Bahía Blanca | Jueves, 03 de julio

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Bahía Blanca | Jueves, 03 de julio

Temporal trágico: los sitios icónicos que ya no volverán a verse como antes

Más allá del drama vivido en Bahiense del Norte, con el correr de los días se ampliaron las consecuencias (al punto de dejar de sorprender).

Fotos: Emmanuel Briane/Rodrigo García-La Nueva.
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Audionota: Guillermo Crisafulli (LU2)

Sábado 16 de diciembre de 2023. Minutos después de las 19. El Servicio Meteorológico Nacional había emitido un comunicado de alerta naranja o rojo. Similar al que repite de manera periódica y que, en no pocos casos, hace referencia al sudoeste bonaerense, sin especificar con precisión el alcance que pueda tener en Pigüé, Bahía Blanca o Médanos. Y además muchas veces el alerta falla, o no tiene la intensidad anunciada, o se queda en un chaparrón y unas ráfagas de viento.

Pero ese sábado fue distinto. Nunca antes la ciudad fue testigo de semejante temporal. De agua y viento. Pero además tuvo una duración de casi 40 minutos, con lo cual la resistencia de árboles, chapas, techos, postes, luces, tableros, cables y todo lo plantado se rindió ante la fuerza de la naturaleza.

La gente tomó dimensión de lo ocurrido ese mismo atardecer. En parte. Calmado el viento, los ocasionales paseantes y conductores comenzaban a sorprenderse de ver cientos y cientos de añosos árboles volcados en veredas y calles. No había electricidad, no había luz ni internet ni las radios --con excepción de LU2 Radio Bahía Blanca, pero por FM-- funcionaban. No había manera de tomar exacta dimensión de lo ocurrido. La palabra tragedia tomó fuerza y razón cuando trascendió el derrumbe de un paredón en el club Bahiense del Norte. Trece personas murieron en el acto.

Por otro lado, la fortuna, el destino, la suerte hizo que ninguno de los más de 14 mil árboles caídos en las calles lastimara a persona alguna. Ni los árboles, ni sus ramas, ni los postes de electricidad, ni los carteles de los comercios, ni los cables. Nada. Por eso la inmediata leyenda urbana de que hay más muertos que alguien (por alguna ignota razón) oculta.

Con el correr de los días se ampliaron las consecuencias, al punto de dejar de sorprender. Techos caídos, muros destruidos, plazas y paseos raleados, vidrios estallados. Una semana, diez días, quince días sin luz. Nochebuena a oscuras para miles de familias. Silencio en la noche. Ni pirotecnia.

Lo que sigue son algunas imágenes de lo ocurrido. Que pretenden ser distintas en cuanto a sus lugares y las formas. Que no son ni más ni menos que otras y que dan su testimonio de lo ocurrido. El sábado 16 de diciembre de 2023, el día del temporal trágico.

Situación terminal

Luis María Drago al 1900, Terminal de Omnibus San Francisco de Asís. El paso del temporal resultó devastador, aunque el impacto quedó minimizado en sus consecuencias, ya que no hubo heridos y una serie de medidas inmediatas permitió que siguiera operando.

Pero el panorama después de los 40 minutos de fenómeno climático era desolador. En el sector de las dársenas, abierto, se desprendió la totalidad del cielorraso suspendido de PVC y se cayeron las 70 luminarias ubicadas en el lugar.

La torre de control, ubicada en la playa de maniobras, perdió la totalidad de sus vidrios y aberturas, cayeron sus dos equipos de aire acondicionados y quedó fuera de servicio el sistema de sonido. También afectó el mobiliario existente.

La zona de preembarque, que presenta un frente vidriado hacia las dársenas, quedó con todos sus vidrios templados destruidos. Al menos diez puertas perdieron sus herrajes y otras tantas sus vidrios. Las garitas de encomiendas y de pasajeros perdieron parte de sus techos, se rompieron estructuras y toldos en el área de estacionamiento vehicular y partes del cerco perimetral se derrumbaron, empujados por el viento y golpeados por la caída de árboles sobre ellos.

La terminal estaba funcionando normalmente ese sábado y, a pesar de haber bastante gente, no hubo víctimas, ni heridos: solo daños materiales. Parte del milagro.

Torre a la vista

The Tower. Es la inscripción grabada en uno de los pilares sobre la vereda del Jardín de Infantes N° 901, de Juan Molina 661, el primero en su tipo en la historia de la ciudad, que comenzó a funcionar en 1948 en el edificio de Corrientes 316 --hoy sede del Jardín N° 902--, y que, en 1955, se mudó a la atractiva casona que ocupa hasta nuestros días.

