Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

Ricardo Alfonso: director del Ballet del Sur por 11 años y una mágica infancia en su casa del faro

Uruguayo de nacimiento, santafesino por elección y bahiense por adopción, durante su gestión dirigió unas 40 obras diferentes. La Fundación Konex eligió a la compañía como una de las mejores cinco de Argentina en los últimos 10 años.

Ricardo Alfonso y el faro de José Ignacio, en la costa uruguaya donde vivió entre el 68 y el 73.

   

   Anahí González Pau
   agonzalez@lanueva.com

   ¿Qué niño no sueña con vivir en un castillo? ¿Y si el castillo, además, estuviera coronado por un faro desde el cual se pudiera ver el horizonte, ahí donde el agua se une con la tierra? ¿Y si tu abuelo fuera el farero y te invitara todas las mañanas a caminar por la arena? ¿Y si la bisabuela te contara la historia de las constelaciones? ¿Y si el patio de tu casa fuera el mar?

    Ricardo Alfonso, uruguayo de nacimiento, santafesino por elección y bahiense por adopción, y quien fuera durante 11 años el director del Ballet del Sur, de nuestra ciudad, tuvo esta infancia.

    Nació en Montevideo (Uruguay) pero siendo muy pequeño se mudó con los abuelos a una casa que era parte de la estructura del faro José Ignacio, en la costa uruguaya. Su abuelo era el farero. 


Ricardo Alfonso está sentado, es el segundo desde la izquierda. Detrás su casa-faro.

    Las sensaciones de aquella época --entre el 69'y el 73'-- emergen de su memoria.

   “Subía solo muchas veces a la cúpula y contemplaba el horizonte, con los largavistas. Imaginación, imaginación, imaginación”.

    "Era maravilloso. Había reuniones hasta altas horas de la noche de guitarreada y canto, más los cuentos de la Yeya, mi bisabuela, quien iba de visita. Era mágico. Mirábamos las estrellas y ella nos decía los nombres de cada una de las constelaciones y la historia de la mitología griega de cada una de ellas", contó.


El más pequeño, junto a su abuela, tíos y el músico de tango Atilio Stampone (der.)

    Su cabeza volaba. Su cuerpo absorbía la cadencia del mar, el giro repentino del viento, el sonido de las olas al romper, la luz reverberando en las ondulaciones de la arena, las caracolas entregadas a la intermitencia de la marea.

    En una etapa en que la creatividad no tiene techo, su sensibilidad se abrió a presentir tormentas y cielos despejados, la fragilidad de los instantes y su potencia transformadora.

   La poesía del cielo acompañó sus primeros años. 


En la primera puerta a la derecha del faro estaba su dormitorio.

   Desde esa iniciática vivencia de libertad no es raro que eligiera el arte como modo de vida.

   El arte ya lo había elegido a él.

   Sin embargo, pasó un tiempo hasta que el artista comenzó a explorar la danza. Y otro tiempo más, hasta que se convirtió primero en coreógrafo y luego en director de la destacada compañía bahiense en la que dirigió al menos 40 obras.

   El resto, lo cuenta él. Con alas en los pies, y en el alma.

   --¿Cómo llegaste al Ballet del Sur hace 11 años y qué encontraste?

   --Conozco al Ballet del Sur desde el año 97 cuando comencé a trabajar como Maestro y Coreógrafo de la mano de  la gran Violeta Janeiro, directora en esa época.

   Fue ella quien en 2010, estando como Directora Artística, me propuso para el cargo. Lo pensé y, con su consejo, acepté el desafío de asumir un cargo tan difícil que conlleva, como siempre digo en broma pero que es muy cierto, que ”todos los éxitos son de los bailarines y todos los fracasos, míos”.

   


   Alfonso en una función homenaje a Violeta Janeiro.

   En ese momento la compañía estaba recuperándose de períodos conflictivos, desde una intervención hasta la destitución de un director y la renuncia de otro, más problemas gremiales.

   En fin, el panorama no era el más alentador pero, sin embargo, el amor por mi profesión y el compromiso que siempre tuve con los desafíos me hicieron aceptar e incluso renunciar a otras oportunidades, como la dirección del Ballet del Teatro Argentino, por ejemplo. Elegí continuar mi labor y no dejarlos “en banda”. 

  --¿Cuáles fueron los primeros desafíos?

  --Quizás el primer desafío fue quebrar con el “modus operandi” de suspender funciones como forma de protesta por reclamos diversos. Mi compromiso de ayudarlos, tanto a técnicos como a bailarines, en sus reclamos era incondicional, pero no a ese costo.

