Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Oriente: un viaje a la primera usina hidroeléctrica que tuvo la provincia

Comenzó a funcionar a fines de la década de 1910. Daba energía a esta localidad y también a Copetonas.

   El río Quequén Salado corre unos 150 kilómetros en su viaje hasta el mar Argentino, a partir de su nacimiento en territorio de Adolfo Gonzales Chaves. Atraviesa campos, rutas y sortea puentes; tiene también un par de cascadas que embellecen su recorrido y guarda la conocida Cueva del Tigre, donde se escondiera el bandido rural Felipe Pacheco.

   Unos kilómetros aguas arriba de este último lugar, el curso baña ruinas de no mucho más de 100 años, en las que el paso del tiempo y las crecidas del río dejaron huellas imborrables. Ese lugar, conocido por los lugareños como Puente Viejo, es el silencioso testigo de una época de emprendedurismo, llanuras extensas y de viejos visionarios, en la que el tren todavía unía al país.

   La Usina Hidroeléctrica de Oriente, más bien lo que queda de ella, se encuentra a unos 3 kilómetros de Oriente y a unos 10 de Copetonas, siguiendo un camino rural que une ambas localidades. Pensada y construida para dar electricidad a una fábrica de cemento que funcionó en los albores del siglo pasado sobre una de las márgenes del río, fue la primera en su tipo en la provincia de Buenos Aires y la tercera en todo el país.

   Hoy, sus ruinas dejan a la vista la construcción hecha de ladrillos y parte de los motores que terminaron reemplazando a las viejas turbinas; algunas de sus paredes tienen grandes agujeros y los espacios destinados a las aberturas ya no cuentan con algo que le impidan entrar al sol, al viento y a la lluvia; ni tampoco a los curiosos. La historia de la vieja central atrapa a cualquiera que pase por Oriente, Copetonas o Marisol.

   Más de un siglo atrás hay que ir para comenzar a desarmar esa madeja, para conocer qué hacen allí los pilotes de un viejo puente ferroviario colgante, la base de otro por donde antaño pasaba la ruta 72, una vieja dependencia de trenes o los restos de una empresa cuya cal hidráulica rivalizaba con las importadas en una Argentina que apenas tenía poco más de 100 años de vida.

   En pocas palabras, la historia de la usina y Puente Viejo puede resumirse en lo que el Quequén no se llevó, o lo que quedó casi intacto después de las grandes crecidas del río. Año más, mes menos, la firma Hidroeléctrica del Sud se fundó en 1917, un lustro después de los puentes de la ruta 72 y el ferroviario, con el solo propósito de generar electricidad para la fábrica de cemento El Triunfo, del tandilense José Fernández. Toda esa estructura, impensada para la época en aquellos lares, se coronaba con una represa de 6 metros de altura y unos 60 de extensión. Y gran parte de esa construcción fue barrida como un castillo de naipes por la crecida del río a fines de esa década.

   A duras penas, la cementera y la usina sobrevivieron, pero Fernández no quería seguir invirtiendo y alquiló todo. Quienes tomaron la posta compraron nuevas máquinas para generar más energía y extraer más cemento natural. Por esos tiempos, los cargamentos se enviaban por tren hasta San Martín de los Andes; se generaban unas 15 toneladas diarias. La formación -que hacía el tramo De Ferrari-Coronel Dorrego- se detenía en una vieja casa chorizo que había en el lugar, donde se cargaban los vagones y se daba de comer a los pasajeros antes de seguir viaje hacia Bahía Blanca.

   El gran hito se daría en los primeros años de la década del 20. Llámese obstinación, beneficencia, visión de futuro, quijotismo u hombría de bien por parte de uno de sus concesionarios, Roberto Brunand, en 1922, la hidroeléctrica comenzó a dotar de electricidad a Oriente y Copetonas con el excedente que quedaba de la cementera: el 65% era para la localidad de Coronel Dorrego y el resto para la tresarroyense. Así se mantendría durante unas seis décadas, hasta que una nueva crecida del río hiciera imposible seguir con el emprendimiento; la fábrica había dejado de funcionar ya hacía mucho, pero la electricidad seguía naciendo a partir de las aguas del Quequén.

   “Era tal la cantidad de energía que sobraba, que se terminó proveyendo de electricidad a dos pueblos”, cuenta a "La Nueva." Laura Tortora, del Museo Regional Funes Derieul de Coronel Dorrego.

   En esto, destaca el rol de Brunand como el principal promotor de la iniciativa y “un visionario que hizo mucho por Oriente”. En 1964 compró el activo físico de la hidroeléctrica y tenía una concesión con el Estado para la provisión de energía.

   “Brindó electricidad a estos pueblos y nunca le cortó el servicio a nadie; incluso, le daba gratis a las instituciones del pueblo. Cuentan que dormía con la luz prendida, para saber si había cortes y darles una solución inmediata”, recuerda.

   La crecida de 1981 fue el principio del fin para la central. El puente del ferrocarril ya no existía porque había sido desarmado algunos años atrás y solo quedaban los pilares, mientras que el vehicular se había reconstruido unos metros aguas abajo, en un lugar de corrientes más calmas.

   La furia del agua, que en determinados sectores cambió la fisonomía del río, inutilizó las dos viejas turbinas de la usina.

   “Se llevó todo, recuerdo ver una correntada tremenda de agua”, señala Tortora.

   El daño ya estaba hecho: más allá de la incorporación de motores diesel para reemplazar a las malogradas turbinas, parte de la represa se había roto. La usina continuó funcionando unos años más hasta que se decidió parar la maquinaria y la posta la tomó la cooperativa de Servicios Públicos de Oriente.

   Con el paso del tiempo, el lugar fue cayendo en desuso y la construcción fue convirtiéndose en las ruinas de un gran proyecto de desarrollo local y regional y en un punto turístico obligado, mantenido desde el municipio dorreguense y con varias referencias históricas que recuerdan qué fue lo que pasó en ese sitio.

 

Dos puentes con más de un siglo

 

El puente ferroviario, perteneciente al ramal De Ferrari-Coronel Dorrego se construyó en 1910 y fue desarmado en la década del 70. Estaba sostenido por pilares de unos 6 metros de alto que hoy permanecen prácticamente intactos en el lugar.

El puente vehicular, por donde pasaba la ruta 72 y que destruyó una crecida del río, se hizo en 1912. Años después se construyó a unos 200 metros aguas abajo, en un sector donde la corriente no es tan intensa.

Tortora destaca que el cemento que se producía en el lugar era definido como “único para la construcción de casas y podía compararse con otros importados de Europa”.

La historia cuenta que a mediados de la década del 50, otra crecida y el taponamiento causado por los restos del puente que había sobre la ruta nacional 3 -dinamitado durante la revolución contra el gobierno peronista- provocaron una gran rotura en la represa, por lo que casi medio centenar de personas debió trabajar para construirla casi a nueva.