No se conocen demasiadas precisiones sobre el origen de este palacete, que presenta lineamientos medievales, con su torre almenada típica de los castillos de la Edad Media. Si la vivienda fue construida (como se menciona) para un funcionario del ferrocarril, no deja de ser llamativo que haya elegido ese estilo.

El viento empujó hasta derribarlos a varios de los añosos árboles del lugar. Tanto los de la vereda como en el patio delantero, de modo que la particular silueta del inmueble aparece ahora claramente a la vista desde la calle.

Resistió el temporal el legendario ombú que está recostado sobre una pared y que ha sido lugar de juego de varias generaciones de bahienses. En el patio se observa un enorme pino que cruza con su largo todo el frente, volcado hacia el ombú, sin afectar en nada la casona.

La vieja casona.

Lo ocurrido con el Jardín N° 901 es una muestra. La realidad es que todos los establecimientos educacionales de la ciudad han sufrido daños, en mayor o menor medida, con voladura de techos y rotura de ventas. Jugó a favor que no es época de clases, que era sábado y que todos estaban desocupados.

El oasis de calle Brown

La municipalidad estima que suman 14 mil los árboles caídos por el temporal, número que, en principio, no incluye los derribados en plazas, paseos y parques.

No es necesario indagar mucho para notar que esos espacios públicos han sido severamente afectados por el temporal, por la cantidad de ejemplares que contaban, por lo añoso de muchos de ellos y porque, en muchos casos, se generó un efecto dominó que hizo que los árboles cayeran a veces empujando a otro vecino.

Un ejemplo de lo devastador de la tormenta es el denominado Pinar, a la altura de la calle 14 de Julio, cerca del cementerio municipal, prácticamente borrado del mapa.

Una plaza que también pagó caro tributo es Brown, en la calle homónima e Ingeniero Luiggi, que ha quedado casi desierta. Resulta increíble ver las consecuencias. La plaza lleva ese nombre desde 1995, por tener ocupado su centro con un monumento al almirante Guillermo Brown.

Es uno de los paseos más antiguos de la ciudad, habilitada el 9 de julio de 1904 con el nombre de plaza 9 de Julio. En ese momento se mencionó que sería “un pequeño oasis en el gris y pesado damero del sector”. Su inauguración, entonces no era más que un potrero, contó con carreras de embolsados, guerra de almohadas y juego de sortijas. Más allá del entusiasmo inicial, pasaron años hasta que fue tomando aspecto de plaza.

Antes del temporal.
La plaza convertida en desierto.

En 1908 se mencionó que “no estaba en armonía con la pomposa grandeza de la Liverpool” y que sólo tenía vizcacheras. En 1913 se repetían las quejas por el robo de flores, plantas y árboles, a pesar de que el paseo había sido cercado.

Lo cierto es que hoy era un lugar magnífico, puesta en valor hace unos años, un verdadero pulmón verde en un sector cercano al centro y de gran movimiento.
La destrucción de su arbolado conforma una oportunidad para repensar su diseño, colocar especies adecuadas, organizar su funcionamiento y en unos años contar nuevamente con un sitio de esparcimiento y disfrute, “un pequeño oasis acorde a la grandeza de la Liverpool”.

El palacete Bañuelos, cerca

“Veinte árboles perdió la amplia quinta La Floresta, donde se ubica el palacete del hacendado Apolinar Bañuelos, detrás del barrio Adornado”.

Tal era el posible título periodístico dando cuenta de las consecuencias del temporal si hubiese ocurrido en 1913. Poco más de un siglo después, la referencia es a la sede de la Sociedad Sportiva, que ocupa el lugar desde 1949, cuando lo adquirió a Jaime Yankelevich, zar de la radiofonía nacional.

Es un reflejo de la afectación que sufrió la mayoría de los clubes de la ciudad aunque, en este caso, el daño apenas alcanzó al emblemático edificio construido en 1911 por la empresa de Nicolás y Gerardo Pagano, según un diseño art nouveau del arquitecto Joaquín Saurí.

La mayoría de los ejemplares caídos tenían enorme altura, pinos en particular. Al caer aplastaron tres vehículos estacionados en el predio, sin consecuencias sobre las personas, y uno de los árboles cayó sobre la casona, aunque apenas rompió parte del remate, un daño menor, simple de reparar.

 

Un daño similar sufrió el parque del ex club Universitario, en avenida Alem y San Juan, edificio construido en la década del 20 precisamente por la Sociedad Sportiva, donde funcionó hasta la expropiación del inmueble para servir al Instituto Tecnológico del Sur.