   No solamente esa situación era desgastante, ensayar 2 o 3 meses, con todo lo que ello implica, para terminar no haciendo las funciones, sino muy injusta para el soberano, el público, el cual a través de sus impuestos nos sostiene para que con nuestro arte le demos educación, cultura y, en lo posible, entretenimiento.


El Lago de los Cisnes.

    Me gusta pensar que desde el escenario extendemos un brazo invisible para acariciarles el alma y darle, aunque sea fugazmente, un momento de felicidad.

   Por suerte, lo comprendieron, porque a la vez vieron que mi compromiso era real y fue así que nunca más se suspendieron funciones por reclamos; logrando tener en mí, como me calificó un alto funcionario en una ocasión, “el mejor delegado del ballet”. ¡Eso hacía parecer que estaba del lado equivocado! Por eso siempre les recordé que yo era un artista que eventualmente era funcionario, y no un funcionario que trabajaba de artista. 
   Después, otro desafío fue la falta de recursos, que fue una constante.

   Gracias al equipo invalorable de las secciones técnicas y administrativas pudimos lograr espectáculos de altísima calidad. El espíritu de colaboración fue algo que siempre tuve y agradezco infinitamente.


En el ensayo de Estrofas al Viento.

   --¿Recordás especialmente alguna obra o algún momento de máxima felicidad en tu carrera en el Ballet?

   --En mi carrera hubo un momento en particular importante: cuando fui coreógrafo del Cuerpo de Baile del SODRE (hoy BNS, es el ballet nacional uruguayo). Eso fue una especie de homenaje hacia mis maestros, de honrarlos demostrando que su dedicación no fue en vano. Siempre está presente en mí ese compromiso con aquello que me transmitieron para a su vez, entregarlo a otros y de esa forma no romper esa cadena invisible que nos une al ballet de la forma que hoy lo conocemos y remontándonos hasta sus inicios allá por el 1661, en Francia, de la mano de Luis XIV.

   --Sos de Uruguay ¿Cuándo llegás a Argentina y cuáles son los motivos?

   --Nací en Montevideo , Uruguay, me crié en José Ignacio, mi casa estaba en un faro, en mi adolescencia volví a Montevideo con la idea de ser arquitecto y la vida me sorprendió con la danza: jamás había pensado ser bailarín aunque “me movía bien a lo Travolta”.

   Luego de estudiar en la Escuela Nacional de Danza, entré al SODRE, bailé y fui coreógrafo. Las circunstancias artísticas y personales me trajeron a Argentina, más precisamente a Santa Fe capital donde encontré “mi lugar en el mundo”. 


Don Quijote.

   Soy uruguayo de nacimiento, santafesino por elección y bahiense por adopción, y en todos lados me siento como en casa.

   Cuando llegué a Argentina vine sin nada, conmigo mismo, y este país me permitió desarrollarme y sobrepasar metas que jamás soñé que podía proponerme. Agradecimiento eterno. 

   --¿Por qué la danza en tu vida? ¿Viene de familia o fue tu propio latido?
   --La danza surgió de casualidad. Siempre sentí que era un artista y que necesitaba, de alguna manera, expresarme. También estudié 3 años de carpintería. La pintura fue la primera de esas formas, y pintaba muy bien. Luego vino el canto. Canté en varios coros por muchos años. Le siguió el sueño de ser actor, que no pude concretar, y por último apareció la danza. Esta última opción fue, irónicamente, la que estaba ahí esperándome, pacientemente.


Junto al maestro Javier Logioia Orbe y la bailarina Daniela Domínguez, en el ensayo de El Lago de los Cisnes.

    A través de ella descubrí sensaciones increíbles pero, como si un destino estuviera previamente marcado, todo lo que aprendí antes con el dibujo, la música, la carpintería, mi relación con alguien vinculado al vestuario y la ejecución de tocados, fueron los cimientos que me permitieron hablar de “igual a igual” con la sastrería, escenografía, utilería, peluquería y maquillaje, secciones fundamentales del detrás de escena que hacen a la calidad de la puesta en escena,  lo que se ve y que enmarca el trabajo de otra de las piezas que hacen a un espectáculo: los bailarines.


El despliegue de Gayané en el escenario.

