Bahía Blanca | Jueves, 17 de julio

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El inadvertido paso por la ciudad de los dos hombres de la rosa

Estuvieron en Bahía Blanca cuando eran poco menos que dos desconocidos. Por eso pasaron casi inadvertidos. Tiempo después cada uno escribiría una obra maestra de la literatura, dos clásicos que se ubican entre los diez libros más vendidos y reeditados de la historia.

“…yo he sospechado que la historia, la verdadera historia, es más pudorosa y que sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo tiempo, secretas”. El Pudor de la historia, Jorge Luis Borges

Sensación extraña la de saber hoy que dos hombres destinados a figurar entre los escritores más leídos de la humanidad caminaron por las calles de nuestra ciudad siendo en ese momento poco menos que dos desconocidos, dueños de un destino que ellos mismos difícilmente pudiesen imaginar.

Con 40 años de diferencia, cada uno de ellos publicó su novela, ubicadas hoy entre las diez obras más vendidas de la historia, traducidas y editadas en decenas de idiomas. Uno francés, el otro italiano. El primero profundizando en su historia sobre temas como el amor, la amistad y el sentido de la vida. El segundo explorando temas como la religión, la verdad, el conocimiento y el poder. Uno desarrolla su historia con un niño en un desierto, el otro genera una trama de misterio en un monasterio medieval. A los dos los une una rosa.

El hombre que miraba con el corazón

«Debí haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras». Antoine Saint Exupéry, El Principito.

En octubre de 1929 llegó a nuestra ciudad Antoine de Saint Exupéry, un joven piloto de aviación francés, empleado de la empresa Latécoère, que había dejado su puesto en un perdido fuerte de Cap Juby, en el Sahara africano, para asumir la jefatura de la línea aérea que esa empresa estableció entre Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia.

Antoine de Saint Exupéry

Sin ningún dominio del castellano, con miles de horas de vuelo y entusiasmado ante semejante reto, Saint Exupéry fue además uno de los pilotos del vuelo inaugural, realizado en los precarios aviones Laté, de carcasa de aluminio y cabina descubierta, delicadas piezas capaces de desafiar y enfrentar a los implacables vientos patagónicos.

Luro, Ullet, Augé, Saint Exupéry y Rivadula, 1929

Saint Exupéry fijó su domicilio en Buenos Aires, pero llegaba de manera periódica a la ciudad.

Cuando caminaba por el centro –la empresa tenía sus oficinas en calle Chiclana— llamaba la atención de los caminantes. Porque ser piloto de aviación era una profesión entre épica y poética, porque era francés, porque vestía un llamativo uniforme negro. Pero nadie sabía que además de su profesión de piloto su otra gran pasión era escribir. De hecho ya había publicado dos libros, El aviador y Correo Sur, y trabajaba en un tercero, Vuelo Nocturno. Todas novelas basadas en sus vivencias como piloto, escritas en francés, desconocidas en estas tierras.

Saint Exupéry se fue de nuestro país en 1931. Su vida siguió el mismo sendero y en 1943, residiendo en Nueva York, entregó a la imprenta un libro completamente diferente a su temática habitual, el cual incluía dibujos de su autoría y al que tituló “The Little Prince”, su primera edición fue en inglés, y “The petit prince”, en francés.

Recién en 1951 ese libro fue traducido al castellano con el nombre de “El Principito”. Saint Exupéry había fallecido en 1944, pocos meses después de la salida del libro. Nunca supo que había dejado una obra maestra, nunca cobró regalía alguna por la obra.

Ni él ni su viuda, Consuelo, ya que desapareció mientras cumplía una misión aérea volando sobre el Mediterráneo. Y un desaparecido, lamentablemente lo sabemos los argentinos, “no tiene entidad no está ni muerto ni vivo, está desaparecido”.

El Principito figura hoy entre los diez libros más editados en la historia de la literatura, con 140 millones de ejemplares vendidos en el mundo, traducido a 250 idiomas, un éxito editorial que no reconoce antecedentes ni sucesores.

Nadie cuando vio a Saint Exupéry tomando una bebida en la confitería del hotel Muñíz, esperando el tren en la estación Sud o almorzando en el restaurante del hotel Atlántico de avenida Colón y Brown podía imaginar que estaba viendo al futuro autor de una obra maestra.

