Bahía Blanca | Domingo, 05 de mayo

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La independencia en episodios

He escrito ya en “Bajo estos mismos cielos” sobre la importancia del Congreso de Oriente y sobre su articulación con el que comenzó a sesionar en Tucumán en marzo de 1816 que declaró la independencia.Volvemos sobre este tema.

Tras la clausura de las sesiones de la Asamblea Constituyente del Año XIII −que adopta decisiones significativas pero no declara la independencia ni aprueba una constitución−, el año 15 es el del apogeo de José Gervasio Artigas. 

En enero sus aliados derrotan a Manuel Dorrego en Guayabos y el día 15 de febrero las montoneras orientales ingresan en Montevideo; en marzo y abril, consolida sus posiciones en Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba y provoca la caída del gobierno central; entre fines de junio y mediados de agosto reúne al Congreso de Oriente orillas del río Uruguay –del lado de Entre -Ríos– y en los meses siguientes adopta varias resoluciones trascendentales, dicta reglamentos y pone en movimiento a sus corsarios. 

Hacia la primavera de esta “ola federal”, Córdoba y Santa Fe primero y Santiago del Estero, La Rioja y Salta después, han avanzado también en declarar sus respectivas autonomías y nombrar gobernadores electos por sus respectivos pueblos.

Como la otra cara del momento de hacer cumbre, comienza también su debilitamiento: empiezan los reproches y las divergencias con el Cabildo de Montevideo y, en poco tiempo, sufre el distanciamiento de muchos de los más cercanos colaboradores de la primera hora: la carencia de un equipo administrativo y un cuerpo de consejeros estable y el estilo unipersonal de conducción de Artigas impiden que la “Liga de los Pueblos Libres” −y la gran extensión geográfica de su influencia que abarca toda la Mesopotamia y la Banda Oriental− se conviertan en un “país” más o menos reglado. 

Desde Buenos Aires, el Directorio, gobierno centralizado y mucho más “institucional”, creado por la Asamblea del Año XIII, es consciente de esa debilidad y el Congreso de Tucumán aparece como la mejor carta para contraponer normas liberales al caudillismo. Dicho de algún modo un tanto esquemático, mientras el Directorio gobierna, Artigas, “manda”: habla de construir un “sistema” pero, en los hechos, las Provincias Unidas tienden a ser más “federales” que la propia liga “artiguista” que no es mucho más que un conglomerado de gobiernos semiautónomos. Los primeros apuntan a constituir un Estado centralizado, mientras los segundos no tienen siquiera pactos acordados de modo expreso; unos tienen quien los “dirija”, los otros solo quien los “proteja”. No es casual, en consecuencia, que los “porteñistas” acusen al artiguismo de “anarquistas”. 

Uniones y secesiones en la Independencia

Fijemos, entonces, los alcances y las limitaciones del proceso que comentamos. Por un lado una fuerza multiforme que tiene como rasgo común la consecución de la independencia de los poderes extranjeros, en particular del Imperio español; por otro, la búsqueda sobre todo de parte de Buenos Aires de la unidad, mientras se desarrollan –también múltiples y variados− los procesos de las autonomías provinciales. Finalmente, la imposibilidad de estructurar alianzas estables entre los tres grandes bloques político-geográficos, Buenos Aires, el Litoral y el Interior y, como consecuencia, la imposibilidad de organizar el nuevo “país” alrededor de una Constitución republicana y federal.

En ese marco se concretan el desmembramiento definitivo del Paraguay –José Gaspar Rodríguez de Francia es elegido Dictador Perpetuo en mayo de 1816 y se sostendrá hasta 1840− y el aislamiento del Alto Perú, región que los realistas controlarán tras el triunfo de Sipe-Sipe, de finales de 1815.

Para completar el mapa cabe consignar que la invasión lusobrasileña a la Banda Oriental se concreta en enero de 1817 con la toma de Montevideo y el nombramiento de un portugués como gobernador. La revolución en al antiguo virreinato del Plata y su primer impulso de extensión encuentra así nuevos límites… más parecidos a los de la actual Argentina.

