Florencia, la ciudad donde las musas generaron el movimiento artístico más grande de la historia
Germán Moldes, abogado y especialista en Derecho Penal, dejó de lado su profesión para escribir Florencia y el esplendor del Renacimiento, un paseo por la revolución del arte, las ideas y la política.
Mario Minervino / [email protected]
“Al igual que en la Atenas de Pericles, se dio en Florencia una concentración gloriosa de individuos que hicieron avanzar la sociedad en todas las disciplinas, de la literatura, del comercio y del arte”. Germán Moldes, Florencia y el esplendor del Renacimiento.
Germán Moldes tiene 75 años. Es abogado, especializado en Derecho Penal, y durante algunos años le tocó vivir en Roma, la ciudad eterna, ejerciendo tareas de consultor en proyectos argentino-italianos. Fue, hasta 2019, fiscal general ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal. Padre de cuatro hijos, ha publicado cuatro libros, alejados todos de la temática que uno podría imaginar dada su formación y experiencia judicial.
Los temas de sus trabajos se relacionan en particular con hechos, lugares y personajes de dos ciudades de Italia: Roma y Florencia.
Su primer libro fue Maquiavelo, ayer, hoy y mañana, publicado en 2008, donde analiza la obra y la proyección histórica del escritor florentino Nicolás Maquiavelo, considerado padre de la Ciencia Política moderna y figura relevante del Renacimiento.
Lo siguieron luego Cuarenta iglesias romanas, en 2015, y Roma, un día hace 2000 años, publicado en 2019.
Y ahora fue el momento de adentrarse en una de las épocas más deslumbrantes, impactantes y conmovedoras de la historia de la humanidad: el Renacimiento italiano, centrado mayormente en Florencia, ciudad cuna de ese movimiento artístico, político, científico y social que abrió las puertas a la historia moderna entre los años 1400 y 1500.
Florencia y el esplendor del Renacimiento, es el título de una obra que plantea “un paseo por la revolución del arte, las ideas y la política” de un tiempo de modificó para siempre “la forma de admirar la belleza y la armonía del género humano”, según anticipa.
Es el tiempo en que coincidieron artistas de la talla de Botticelli, Tintoretto, Rafael, Masaccio, Donatello, Giotto, Buneleschi, Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci.
“El saber universal renacido después de una penumbra y un silencio milenarios”, según refiere Moldes en relación a la herencia que el Renacimiento toma de la antigüedad clásica greco-romana.
Es el tiempo además de los grandes mecenas, las familias de los Medici, Sforza, Borgia y los Papas, quienes se encargaron de contratar a los mejores artistas de la época para que desarrollaran sus obras.
¿Qué elementos coincidieron para que en ese período la humanidad haya generado tantos talentos? ¿Cómo se entiende o explica semejante desarrollo intelectual y científico?
Eso es parte de la historia de Moldes busca dilucidar en su libro, sumergido en el Humanismo, la filosofía que marcó este tiempo, que dejó de lado el pensamiento teológico que dominó a la edad media, donde toda la existencia humana giraba alrededor de Dios, y colocó nuevamente al hombre en el centro de la escena.
En la siguiente entrevista exclusiva con “La Nueva.”, el autor de la obra da cuenta de algunos detalles y reflexiones sobre este tiempo en que Leonardo pintó la Gioconda, Miguel Ángel esculpió su David y Bruneleschi construyó la cúpula de la Catedral de Florencia.
--¿Puede pensarse que las consecuencias del Renacimiento repercuten hasta nuestros días?
--Claro, son esas consecuencias que, aún al día de hoy, vemos a diario y por doquier pero, lamentablemente, y en mi llana y humildísima opinión, tenderán lenta y fatalmente a disminuir (espero que no hasta desaparecer del todo), cada vez más asfixiadas por el desborde de la técnica, de la electrónica, de un mundo virtual que pone distancia física entre los humanos y confusión en sus pensamientos. Arrasado por ese “tsunami” de la informática, se extiende el aparentemente indetenible desinterés arropado por la creciente desinformación, por su ausencia de estas temáticas en los programas de estudio y por la apatía acerca de los testimonios vívidos que ilustran las cúspides de la creación artística y vieron la luz en ese periodo brillante de la sensibilidad humana.
--¿Cómo se explica que en un mismo tiempo haya surgido semejante cantidad de artistas, escritores, científicos?
--Es muy difícil explicar cómo suceden esas cosas en el curso de la Historia. Confieso que me he roto la cabeza durante buena parte de mi vida buscando las respuestas y no he tenido demasiada suerte. Pero con mucho esfuerzo logré aislar un par de conclusiones. La primera es que casi siempre el primer componente del fenómeno es un aporte que hoy llamaríamos “estatal”. Quiero decir que, en primer lugar, es necesario un régimen político que estimule y no obstaculice ni proscriba la creatividad de artistas y pensadores.
“Luego viene lo más difícil, pues en un ejercicio de callada paciencia y perseverante esperanza sólo queda aguardar de la Providencia que, de algún lado, entre las sombras monocromas de la chatura diaria, brote de pronto el milagro de la múltiple y cuantiosa inspiración humana, la aparición de una de esas contadas generaciones en las que el genio, el talento, la capacidad, el juicio y ¿por qué no decirlo? el ansia de emulación y competencia desata una carrera por igualar y superar la obra de quienes ya sobresalen por la calidad de sus trabajos y la aceptación de sus obras y la tenacidad por obtener piezas destinadas a perdurar y sobrevivir este breve espacio de tiempo que nos ha sido concedido para vivir.