Un filósofo en su laberinto

“No todas las verdades son para todos los oídos”. Umberto Eco, El nombre de la Rosa”

El 28 de julio de 1970, cuando la noche caía sobre nuestra ciudad, ingresó al edificio de la Universidad Nacional del Sur, de avenida Colón 80, el profesor Umberto Eco. Nacido en la región del Piamonte, en Italia, era a sus 38 años de edad doctor de Filosofía y Letras, docente de las universidades de Turín y Florencia, especializado en semiología, el estudio de los símbolos y los signos.

Umberto Eco, 1970

Eco terminaba de dictar un curso titulado “Semiología de la Arquitectura” en la Universidad Nacional de la Plata y fue invitado por Manuel Trías (1913-1996), docente de la UNS, a dar una charla en nuestra ciudad.

En 1970, Eco era poco menos que un desconocido, porque los temas que trataba eran muy específicos, entendibles para unos pocos a nivel académico y de hecho los asistentes a su disertación, titulada “El lenguaje en la poética y las vanguardias modernas”, fueron en su mayoría docentes o estudiantes avanzados. Para colmo de males, dio su charla en italiano, idioma que utilizó para hablar sobre el uso del lenguaje en obras de Joyce, Proust, Kafka, Marx y Frued, entre otros.

Salón de actos de la UNS, actual

En aquella ocasión, Eco fue presentado por Trías, quien destacó la “lucidez, sensibilidad y extraordinaria erudición” del visitante. Unos meses después, Trías le escribió una carta a Eco, dándole a conocer algunas “objeciones filosóficas” a “Apocalittici e integrati”, un estudio publicado por el italiano en 1964.

Eco le contestó esa carta defendiendo su visión. “Mis respuestas sólo parecerían válidas si hubiera decidido conmigo que el problema del ser en sentido metafísico es un problema falso, porque el único ser que conozco es mi situación histórica, corporal y material”. También Trías le planteó situaciones relacionadas con la existencia de Dios, la filosofía y el lenguaje. Eco le contestó que “La "verdad" de la vida no la demostramos nosotros. El propósito de hablar no es la verdad sino el discurso sobre presuntas verdades, con el que seguimos hablando y entendiéndonos, en el disenso”, escribió Eco.

Fuera de estos temas tan específicos, la fama de Umberto Eco llegaría diez años después de su paso por Bahía Blanca. Fue en 1980, cuando a sus 48 años de edad publicó su primera novela, a la que tituló “El nombre de la Rosa”.

Definida como “una novela histórica y de misterio”, Eco hizo una modesta primera tirada de mil ejemplares en una pequeña editorial. No sabía que había entregando una obra maestra que a la fecha editó 50 millones de ejemplares, y que se ubica entre los 20 libros más vendidos e influyentes de la historia.

El nombre de la Rosa, señalan los críticos, “rompió con los cánones tradicionales del género, al combinar elementos de misterio, historia, teología y filosofía, abordando temas como la religión, el poder, la herejía, la moralidad, la teología y la filosofía medieval.  El libro se ha consolidado una obra maestra literaria y ha tenido un impacto único en la literatura mundial.

El hombre de la rosa, la película

En 1986, bajo la dirección de Jean-Jacques Annaud, el libro se llevó al cine con notable éxito, protagonizado por Sean Connery, Murray Abrahamy Feodor Chaliapin.

Final

«Un clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad». Jorge Luis Borges.

“Es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Umberto Eco

Además de coincidir en su paso por nuestra ciudad, tanto la obra de Saint Exupéry como la de Eco son clásicos que giran alrededor de una rosa.

En el asteroide del Principito su rosa es única y él se encarga de cuidarla, protegerla y amarla. Simboliza la importancia de cuidar a quienes amamos y como, a pesar de su belleza, también es frágil y vulnerable. En Eco, representa la belleza, el amor, la pasión y la sensualidad, pero también lo fugaz y efímero de la vida. También es un símbolo de la verdad oculta y el peligro que implica desvelar ciertos secretos.

Los dos autores son parte también de nuestra historia, aunque cuando estuvieron en la ciudad no habían escrito la primera palabra de sus obras maestras, ya las tenían en su alma. Solo tuvieron que sacarla afuera.

Umberto Eco
Antoine de Saint Exupéry