En el marco de esas disrupciones y evoluciones es que sesionan los respectivos congresos de 1815 y 1816, se emprende la campaña libertadora a Chile y Perú desde inicios de 1817 y se guerrea contra españoles en el norte y contra portugueses en el este del territorio. Es preciso subrayar entonces que Artigas, San Martín, Belgrano, Güemes y Pueyrredón –junto con otros líderes de distinta talla como Andresito Guazurarí en las Misiones, José Rondeau y Manuel Belgrano en el Ejército regular, Estanislao López en Santa Fe, Juana Azurduy y su esposo Manuel Ascencio Padilla en las Republiquetas altoperuanas, el diplomático Manuel José García y Carlos de Alvear en Buenos Aires, Montevideo o Río de Janeiro, Juan Antonio de Arenales en el norte y el cordobés José Javier Díaz y el propio don José de San Martín en Cuyo, entre tantos otros− personifican múltiples rostros de un mismo proceso político y social con muchas aristas: la consolidación de la independencia política de las Provincias Unidas del Río de la Plata, nombre que aún hoy, la Constitución Nacional de 1853-1860 identifica con el de la República o Nación Argentina.

Tres regiones, dos congresos y un proceso complejo

De acuerdo con sus intereses, desde 1810 las tres regiones de la posterior Argentina –el Interior (incluyendo las subregiones de Cuyo, Córdoba y el Noroeste), el Litoral y Buenos Aires, a las que cabe agregar las republiquetas del Alto Perú, la Banda Oriental y las Misiones Orientales (que están ahora en el Brasil), disputaron por cuatro cuestiones centrales, económicas y políticas: la navegabilidad de los ríos, los ingresos aduaneros –la nacionalización de las rentas de las aduanas exteriores o su mantenimiento bajo control de las provincias−, las políticas comerciales y la cuestión del centralismo y las autonomías provinciales.

No es casual, por lo tanto, que sea el Litoral (y el Paraguay y la Banda Oriental), justamente, el que se alce contra el centralismo porteño: la cuenca ganadera del Plata contraponía sus intereses productivos y comerciales. Por ello tampoco es anecdótico que la historiografía “clásica” haya objetado la “seriedad” del Congreso de Oriente como, de hecho, se cuestiona también la validez de los “congresos” del Paraguay de una “República” sin constitución. Hace ya bastante tiempo, en 1932, Ernesto Celesia aseguraba que “el llamado Congreso […] no fue tal cosa; que solo pudo ser en definitiva una reunión del Protector de los Pueblos Libres con cuatro o cinco representantes de los pueblos de su protección”. Casi cien años después el relato sigue siendo similar: el Congreso de Oriente no merece el nombre de tal. 

Nos apresuramos a rebatir tal versión. Creemos que esta interpretación forma parte de una concepción de la historia que ha demeritado el Congreso que sesionó en Arroyo de la China solo porque se apartó de los modelos institucionales que la historia legitimaba. De hecho, a los congresos “caudillescos” es preciso interpretarlos en su diversidad, como otros cauces de un mismo torrente. De lo que no caben dudas es que, bajo la “protección” de Artigas hubo una reunión de diputados por seis provincias y que en ese Congreso –y en decretos inmediatamente posteriores− se adoptaron medidas significativas como normas para el comercio interior y exterior, el transporte fluvial, los derechos de aduana y el régimen de tenencia de la tierra.