   --¿Cuál fue tu impronta en el Ballet? ¿Qué marca creés que dejaste?
   --Mi pasión por la actuación fue lo que me llevó a poner mucho énfasis en la interpretación de los personajes y las obras. Siempre me esforcé en que eso que se vivía en el escenario, por más absurdo que pareciera, para el intérprete tenía que ser real y, el público, se transformaba en una especie de espectador circunstancial de algo que estaba pasando en otra época, en otro lugar y que, de alguna manera, se podía ver mágicamente.

   Nunca me gustó bailar para el público de una manera explícita: piruetas, saltos, variaciones; y aplausos: miradas directas entre artista y público. Eso corta la trama, la interpretación, las emociones. Sólo admito el saludo al final de la obra. Entre medio, creo que se pierde la magia.

   --Cómo fue trabajar primero con el Teatro cerrado y luego con pandemia? 
   --El teatro cerrado fue un golpe gigante para el ballet. Por suerte, tuvimos el apoyo de las autoridades provinciales e inmediatamente pudimos realizar funciones en el Teatro Plaza y continuar los ensayos en el salón extra de ensayos que se alquilaba en el gimnasio UNO: se acondicionaron los pisos, se amplió el escenario.


Ensayo de Carmina Burana.

    El Plaza fue sino ideal, al menos, una alternativa viable para estar en actividad. Posteriormente llegó la pandemia  y con la cuarentena creo que se produjo un quiebre que aún no se ha medido en su plenitud. Es muy grave, a mi entender, y requiere, al menos, una planificación a mediano y largo plazo con un firme compromiso y objetivos claros para recuperar la calidad y el nivel de una compañía herida gravemente por la inactividad. 

   La carrera de los bailarines es muy corta: muchos de ellos entraron en la etapa de no poder bailar más y muchos otros perdieron años fundamentales de experiencia para consolidar su formación como artistas. Los jóvenes pierden el ejemplo de los más veteranos. Va a ser muy difícil. Requiere la unión de muchas voluntades y verdaderos compromisos. Ojalá se logre.

   --¿Cuál es el motivo por el cuál ya no estarás dirigiendo el Ballet?

   --No soy yo quien debe responder esa pregunta. La decisión no fue mía. No es extraño que después de un cambio de gestión las nuevas autoridades quieran tener a su equipo, aunque siempre se ha estilado optar por las transiciones consensuadas, planificadas, a tiempo. Se acuerda la terminación de un ciclo, se busca al eventual sucesor y se colabora para asegurar la continuidad de lo trabajado. 

   Nunca son saludables los cambios bruscos. Justamente mi continuidad en el cargo fue lo que permitió una evolución y un crecimiento del Ballet del Sur, a diferencia de su propio pasado y otras compañías donde casi cada dos años se comenzaba de cero con nuevas direcciones. El resultado: todo quedaba siempre a medio hacer, porque el desarrollo de proyectos lleva años de planificación siguiendo un camino claro sin salirse demasiado de los objetivos fundamentales. Es así.

   --¿Tenés algún proyecto en marcha o en vista?

   --Por ahora ver como sigo y asumir mi nueva realidad. Desarrollé con el Ballet del Sur y con Bahía un vínculo muy fuerte, son muchos años. El desarraigo se hará sentir, pero así es la vida. Siempre imagino que somos como flores de loto sobre un manantial que nos va llevando, amorosamente, de un lugar a otro. El desafío es mantenerse puro, con una mirada al cielo pero con los pies en el fango, y a la vez dejándose llevar por la corriente.


El Renner, embarcación que vio encallar, cuando era pequeño.

   Eventualmente estaremos estancados un tiempo pero ese “charco “ rebalsará y nos arrastrará a otros lares hasta llegar al destino final, el mar, donde ya habremos cumplido nuestro objetivo en la vida. 

   Lo más importante de todo: me voy en paz, sin rencores sabiendo que di lo mejor de mí Seguramente no fue suficiente, pero fue todo.

   --¿Cómo lograste que el Ballet estuviera entre las 5 mejores compañías de Argentina de los últimos 10 años?

   El lograr ese reconocimiento de parte de la Fundación Konex fue un regalo inesperado no solo al Ballet del Sur sino a mí mismo, ya que ese periodo es el mío como director. ¡Un broche de oro! Como mencioné antes, es el fruto de la continuidad de una gestión con objetivos claros. El reconocimiento de ser una de las 5 mejores compañías de Argentina de los últimos 10 años es un logro gigante para el Ballet del Sur, el mayor reconocimiento en sus 60 años de historia. Para mí: tarea cumplida.