri

El ambicioso proyecto, sin embargo, pareció estar signado por el fracaso desde el comienzo: al hundimiento de uno de los barcos durante las maniobras de ingreso a la ría, con una gran pérdida de equipajes y herramientas para el emplazamiento, se le sumó un brote de cólera poco después de su llegada a Bahía, que ocasionó casi 500 fallecimientos entre la población.

En pocos meses, la sucesión de conflictos internos y las dificultades económicas que los italianos encontraron a su paso frustraron definitivamente la expedición. Y tras el el confuso asesinato de Olivieri durante un motín, en septiembre de 1856, sus integrantes decidieron abandonar Nueva Roma.

Algunos entregaron las armas al comando militar bahiense y optaron por radicarse en el fuerte para trabajar como chacareros, artesanos, albañiles y comerciantes. Otros se pusieron bajo las órdenes del teniente Antonio Susini y el mayor Giovanni Ciarlone como parte de la guarnición local.

Pese a las funestas noticias sobre la suerte de la Legión, la Cámara de Representantes de la Provincia declaró ese mismo invierno como “francos para los buques mercantes de todas las banderas” a los puertos de Bahía Blanca y Patagones con el objetivo de promover la inmigración y el comercio en el sudoeste.

El puerto del Napostá

La normativa dejó en claro que el poblado y su puerto eran considerados esenciales para los intereses bonaerenses. Ya no sólo se trataba de afianzar la presencia del Estado, fomentando el crecimiento de la población y la urbanización, sino que había un claro objetivo de sumar un nuevo enclave para la dinámica del incipiente modelo agroexportador.

Caronti, que había pasado a desempeñarse como Comisario de Guerra en el fuerte, fue determinante para apuntalar el proyecto: meses después de la declaración de puerto franco, decidió aprovechar sus conocimientos como exestudiante de Ingeniería para diseñar un primer muelle de madera y un camino consolidado para unir la ría con el poblado.

La infortunada experiencia de Nueva Roma no desalentó a la gobernación, que volvió a centrar su mirada en Bahía con otra decisión estratégica: el envío en enero de 1859 de una delegación a cargo del ingeniero saboyano Carlos Enrique Pellegrini para elaborar un informe detallado sobre la localidad y sus posibilidades reales de crecimiento.

La "Comisión Exploradora de Bahía Blanca" se estableció en una casa ubicada en la actual calle Sarmiento, donde se montó un pequeño observatorio para los trabajos de relevamiento, cuyos resultados fueron publicados meses después en la "Revista del Plata" al mismo tiempo que eran remitidos al Ministerio de Guerra y Marina del Estado bonaerense.

Carlos Enrique Pellegrini

Las observaciones de Pellegrini -certeras, agudas, a veces mordaces- describieron al poblado como un villorrio grisáceo, con sectores casi ruinosos. Las críticas apuntaron al mal estado de la mayoría de las casas particulares, las calles, la iglesia y, en particular se centraron sobre el fuerte, al que calificó como una “caricatura”.

El informe, con todo, reservó hacia el final una conclusión optimista.

“Ese pueblo infeliz agotado por la arena que levantan los rebaños acorralados en su seno, real y figuradamente carcomido en su base, con su atmósfera pedregosa de salitrales, antes de cien años será una ciudad floreciente (...) un puerto de condiciones inmejorables, el primero de la República Argentina”, pronosticó Pellegrini a su regreso.

Aún con la mala impresión que le había generado su visita, vislumbró una posibilidad de futuro.

* La semana próxima, el tercer y último capítulo *