Unidad y diversidad

Es preciso, sin embargo, analizar la situación más en conjunto. Las decenas de reuniones previas que eligieron democráticamente a los congresales, las “instrucciones” –o mandato− que cada provincia o localidad dio a sus representante, el intento del Congreso de tender puentes hacia Buenos Aires a pesar de los continuos desaires y la propia reacción del Directorio que pone proa en convocar a un Congreso en Tucumán y –por la negativa− su airada y repetida respuesta militar que será derrotada, son todos hechos que, de modo innegable, otorgan al Congreso de Oriente (o de Arroyo  de la China o “de los Pueblos Libres”, porque ni siquiera tiene un nombre que lo identifique claramente) una importancia decisiva en la historia de la década revolucionaria. Eso, sin destacar que solo cinco años después el “modelo federal” que engendró aquella primera Liga Federal se impondría en todas las Provincias Unidas y que Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y la Banda Oriental no solo no fueron a Tucumán sino que jamás juraron la Declaración de Independencia del 9 de julio de 1816.

Estas “provincias”, sencillamente, estaban coaligadas en una confederación de hecho, y compartían otros principios y otra causa –tal vez, también otra declaración, aunque fuera tácita− que los identificaba. Y ello, subrayando que, además, los allí reunidos estaban acosados por un enemigo, los portugueses y brasileños, al que el Directorio y el Congreso de Tucumán no solo despreciaba, sino que, incluso, dejaba hacer, con claros signos de complicidad contra el enemigo común, “la anarquía” artiguista.

El azul-celeste y el blanco, una marca genética

En esa diversidad de conflictos y visiones es destacable un rasgo que, aunque sea en el plano simbólico, da unidad al proceso: la bandera celeste y blanca, el emblema de lucha que se alza al frente de la batalla por la independencia, estuvo presente en todos los frentes aunque, a la par, destaca sus matices. Mientras “la de Belgrano”, creada en 1812 y adoptada como insignia nacional por el Congreso de Tucumán a fines de julio de 1816, lucía sus bandas con un azul intenso y agrega el sol de mayo en 1818, a principios de 1817 San Martín dota al Ejército de los Andes con otra de similares colores -aunque el celeste-cielo se impuso al azul− y un escudo distintivo.

En el Oriente, entretanto, desde enero de 1815 se utilizaba la misma bandera, pero con dos bandas rojas –luego, también, esa franja en diagonal− que distinguían a las fuerzas federales. La herencia multiforme de aquellos años se puede observar aún hoy: esos colores blanquicelestes –y en varios casos con presencia del rojo “artiguista”− lucen en muchas banderas provinciales (de la Argentina y del Uruguay) y, entre ellas, en la bandera de Córdoba, única provincia que contó con delegación en ambos congresos independentistas.

No está de más señalar que los mismos colores y un sol similar son los que flamean en el pabellón de la República del Uruguay y que es el único país del mundo que tiene tres banderas oficiales: una de ellas es “la de Artigas”, la tricolor.

Los diputados al Congreso de Oriente

Los congregados en Arroyo de la China fueron, al cabo de su desarrollo, Pascual Diez de Andino, proveniente de Santa Fe (Pedro Aldao quedó de modo nominal); Juan Francisco Cabral, Ángel Vedoya, Serapio Rodríguez, Juan B. Fernández y Sebastián Almirón de diversas localidades de Corrientes; Andrés Yacabú por las Misiones –es un hecho que, durante agosto al menos, hubo otros representantes aunque no se ha logrado establecer información precisa−; José Isasa, los doctores José Antonio Cabrera de Cabrera y José Roque Savid (o Savia) y el presbítero doctor Miguel del Corro enviados por Córdoba; Francisco de Paula Araujo, por Corrientes; el doctor José García de Cossio en representación del “continente de Entre-Ríos”, y Justo Hereñu elegido por la villa de Nogoyá, Entre Ríos y Francisco Martínez, Pedro Bauzá, Miguel Barreiro y seguramente algunos más de quienes no hay registro porque convivían con Artigas en su campamento, por la Banda Oriental. Hubo acreditados en total, entre dieciséis y veinte congresales, aunque, tal vez, hayan sido raras las reuniones en plenario sobre todo porque cuatro de ellos fueron de inmediato comisionados a Buenos Aires a gestionar ante el Directorio.

La segunda parte se publicará el 8 de julio.