En ambos casos, la falta ahora de decenas de ejemplares ha “limpiado” la visual y, si bien nadie celebra que haya ocurrido de esta manera, se puede apreciar en su total magnitud la calidad de estas obras arquitectónicas.

El remate de la iglesia

Uno de los momentos dramáticos en materia de inmuebles patrimoniales fue el supuesto colapso de la cúpula de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, perteneciente al colegio Don Bosco.

El corte de la primera cuadra de calle Güemes por parte de Defensa Civil dio a entender la gravedad del asunto.

En realidad, el templo, inaugurado en 1913, no tiene cúpula, sino una suerte de cono que sirve de remate a la torre que, en la fachada, contiene a las campanas. Ese cono, sostenido por un pequeño templete de ocho delgadas columnas, sostenía una cruz a 38 metros del suelo.

El viento dañó la estructura de madera y chapa del cono, por lo cual se lo decidió retirar para proceder a su reparación y posterior reposición.

Noroeste, zona de eucaliptus

La desazón de los vecinos del barrio Noroeste está justificada (largamente). Hace años que vienen trabajando para reconvertir los terrenos que fueran propiedad del ferrocarril inglés en un gran parque abierto a toda la ciudad. El viento arrasó con eucaliptus y pinos centenarios y dejó cerca del derrumbe al que fuera galpón de montaje, cuyas paredes estaban, en parte, sostenidas por las cabreadas de hierro que el viento terminó de derribar.

El ex galp´çon de Montaje del Noroeste: cada vez queda menos.

Jorge Luna, uno de los hacedores del lugar, recordó que en el año 2015 hubo un abrazo simbólico a ese galpón para salvarlo de la demolición, darle visibilidad y comenzar gestiones para su recuperación. Poco y nada se hizo desde entonces. “Hace un tiempo se trabaron un poco las cabreadas, pero no lo suficiente para soportar este temporal. Cayeron todas y arrastraron parte de las paredes”, detalló.

Muchos árboles que quedaron de pie han perdido sus ramas, que cayeron sobre algunos ejemplares más jóvenes.

“Hace unos días recibimos de la municipalidad 50 fresnos para plantar, así que empezaremos a colocarlos, sobre todo buscando plantas nativas que se adapten al clima local. En cuanto al galpón, la idea es mantener lo que quedó, porque es un emblema del lugar y el único que queda en pie de todos los edificios que hubo”, amplió.

En ese sector también se perdió el techo de los galpones de carga vecinos a la incendiada estación Noroeste, lugar donde se habían instalados varias de las murgas que trabajan en el lugar.

Los otros postes

A los miles de troncos caídos se sumaron ciento de palmeras. No el árbol, sino las que sostienen el tendido eléctrico. Cayeron en todos los barrios, arrastrando cables y carteles. Cayeron en la calle, sobre vehículos y viviendas. La ciudad se quedó sin energía, la empresa EDES explicó que la red integral estaba destruida. Cerca de 80 cuadrillas comenzaron la reconstrucción.

Diez días después todavía quedan miles de familias sin luz y, en algunos casos, sin servicio de internet. También hay decenas de roturas en las cañerías de agua, dañadas por las raíces de los árboles arrancados.

La llegada del verano pondrá en evidencia ese daño, cuando el agua comience a faltar en parte de la ciudad. La realidad es que no existe un plan de contingencia que sea capaz de dar una respuesta inmediata a semejante magnitud de roturas y daños.

El pino de la esquina

En la esquina de Viamonte y Pasaje Ombú se ubicaba un pino que era toda una referencia del barrio. Ocupaba el jardín de frente de la casona de la familia Caporossi.

“Hubo un primer ejemplar plantado por mi papá, hace 50 años, el cual estuvo hasta que se secó. En 2000 lo reemplazamos por uno nuevo, que ahora resultó derribado por el temporal”.

Quién detalla esta historia es Alejandro Caporossi, que anticipó, considerando que el inmueble es todavía propiedad de la familia, que muy pronto se plantará un nuevo ejemplar, el tercero, dando continuidad a una tradición y recomponiendo un paisaje distintivo.

El final

Los vestigios del temporal se irán borrando poco a poco. Quedará en la memoria, en las fotografías, en las numerosas historias. Todos han sido testigos de un fenómeno único, en sus efectos y consecuencias, donde la naturaleza dejó en claro su potestad y su potencia. Nunca es sencillo establecer qué hechos, qué fechas y qué circunstancias serán trascendentes en el tiempo.

La del sábado 16 de diciembre de 2023, probablemente, se gane un lugar en la historia de la ciudad.