--¿Eso generó una obra imperecedera?
--Cuando excepcionalmente los mortales hemos sido a tal extremo afortunados como para que se diera esa mágica conjunción, el prodigio se materializó y la humanidad quedó a las puertas de recibir el invalorable aporte de producciones que pasaron a engrosar su acervo cultural, que se extenderá por los confines de lo conocido y se transmitirá de generación en generación.
--¿Aquel legado renacentista sigue teniendo vigencia?
--Cada tiempo los revisará y los valorará y los renovará desde su propia perspectiva, bajo una nueva luz, sin que por ello decaiga la valoración de sus cualidades que, bien miradas, son las mismas que deslumbraron desde el primer día. Ese es el vivero donde germinan las obras que solemos llamar “clásicas” y que lo son por eso mismo: porque indiferentes al paso del tiempo, las mudanzas de las ideas, la fragilidad de las costumbres, los vaivenes de las modas, la oscilación de las tendencias y los caprichos de los hombres, han sabido mantener en su seno la aptitud de cautivar y transmitir su mensaje a lo largo de los siglos.
--Usted menciona que apenas comenzó a escribir sobre Florencia asumió que era imposible abarcar todo lo que esa ciudad vivió en este tiempo.
--Así es. Apenas me senté frente al teclado para empezar a redactar el libro comencé por confesar que mi anhelo originario murió antes de nacer pues, siendo esa ciudad la cuna de ese fenómeno inigualable que llamamos “Renacimiento”, es difícil de ceñir y contenerlos íntegramente en los estrechos límites de nuestra capacidad de comprensión. Nunca podremos, por más esfuerzos que hagamos, dejar de preguntarnos qué pudo haberlo producido semejante explosión en el arte, la ciencia y la política.
--Se sabe que los hombres del Renacimiento recuperaron y se apoyaron en los grandes hombres de la Grecia Clásica. ¿Lograron superarla?
--A mí particularmente, el interrogante me acompañó toda la vida. Me gusta evocar que al cursar la enseñanza media, los docentes, enfrentados a tanta hormona alborotada, procuraban apaciguar nuestra vivaz curiosidad anestesiándola con una explicación simplista y reducida: “en definitiva se trató de un tiempo consagrado a desempolvar y reponer en las vidrieras de la conciencia cultural de la especie la riqueza conceptual del saber antiguo. Eso fue todo”. Tal vez, pero algunos seguimos recelando, en mi caso de manera exacerbada porque no me resultaba indiferente, las auténticas razones que detonaron semejante explosión artística, intelectual y cultural en los estrechos límites de esa mítica ciudad. Como no tengo una respuesta no me quedó más que admitir la derrota y “tirar la toalla”. Pero antes de bajarme del ring procuré salvar la vergüenza recurriendo a un auxilio tan antiguo como eficaz.
--¿Cuál es?
--No buscar demasiadas explicaciones. Supongo que eso es hacer trampa pero, si la búsqueda a través de la razón, está tan cerrada y nuestros mejores esfuerzos y meditaciones no logran penetrar esa jungla tupida y espesa, si las incógnitas sigue jugando a las escondidas, vale la pena forzar un poco las reglas del “fair play” y dejar de buscar explicaciones que no parecen dispuestas a escapar de las rejas de la sensatez y la coherencia.
--¿Asume que quizás son tantos los factores que deben concurrir que no tiene sentido encontrarlos?
--Es que intuyo que nada por ese lado podrá iluminarnos y veo que la duda sigue allí, firme e inconmovible. Que no podremos determinar si lo que movió a estos verdaderos monstruos del arte, de la ciencia, del pensamiento y de la política en Florencia fue una simple coincidencia, el fruto de la maduración de los tiempos precedentes, un diluvio de inspiración, un soplo divino o una voz del cielo que convergieron unánimes en esos escasos cien años que hacen de montante entre los siglos XIV y XV.
--¿Y entonces en qué punto quedó?
--Para no quedar varado en las arenas movedizas del camino, preferí creer que, tal vez, las que se aquerenciaron por entonces en esas callejas florentinas, en los alrededores de la Piazza della Signoria o al pie de los muros del Palazzo Vecchio fueron las Musas, esas bellísimas compañeras del séquito de Apolo quien, no por ser el dios olímpico de la música y patrón de las bellas artes, se privó de tener romances con cada una de ellas, dejando así por doquier prole y descendencia. Es fama que bajaban a la tierra a susurrar ideas e inspirar a aquellos que las invocaran, ya que siempre ha habido, hay y habrá mortales solicitando su auxilio, pues nuestra cortedad y torpeza determinan que no lo podamos evitar ni alcanzar nuestros objetivos sin que ellas nos den una mano.
--Las musas entonces...
--No veo razones para negarnos a creer en ellas y entender el fenómeno de la Florencia de entonces supuso, al tiempo que profundizaba el pensamiento político, semejante estampida de arte, de refinamiento y de belleza, tamaña exaltación de la estética, tan avanzada búsqueda de la perfección de la forma, del volumen y el color. Más lo pienso, más me convenzo de que Clío, Euterpe, Melpómene y sus hermanas anduvieron en esos años deambulando por esa ciudad haciendo sus travesuras.