Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Zapiola, la calle del Patronato, entre murales y palomares

Singular y atractiva, Zapiola es la calle del Patronato y también poseedora de una rica variedad de edificios y lugares.

La calle se llamó, en tiempos fundacionales, “Restauración de las Leyes”, y hoy rescata la memoria de José Matías Zapiola (17801​—1874) militar y político que participó en la guerra de independencia y fue comandante del Regimiento de Granaderos.

Este recorrido de unas pocas cuadras tiene que ver con la historia pero también con la arquitectura, con los lugares y las curiosidades que la ciudad tiene en todas y cada una de sus calles.

El camino comienza con una particular esquina, un chalet de ladrillo visto y tejas que se oculta parcialmente detrás  del pequeño espacio de entrada en un colorido jardín, aportando color al lugar, dando un toque diferente a la cuadra.

Los palomares, el diseño, lo ausente

“No se recuerda qué necesidad u orden o deseo impulsó a los fundadores de Zenobia a dar esta forma a su ciudad, y por eso no se sabe si quedaron satisfechos con la ciudad tal como hoy la vemos”. Italo Calvino.

Recorrer el barrio Universitario implica encontrar numerosos edificios de planta baja y tres pisos, obras que en la década del 90 comenzaron a modificar el paisaje y que llevaron a una puja entre vecinos y municipio que todavía hoy sigue en la justicia.

La gente los bautizó “palomares”, de manera despectiva claro, y el aumento de habitantes que generaron llevó casi al colapso los servicios. Desde el punto de vista del diseño, han sido propuestas muy poco atractivas.

Sin embargo es posible encontrar algunas que tienen su encanto, construidas posiblemente en la década del 70. De estilo racional, cubierta plana, sin los triangulitos de inexistentes cubiertas a dos aguas, sin las balaustradas y hasta con un toque art decó en sus puertas. Una guarda de pequeñas cerámicas, conocidas como venecitas, aporta color y el recuerdo de un material de época.

La manzana del Patronato, las torres en las tierras de Linares

“No me gustan las aglomeraciones de rascacielos, la pérdida de horizontes. Cuando la trama es muy densa, cuando la reja es omnipresente, el ciudadano se puede sentir entre rejas.” Arquitecto Toyo Ito

Pocas instituciones tan emblemáticas en la historia de Bahía Blanca como el Patronato de la Infancia. Creado en 1906 por un grupo de damas bahienses, atiende desde entonces, más allá de los cambios y circunstancias que tuvo a lo largo del tiempo, a niños necesitados de un sitio donde vivir, carentes de contención, atención y amor. La casona principal sobre Zapiola, hoy pintada  de un llamativo color rosa, ya no la ocupa la institución.

Los terrenos que la entidad poseía sobre calle Salta supieron tener juegos infantiles y servir como parque. Su venta derivó en la aparición de varias torres.

La manzana tiene también otra historia, ya que era el lugar donde moraban los integrantes de las tribus de los caciques Linares y Ancalao, indios amigos, como se les decía, el lugar hasta donde llegaba el médico Adrián Morado Veres para atender sus enfermedades.

Un modesto cartel da cuenta de la forestación que lleva adelante el municipio, indicando el árbol Nº 2000 plantado, el que deberá superar sus primeros años de vida sin caer en manos del vandalismo o del riguroso clima.

Terreno angosto, balaustrada y algo más

“El suburbio es el agua abombada y los callejones, pero es también la balaustrada celeste y la madreselva pendiente y la jaula con el canario”. JL Borges

En la esquina de Zapiola se ubica una Farmacia que ocupa un terreno de gran frente sobre Salta pero de reducido fondo, posiblemente una franja remanente que se ha aprovechado de buena manera. Sobre el angosto acceso se ubica un reloj con números romanos, de los últimos que han hecho su aparición en la ciudad.

A pocos metros un paredón con pilares marcando la línea municipal. Paredón y reja, resolución típica de las primeras décadas del siglo, la vivienda retirada, el jardín al frente. Sobre el muro el buzón para las cartas, las que se escribían a mano.

Y si mencionamos elementos típicos, no hay cuadra que no sume una balaustrada, esa sucesión de balaustres que desde la época de los Asirios se utiliza para sostener parapetos de balcones, barandas de escaleras o servir como remate de las viviendas.

Tampoco faltan las cerámicas con motivos religiosos. Jesús, Ceferino, santos y santas, la Virgen María, San Cayetano ó Stella Maris, María estrella del mar.

También están los murales, con paisajes añorados, tierra de padres y abuelos, un toque de color, de arte y de nostalgia.

El misterio infaltable, la casona abandonada, la que en silencio guarda historias. Un candado da cuenta de ese estado y sobre el lateral un espacio mínimo donde la reja curva termina de cerrar cualquier paso.

La casa con un jardín exuberante, pleno de verde y naturaleza.

Y caminar también sugiere mirar al suelo, donde suelen aparecer señales y marcas, como esta antiquísima tapa metálica de EnTel, Teléfonos del Estado, antes del big bang privatizador.

Y si no hay jardín hay macetas y flores, para que levantar la persiana se encuentre una señal de alegría, que levante el ánimo y controle la ansiedad. Si no hay balcones que haya alfeizares. “¿Ninguno desea ver tras los cristales/una diminuta copia de jardín?/¿En la piedra blanca trepar los rosales,/en los hierros negros abrirse un jazmín?”. Baldomero Fernández

En el final, que también es el comienzo, el canal Maldonado, construido a fines de los 40 y que muestra en el daño de sus losas por la falta de mantenimiento. Fue durante mucho tiempo “el hijo perdido del Napostá”. Hoy evita las inundaciones y que espera sumarse de mejor manera al paisaje.

Final

“Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”. Epílogo, Jorge Luis Borges.

La arquitectura es el arte público, inevitable. Es el telón de fondo de esa galería que forman los frentes de las casas y cuyo techo es el cielo. "Pinta tu aldea y pintarás el mundo", escribió León Tolstoi. Recorrer una cuadra, adivinarla, percibirla es también descubrir una ciudad, que es en definitiva intuir a su gente, encontrarse uno mismo.